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Asombrado, Archery contempló cómo ella se relajaba de nuevo y le decía con frialdad:

– Déme un cigarrillo. -le tiró su bolso-. ¡Enciéndamelo! -El viento húmedo apagó la llama. Ella ahuecó sus delgadas manos de gruesos nudillos para protegerla-. Siempre fisgando, ¿no? -Se echó hacia atrás-. No sé lo que esperaba encontrar, pero ya lo tiene.

Desconcertado, Archery examinó el jardín, miró hacia arriba a los gabletes y luego al pavimento resquebrajado.

– A mí, quiero decir -dijo ella con irritada impaciencia-. Usted ha estado contando historias a la policía sobre mí cuando no tiene ni la más mínima idea de todo este asunto. -Volvió a incorporarse violentamente, con descaro, y ante el horror del clérigo se subió la falda descubriendo sus muslos desnudos encima de las medias. La piel blanca estaba cubierta de pinchazos de jeringuilla-. Asma, eso es lo que es. Pastillas para el asma. Hay que disolverlas en agua (no puede imaginarse lo que cuesta hacerlo) y luego rellenar una jeringuilla con la solución.

Archery siempre había creído que no se sorprendía con facilidad, pero en aquel momento lo estaba. Sintió que el rubor cubría sus mejillas. La vergüenza le dejó mudo y luego dio pasó a un conmovido sentimiento de lástima y una especie de indefinible indignación con la humanidad.

– ¿Le hace algún efecto? -preguntó con todo el aplomo que pudo reunir.

– Te coloca, si entiende lo que quiero decir. Algo parecido a lo que usted debe sentir cuando canta salmos -bromeó-. Fue un hombre con el que viví el que me metió en esto. Verá, yo trabajaba en un sitio perfecto para conseguir las pastillas. Hasta que usted envió a ese mal parido de Burden, a dar un susto mortal a mi madre. Ahora tiene que pedir una receta nueva cada vez que las necesita y tiene que ir a recogerlas personalmente.

– Entiendo -dijo él y su esperanza se esfumó. Así que ése era el secreto al que la señora Crilling se refería. En la cárcel Liz no podría conseguir pastillas, ni jeringuillas y, puesto que era adicta a ellas, tendría que confesar su dependencia-. No creo que la policía pueda hacerle nada -dijo, sin saber si era o no verdad.

– ¿Qué sabrá usted de eso? Me quedan veinte pastillas en el frasco, así que vine aquí. Me he preparado una cama arriba y…

La interrumpió:

– ¿Es suyo el impermeable?

La pregunta sorprendió a la muchacha, pero sólo por un momento, luego volvió a adoptar una expresión desdeñosa que la hizo parecer mucho más vieja.

– Por supuesto -dijo mordazmente-. ¿De quién pensaba que era? ¿De Painter? Salí un momento para recoger algo del coche, dejé la puerta cerrada con pestillo y cuando regresé, usted estaba dentro con esa furcia. -Archery intentó no perder el control, sin apartar los ojos de ella. Por primera vez en su vida sintió el impulso de abofetear a alguien-. No me atrevía a volver a casa -dijo, recuperando el otro de sus dos únicos estados de humor que era capaz de sentir, y volvió a mostrarse infantil y llena de lástima por sí misma-. Pero tenía que recoger mi impermeable; las pastillas estaban en el bolsillo.

Ella respiró hondo y arrojó el cigarrillo hacia los arbustos húmedos.

– ¿Qué diablos pretende usted con volver a la escena del crimen? ¿Ponerse en su lugar?

– ¿En lugar de quién? -susurró él.

– De Painter, por supuesto. Bert Painter. Mi tío Bert. -Su tono volvía a ser desafiante, pero le temblaban las manos y sus ojos se volvieron vidriosos. Por fin hablaba. Él era como un hombre que esperaba una mala noticia, y aún sabiendo que ésta era inevitable, mantuviese la esperanza de que quedara mitigada por algún nuevo detalle o alguna faceta desconocida. Ella prosiguió-: Esa noche, Painter, estaba en el mismo sitio que está usted, sólo que él estaba cubierto de sangre y sostenía un trozo de madera que también estaba manchado de sangre. Me dijo: «Me he cortado. No mires, Lizzie, me he cortado.»

16

Cuando un alma impura

abandona a un hombre, vaga por

lugares yermos en busca de descanso,

sin encontrarlo. Dice: «Regresaré a la

casa de la que he salido.»

