Выбрать главу

– Usted sabe dónde está -afirmó el inspector jefe en tono amenazador-. ¿Quiere que le acusen de complicidad?

Archery cerró los ojos. De súbito, comprendió la razón por la que rehusaba colaborar. Aunque iba en contra de su religión y era incluso perverso, deseaba de corazón que los temores de Charles respecto a la chica se hubieran cumplido.

– Papá… -dijo Charles, pero como su padre no le contestó, se encogió de hombros y miró a Wexford con ojos consternados-. ¡Qué más da! Está en Victor’s Piece.

Archery tomó conciencia de que había estado conteniendo la respiración. Se relajó y exhaló un profundo suspiro.

– Está en uno de los dormitorios contemplando la cochera y soñando con un montón de arena. Me preguntó qué le iban a hacer y no la entendí… ¿Qué le van a hacer?

Wexford se levantó.

– Bueno, señor… -Archery tomó nota de ese «señor» como señal de un retorno al tratamiento del guante de seda-. Al igual que yo, usted sabe que ya no se castiga con la muerte… -lanzó una mirada hacia el lugar en que habían hallado el cuerpo de la señora Crilling- las ofensas más ignominiosas y graves.

– ¿Podemos irnos ya? -preguntó Charles.

– Hasta mañana -dijo Wexford.

Al salir por la puerta se encontraron con la lluvia, que caía con tanta fuerza que parecía una cortina de espuma. Durante la siguiente media hora el agua estuvo repiqueteando sobre el techo del coche, filtrándose a través de la ventanilla superior entreabierta. Archery tenía un charco alrededor de los pies, pero estaba demasiado cansado para concederle importancia.

Charles le acompañó a su habitación.

– No es el mejor momento para hacerte esta pregunta -dijo-. Falta poco para el amanecer y Dios sabe lo que tendremos que soportar mañana, pero necesito saberlo. Prefiero saberlo. ¿Qué más te contó esa muchacha en Victor’s Piece?

Archery había oído que, en determinadas situaciones, las personas recorrían frenéticamente una habitación como fieras enjauladas. Nunca se había imaginado a sí mismo en un estado de tensión tal que, a pesar de sentirse exhausto, encontraría alivio en cruzar y volver a cruzar la habitación, cogiendo objetos y volviendo a dejarlos en su sitio, con manos temblorosas. Charles aguardaba, sintiéndose demasiado desdichado como para mostrarse impaciente. El sobre con la carta para Tess estaba encima del tocador, al lado de la tarjeta de la tienda de recuerdos turísticos. Archery la cogió y jugueteó con ella, arrugando los bordes decorados de la cartulina. Luego, se acercó a su hijo, posó las manos sobre sus hombros con suavidad, le miró a aquellos ojos que se parecían tanto a los suyos y dijo:

– Lo que me contó no te concierne. Sería como, bueno, una pesadilla ajena. -Charles no se movió-. ¡Pero me gustaría que me dijeses dónde viste los versos que están impresos en esta tarjeta!

Era una mañana gris y fría, una de las que se ven en trescientos de los trescientos sesenta y cinco días del año, sin lluvia ni sol, sin escarcha ni niebla. Una mañana anodina. El guardia de tráfico llevaba puesta la chaqueta oscura, las tiendas habían recogido los toldos a rayas y los transeúntes aceleraban el paso.

El inspector Burden escoltó a Archery hasta la comisaría. El clérigo sintió una punzada de vergüenza al responder a la amable pregunta del agente sobre cómo había pasado la noche. Había dormido como un tronco. Quizá tampoco se le hubiese turbado el sueño si hubiese sabido ya lo que acababa de comunicarle el inspector: Elizabeth Crilling estaba viva.

– Nos acompañó sin oponerse -dijo Burden y, con cierta indiscreción, añadió-: Para decirle la verdad, señor, nunca la he visto tan tranquila y cuerda y… bueno, en paz, por así decirlo.

– Supongo que estará deseando regresar a casa -le dijo Wexford, cuando Burden les dejó a solas en el despacho azul y amarillo-. Tendrá que volver para la investigación y la vista, ya que fue usted quien encontró el cadáver.

