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– ¡No! -dijo Archery.

– Si a usted le resulta difícil de asimilar, ¿cómo cree que fue para mí? Yo tenía cinco años. ¡Cinco años, por Dios! Me metieron en la cama y estuve enferma durante semanas. Arrestaron a Painter, por supuesto, pero nadie me lo dijo. Esas cosas no se cuentan a los niños. Yo no sabía qué había pasado, sólo que la abuela Rose había reventado por su culpa. Y que si yo contaba lo que había visto me haría lo mismo que a ella.

– Pero ¿qué pasó después? ¿No se lo contó usted a nadie?

Ella le había explicado cómo había descubierto un cadáver y le había dicho que fue espantoso, pero él percibió una cierta afectación en su voz. «Una niña encuentra una mujer asesinada», pensó. Sí, todo el mundo debió coincidir en afirmar que era un hecho traumatizante para ella, sin embargo, para Liz, eso no había sido lo peor. Ahora, tras contar lo que le había pasado, Archery observó que la muchacha volvía a entrar en trance, mientras el espíritu de Painter, allí presente, en el mismo sitio donde ocurrió todo, aparecía ante sus ojos.

– Te encontraría -masculló ella-. Te escondieses donde te escondieses, estuvieses donde estuvieses, él te encontraría. Querías contárselo a ella, pero no quiso escucharte. «No pienses en ello, nena, tienes que quitártelo de la cabeza.» Pero aquello no quería irse… -Sus facciones se movían y sus ojos vidriosos parpadeaban.

– Señorita Crilling, permítame llevarla a su casa.

Entonces ella se levantó y caminó mecánicamente hacia la pared de la casa, como un robot cuyo programa se hubiera desbaratado. Al tocar los ladrillos con las manos se detuvo y volvió a hablar, dirigiéndose no a él sino al interior de la casa.

– No quería irse. Y se metió cada vez más adentro, hasta convertirse en la rueda de una cajita de música que giraba y giraba, tocando la misma canción una y otra vez.

¿Es que ella era consciente de que estaba hablando metafóricamente? Antes la muchacha le había hecho pensar a Archery en una médium, pero ahora le parecía más bien un disco rayado que reproducía el mismo horror cada vez que la aguja llegaba al surco del recuerdo. Tocó su brazo y le sorprendió la docilidad y laxitud con que ella se dejó conducir de nuevo a la silla. Durante unos minutos los dos se sentaron en silencio. Ella habló primero, recuperada casi por completo:

– Conoce a Tessie, ¿verdad? ¿Se va a casar con su hijo? -Él se encogió de hombros. En voz queda, prosiguió-: Creo que es la única amiga que he tenido nunca. Su cumpleaños iba a ser la semana siguiente, iba a cumplir cinco años y yo pensé en regalarle uno de mis vestidos viejos. Dárselo a escondidas mientras ella estuviera con la vieja. Era una mocosa generosa, ¿a que sí? Pero no volví a verla.

Archery dijo con delicadeza:

– La ha visto usted en la farmacia, esta misma tarde.

Su estado de cordura, recién recuperado, era bastante frágil. Archery pensó que quizá había sido demasiado imprudente.

– ¿La de la blusa blanca? -dijo ella con un hilo de voz tan queda que él tuvo que inclinarse para oírla-. ¿La que no tenía cambio?

– Sí.

– Estaba a mi lado y yo sin saberlo. -Hubo un largo silencio. Sólo se oía el susurro sordo de los arbustos y las relucientes hojas cargadas de agua que trepaban por las paredes de la cochera. Ella inclinó la cabeza. -Reconozco que no me fijo mucho en las mujeres. Pero le vi a usted y al chico que iba con usted, desde luego. Recuerdo que pensé que por fin se veía algún tío bueno en este poblacho.

– El tío bueno al que se refiere -dijo Archery- es mi hijo.

– ¿El novio de Tess? ¡No tenía que haberle contado nada! -exclamó con exasperación-. Y, ¡Dios!, tampoco se lo habría dicho nunca a ella, si usted no me hubiera pillado así.

– Fue una coincidencia. Quizá es mejor que yo lo sepa.