Evangelio del cuarto domingo de Cuaresma

Elizabeth Crilling se lo contó en segunda persona: «Tú hiciste esto y después hiciste aquello.» Asombrado, Archery fue consciente de que estaba escuchando algo que ningún padre ni psiquiatra había oído anteriormente. El extraño uso del pronombre parecía introducir su mente dentro del cuerpo de una niña para que él pudiese ver con sus ojos y sentir su terror.

Ahora ella estaba sentada, completamente inmóvil, en el mismo lugar donde todo había comenzado, bajo la luz descendente del húmedo atardecer. Sólo se movían sus párpados. A veces, en los momentos más angustiosos de su relato, ella cerraba los ojos y luego volvía a abrirlos con un suspiro. Archery nunca había asistido a una sesión de espiritismo y de hecho desaprobaba este tipo de cosas teológicamente insostenibles; pero había leído sobre el tema. El clérigo pensó que el monótono relato de los espeluznantes acontecimientos contado por Elizabeth Crilling tenía el cariz de la revelación de una médium. Ella estaba llegando al final, y en su rostro se reflejaba el alivio y el cansancio, como si acabara de quitarse un gran peso de encima.

«…Te pusiste el abrigo, el mejor que tenías porque también llevabas tu mejor vestido, cruzaste corriendo la carretera y recorriste el callejón del invernadero. No te vio nadie, así que nadie se enteraría. ¿O quizá sí? Seguramente aquel ruido lo hizo la puerta trasera al cerrarse suavemente.

»Rodeaste la casa con sigilo y entonces descubriste que era tío Bert que había salido al jardín.

»-¡Tío Bert, tío Bert! Tengo puesto mi vestido de fiesta. ¿Puedo ir a enseñárselo a Tessie?

»De repente tuviste miedo, un miedo que nunca habías sentido antes, porque el tío Bert respiraba de una manera extraña, jadeaba y tosía como papá cuando sufría uno de sus ataques. Entonces se volvió hacia ti, tenía manchas rojas por todas partes, en las manos y en la parte delantera de su abrigo.

»-Me he cortado -dijo-. No mires Lizzie. Acabo de cortarme.

»-¡Quiero ver a Tessie! ¡Quiero ver a Tessie!

»-¡No vayas allí!

»-No me toques. Llevo mi vestido nuevo. Si lo haces se lo diré a mamá.

»Él se quedó allí en medio, lleno de aquella cosa roja, con aquella cara que se parecía a la de un león, una boca y una nariz enormes y el pelo rizado y rojizo. Sí, se parecía al león de ese libro de dibujos que mamá no te dejaba mirar…

»La cosa roja le había salpicado el rostro y le había manchado los labios. Él aproximó su terrible cara a la tuya y te gritó:

»-Sí se lo dices, Lizzie Crilling, renacuajo presumido y repipi, ¿sabes lo que te haré? Estés dónde estés, ¿me oyes?, te encontraré y te haré lo mismo que a la vieja.»

Archery advirtió que el relato había acabado porque ella salió del trance, se incorporó en su silla y dejó escapar un gemido.

– ¿Pero usted volvió otra vez a Victor’s Piece? -murmuró Archery-, ¿no es cierto que regresó a la casa con su madre?

– ¡Mi madre! -Él no se habría sorprendido si ella hubiese empezado a llorar, pero lo que, desde luego, no esperaba era aquella violenta y amarga carcajada, aguda y discorde. De repente ella dejó de reírse y se apresuró a responderle-: Yo sólo tenía cinco años, era una niña. En aquel momento no sabía lo que Painter me quería decir. Me daba mucho más miedo que ella se enterase de que yo había ido allí sola. -Archery notó que ya utilizaba el «ella» y, por intuición, supo que no volvería a mencionar a su madre por su nombre-. Verá, ni siquiera sabía que aquello era sangre y creo que pensé que se trataba de pintura.

»Después volví con ella. La casa no me daba miedo y no sabía a quién se había referido Painter al decir “la vieja”. Cuando él dijo que me haría lo que le había hecho a la vieja, pensé que se refería a su mujer, la señora Painter. Él sabía que yo le había visto pegarla. Fui yo quien encontró el cadáver. ¿Lo sabía usted? ¡Dios, fue espantoso! Verá, yo no entendía nada. ¿Sabe lo que pensé al principio? Creí que, por algún motivo, ella había reventado.