Archery suspiró.

– Elizabeth encontró un cadáver hace dieciséis años. Si no hubiese sido por la vanidad y el egoísmo de su madre, la codicia por obtener algo a lo que no tenía derecho, eso no habría ocurrido. Puede ser que esa codicia se volviera contra ella y la destruyera mucho después de que su propósito original se frustrase, o que Elizabeth guardase rencor a su madre porque ésta se negaba a hablar de Painter y a sacar su terror a la luz.

– En efecto -dijo Wexford-. Los dos motivos son plausibles. Y también puede ser que, cuando Liz salió de la farmacia y volvió a Glebe Road, la señora Crilling tuviese miedo de pedir otra receta y Liz, en la desesperación del síndrome de abstinencia, la estrangulase.

– ¿Puedo verla?

– Me temo que no. Empiezo a comprender lo que ella vio hace dieciséis años y lo que le contó a usted anoche.

– Después de hablar con ella fui a ver al doctor Crocker. Quiero que vea esto. -Archery le entregó la carta del coronel Plashet y le señaló en silencio la página reveladora con su dedo vendado-. Pobre Elizabeth -murmuró-. Quería regalarle a Tess uno de sus vestidos por su quinto cumpleaños. A menos que Tess haya cambiado mucho desde entonces, no creo que ese regalo hubiese significado mucho para ella.

Wexford leyó la carta, cerró brevemente los ojos y sonrió:

– Entiendo. -Dijo con calma mientras volvía a meterla en el sobre.

– Tengo razón, ¿no es cierto? ¿No estoy tergiversando las cosas, creándome falsas ilusiones? Verá, ya no me fío de mi propio juicio. Necesito la opinión de un experto en deducción. Estuve en Forby y vi la fotografía, tengo la carta y he hablado con el doctor. Si usted tuviese las mismas pistas, ¿no habría llegado a la misma conclusión?

– Es usted muy amable, señor Archery. -Wexford sonrió irónicamente-. Recibo más quejas que cumplidos. Bueno, en cuanto a las pistas y a las conclusiones, estoy de acuerdo, pero yo lo habría averiguado mucho antes.

»Mire -continuó-, todo depende de lo que uno esté buscando y, de hecho, señor, usted no sabía lo que estaba buscando. Usted estaba empeñado en desmentir algo frente a, bueno, como usted mismo ha dicho, la deducción de profesionales. Lo que ha descubierto conduce al mismo punto que teníamos. Es decir, para usted y su hijo. Pero no ha cambiado el statu quo para la justicia. Nosotros nos habríamos asegurado, desde el principio, de que sabíamos exactamente lo que estábamos buscando, es lo elemental. Cuando uno llega a este punto, importa muy poco quién ha cometido el crimen. Pero usted lo miraba a través de una lente que le venía grande.

– Una lente demasiado oscura -dijo Archery.

– No me gustaría estar en su lugar en su próxima entrevista.

– Es curioso -dijo Archery pensativamente, mientras se levantaba- que partiendo de opiniones opuestas, al final los dos tengamos la razón.

Wexford le había dicho que tendría que volver. Él procuraría que sus visitas fuesen breves, sólo abriría los ojos cuando estuviese dentro del edificio del otro lado de la calle: el juzgado, y sólo hablaría para hacer su declaración. Archery había leído historias de personas conducidas a lugares desconocidos, con los ojos vendados y en vehículos herméticos para que no pudiesen reconocer los lugares que atravesaban. En su caso, la presencia de aquellos que su fe le permitía amar legítimamente sería la que le protegería de los recuerdos: Mary, Charles y Tess serían su antifaz y su capucha. Seguramente, no volvería nunca a esta habitación. Se volvió para mirarla por última vez, pero si pensaba que habría dicho la última palabra, estaba muy equivocado.

– Ambos estábamos en lo cierto. Yo con la razón y usted con la fe -dijo Wexford, mientras le daba un suave apretón de manos. Añadió-: Después de todo, no se podría haber esperado otra cosa.