– ¡Usted! -espetó-. Usted y su querido hijo no piensan en otra cosa. ¿Y yo qué? -Se levantó, le miró y se dirigió hacia la puerta con el cristal roto.

«Tiene razón», pensó avergonzado. Él había estado dispuesto a sacrificar a cualquiera, a las Crilling, a Primero, incluso a Imogen, por salvar a Charles; pero su búsqueda estaba condenada al fracaso desde el principio porque no se podía cambiar la historia.

– ¿Qué me van a hacer? -Liz no le miraba a la cara y hablaba con voz queda. Pero había tal apremio y tanto miedo en esa breve frase que produjo el mismo efecto que si la hubiese pronunciado a gritos.

– ¿A usted? -Archery se levantó y se colocó detrás de ella, impotente-. No tienen por qué hacerle nada. -Recordó al hombre muerto en el paso de peatones y los pinchazos que ella tenía en sus piernas, pero se limitó a añadir-: Es más grande el sufrimiento que usted ha padecido por los pecados ajenos que el daño que ha causado a otros.

– ¡La Biblia! -gritó-. ¡No me cite la Biblia! -Él no dijo nada, pues no lo había hecho. Ella añadió de repente-: Me voy arriba. ¿Sería tan amable de darle recuerdos a Tess cuando la vea? ¡Me hubiera gustado hacerle un regalo de cumpleaños!

Cuando Archery llegó a la casa del médico, el punzante dolor de su mano, que palpitaba como un segundo corazón, sofocaba cualquier otro tipo de sensación. Reconoció inmediatamente al doctor Crocker, y éste también se acordaba de él.

– Se está divirtiendo mucho estas vacaciones -dijo Crocker. Tuvo que hacer una sutura en el dedo y ponerle la vacuna antitetánica-, Primero el muchacho muerto y ahora esto… Lo siento, pero puede que le duela. Tiene usted una piel muy gruesa.

– ¿De veras? -Mientras se remangaba la camisa, Archery no pudo evitar una sonrisa-. Quisiera preguntarle algo. -Sin perder el tiempo con explicaciones, le expuso la duda que le venía atormentando desde que abandonó Victor’s Piece-. ¿Es posible?

– ¿A principios de octubre? -Crocker le miró con simpatía-. Mire, ¿es una cuestión personal?

Archery leyó sus pensamientos y sonrió.

– No exactamente -dijo-. Es, como se suele decir, en interés de un amigo.

– Bueno, es muy improbable. -Crocker sonrió-. Se conocen muy pocos casos, son contadísimos. Se puede decir que se registran para la historia médica.

Archery asintió y se levantó para irse.

– Tendré que volver a ver ese dedo -le dijo el doctor-. O si no, vaya a hacerle una visita a su médico de cabecera. Tiene que ponerse otras dos inyecciones. Vaya a verle cuando regrese a casa, ¿de acuerdo?

A casa… sí, mañana estaría en casa. Su estancia en Kingsmarkham no había sido precisamente muy tranquila, no obstante, Archery sentía esa curiosa sensación que se experimenta cuando se está a punto de abandonar un lugar de veraneo que acaba por resultar más familiar que el propio hogar.

Había paseado por High Street todos los días, algo que no hacía con mucha frecuencia por la calle principal de Thringford. Para él, eran tan conocidas la farmacia, la tienda de ultramarinos, la pañería como para las amas de casa de Kingsmarkham. Además, el lugar era francamente bonito. De repente le entristeció no haber prestado apenas atención a su belleza, pero pensó que siempre asociaría esa ciudad con un amor perdido y una búsqueda fracasada.

Las farolas, algunas de ellas antiguas, con fanales de hierro forjado, iluminaban los callejones que serpenteaban entre los muros de piedra, los patios de las cocheras y los jardines de los cottages. La débil luz amarillenta amortiguaba el color de las flores, confiriéndoles una luminosa palidez. Media hora antes quedaba suficiente luz para leer; ahora la oscuridad se adueñaba del lugar y desde la calle podían verse las luces de las lámparas a través de las ventanas. El cielo amenazaba lluvia y se veían algunas estrellas a través de los escasos claros que se abrían entre las nubes algodonosas. La luna no había salido aún.