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– ¡Oh!, ¿así que alguien lo vio? -se burló Charles, mientras cruzaba las piernas-. ¿Qué te parece, papá? ¿A usted no le parece remotamente posible que Roger Primero pudo haber convenido de antemano que alguien le «viera»? Siempre hay algún tipo sin escrúpulos dispuesto a cometer perjurio y decir que te ha visto por veinte libras.

– Algún tipo sin escrúpulos, ¿eh? -Wexford no se molestó en disimular su regocijo.

– Alguien lo vio. De acuerdo. ¿Quién fue?

Wexford suspiró y su sonrisa desapareció.

– Yo lo vi -contestó.

Fue como una bofetada. El amor que Archery sentía por su hijo, un sentimiento adormecido durante los últimos días, le inundó el pecho. Charles permanecía callado y Archery, que se había visto en esta misma situación demasiado a menudo últimamente, intentó reprimir su odio hacia Wexford. El inspector se había tomado un tiempo considerable para ir al grano, pero, desde luego, aquella confesión había sido su venganza.

Apoyaba sus grandes codos sobre la mesa y sus dedos se juntaban en una implacable pirámide de carne y hueso. La encarnación de la ley. Si Wexford decía que había visto a Primero aquella noche, nadie se atrevería a contradecirle, porque aquel hombre era incorruptible. Era como si Dios lo hubiese visto. Horrorizado, Archery se incorporó en su silla y una tos seca y dolorosa lo sacudió.

– ¿Usted? -dijo Charles, por fin.

– Yo -dijo Wexford-, con mis propios ojos.

– ¡Podría habérnoslo dicho antes!

– Lo hubiese hecho -dijo Wexford con calma y, por extraño que pareciese, con sinceridad-, si hubiese tenido la más remota idea de que ustedes sospechaban de Roger Primero. Charlar con él acerca de su abuela es una cosa, pero acusarle de asesinato es otra muy diferente.

En tono cortés y ceremonioso. Charles preguntó:

– ¿Le importaría contarnos los detalles? Wexford correspondió a su cortesía:

– En absoluto. Pensaba hacerlo. Pero antes, sin embargo, más vale que les diga que no fue una apreciación retrospectiva. Yo conocía a Roger Primero. Lo había visto en el juzgado con su jefe en muchas ocasiones. Él solía acompañarle para seguir la evolución de los casos.

Charles asintió con el rostro rígido. Archery creía saber lo que pasaba por su mente. También sabía lo que significaba perder.

– Yo estaba trabajando en Sewingbury -continuó Wexford- y tenía una cita con un hombre que a veces nos pasaba información. Era lo que usted llamaría un tipo sin escrúpulos, pero nunca le sacamos nada que valiese veinte libras. La cita era a las seis, en un bar llamado Black Swan. Así, pues, fui allí, hablé con mi… mi amigo y como a las siete tenía que estar de vuelta en Kingsmarkham, salí del local a las seis y media, y entonces me encontré cara a cara con Primero.

»Me saludó y me dio la sensación de que estaba un poco perdido. Y efectivamente así era. Después, me enteré de que Primero esperaba encontrarse con unos amigos suyos, pero se había equivocado de bar. Le estaban esperando en el Black Bull. «¿Está usted de servicio? -me preguntó-. ¿O puedo invitarle a una copichuela?»

Archery estuvo a punto de sonreír. Wexford imitaba bastante bien la absurda jerga que Roger Primero empleaba, a pesar de sus dieciséis años de opulencia.

– «Gracias, de todos modos -dije-, pero tengo mucha prisa.» «Entonces, buenas noches», me dijo y se acercó él solo a la barra. Solamente llevaba diez minutos en Kingsmarkham, cuando me llamaron para que acudiera a Victor’s Piece.

Charles se levantó lentamente y le tendió la mano con gesto mecánico.

– Muchísimas gracias, inspector. Creo que ya no hay nada más que decir, ¿no es así? -Wexford se inclinó por encima de la mesa y le estrechó la mano. Un imperceptible resquicio de compasión suavizó sus rasgos y luego desapareció. Charles añadió-: Lamento mi anterior descortesía.

– No tiene importancia -dijo Wexford-. Esto es una comisaría, no un festival de la parroquia. -Vaciló y añadió-: Lo siento. -Archery comprendió que no se refería a los malos modales de su hijo.

Tess y Charles empezaron a discutir antes incluso de subir al coche. Archery les escuchó indiferente, seguro de que todo aquello ya lo habían hablado antes. Llevaba en silencio más de media hora y seguía sin encontrar nada que decir.

– Tenemos que ser realistas -decía Charles-. Si a mí no me importa y a mis padres no les importa, ¿por qué no podemos casarnos y olvidarnos de tu padre?

– ¿Quién dice que no les importa? Eso no es ser realista, yo sí que lo soy. En cierta forma, he sido muy afortunada… -Tess obsequió a Kershaw con una melosa sonrisa-. He tenido más suerte de la que nadie hubiera augurado, pero esto tendré que dejarlo correr.

– ¿Qué quieres decir exactamente?

– Sólo que… bueno, fue absurdo pensar que tú y yo podíamos casarnos.

– ¿Tú y yo? ¿Qué me dices de los demás que vendrán a cortejarte? ¿Acaso pretendes hacerles pasar por el mismo melodrama o cuando llegues a los treinta y se te echen los años encima, cambiarás de parecer?

Ella hizo una mueca. A Archery le pareció que Charles había olvidado que no estaban solos. A empujones, su hijo metió a Tess en el asiento trasero y cerró la puerta de un portazo.

– Sólo por curiosidad -continuó Charles, con amargo sarcasmo-, me gustaría saber si has hecho voto de castidad perpetuo. ¡Dios mío!, esto parece un artículo del Sunday Planet: «¡Condenada a la soltería por el crimen de su padre!» A ver si me puedes aclarar una cosa, puesto que se supone que estoy muy por encima de ti en el plano moral, me gustaría saber cuáles son las cualidades que debe poseer el afortunado. ¿Serías tan amable de enumerarme los requisitos?

Tess siempre se había sentido fortalecida por la fe de su madre en la inocencia de su padre, pero los Archery con sus dudas habían acabado con esa fe; no obstante, la llama de la esperanza había seguido ardiendo, hasta que Wexford la había apagado para siempre. Ella miró fijamente a Kershaw, el hombre que le había enseñado a enfrentarse con la realidad. Archery no se sorprendió cuando dijo histéricamente:

– Supongo que tendría que tener un padre asesino. -Tomó aliento, porque estaba admitiéndolo por primera vez-. ¡Como yo!

Charles dio un golpecito en la espalda de su padre y preguntó provocativo:

– ¿Por qué no te cargas a alguien, por favor?

– ¡Cállate! -dijo Kershaw-. Déjalo, Charlie, ¿quieres?

Archery le tocó el brazo, y dijo:

– Voy a bajar, si no os importa. Necesito un poco de aire.

– Yo, también -dijo Tess-. No aguanto más encerrada aquí dentro y tengo un espantoso dolor de cabeza. Necesito una aspirina.

– No puedo aparcar aquí.

– Volveremos andando al hotel, papá. Si no salgo de aquí me voy a desmayar, -dijo Tess.

Los tres se apearon. Charles con el semblante sombrío. Tess se tambaleó un poco y Archery la sujetó con su brazo. Varios transeúntes les observaron curiosos.

– Dijiste que querías aspirinas -dijo Charles.

La farmacia más cercana estaba a sólo unos metros, pero Tess, que iba vestida con ropa ligera, empezó a tiritar. El aire era denso y húmedo. Archery advirtió que los comerciantes habían recogido sus toldos.

Charles pareció a punto de reanudar la discusión, pero ella le miró suplicante:

– No hablemos más del asunto. Ya no tenemos nada más que decirnos. Con un poco de suerte, no nos volveremos a ver hasta octubre e incluso entonces podemos evitar encontrarnos…

Él frunció el ceño en silencio e hizo un gesto de rechazo. Archery abrió la puerta y Tess entró en el establecimiento.