– Supongo que fue Tess quien se lo dijo -susurró ella-. Era nuestro secreto. -Abrió la tapa de la caja para que él pudiese leer las palabras de la primera página del manuscrito: El rebaño. Oración en forma de drama, de John Grace-. Si usted me lo hubiese pedido antes se las habría enseñado. Tess me dijo que debía mostrárselas a cualquiera que se interesase por ellas y que… que pudiese comprenderlas.
Cuando sus ojos volvieron a encontrarse él logró retener la mirada trémula de Irene Kershaw en la suya. Sabía que sus pensamientos se traslucían en su mirada, y ella debió leerlos, pues le tendió la caja y dijo:
– Aquí las tiene. Puede quedárselas. -Asustado y avergonzado, retiró las manos y retrocedió. De repente, entendió cuáles eran las intenciones de la señora Kershaw, le entregaba como pago la más valiosa de sus posesiones-. Pero no me haga preguntas. -Dejó salir un débil quejido-. ¡No me pregunte sobre él!
Archery se cubrió impulsivamente los ojos con las manos, la mirada de Irene Kershaw se le hacía insoportable.
– No tengo derecho a juzgarla -murmuró.
– Sí, sí… está bien. -Le tocó en el hombro con firmeza, como si hubiese recuperado las fuerzas-. Pero no me pregunte sobre él. Mi esposo me dijo que usted quería saberlo todo acerca de Painter, Bert Painter, mi primer marido. Le diré todo lo que recuerdo de él, cualquier cosa que quiera saber.
Su juez y su torturador… Era mejor una rápida puñalada certera que este atroz e interminable sufrimiento. Apretó los puños hasta sentir el dolor de su dedo herido y la miró por encima de las hojas amarillentas del poema.
– No quiero saber nada más de Painter -dijo-. No es él quien me interesa. Sólo me interesa el padre de Tess… -Ni sus sollozos ni la mano que apretaba su brazo desesperadamente pudieron detenerle-. Y desde anoche sé -prosiguió en voz baja -que Painter no pudo ser su padre.
18
… Como tendrás que responder de
tus acciones el temido día del juicio
final, cuando los secretos de todos los
corazones sean desvelados…
La solemnización del matrimonio
Ella lloraba en el suelo. Para Archery, que permanecía impotente a su lado, el verla sobrepasar todos los límites del convencionalismo hasta el punto de estar boca abajo en el suelo, sacudida por los sollozos, era la prueba de la envergadura de su desmoronamiento. Archery nunca había sentido una desesperación tan profunda. Con una ansiedad que rayaba en el pánico, se compadeció de aquella mujer que se deshacía en lágrimas, como si fuese la primera vez que llorase.
No pudo calcular cuánto tiempo podía durar su postración. En la habitación, que disponía de todo lo necesario para llevar lo que se conoce como una «vida cómoda», no había ningún reloj y él se había quitado el suyo para poder sujetar la venda del dedo a la muñeca. Cuando empezaba a creer que aquel llanto no iba a acabar nunca, ella se incorporó de pronto y luego se dejó ir como un animal apaleado.
– Señora Kershaw… -dijo él-. Señora Kershaw, perdóneme.
Ella se levantó despacio, respirando con dificultad. Su vestido de algodón estaba arrugado como un trapo viejo. Le dijo algo pero él no pudo entenderla y entonces descubrió lo que le sucedía: se había quedado sin voz.
– ¿Puedo traerle algo? ¿Un vaso de agua, un poco de brandy?
Ella movió negativamente la cabeza, como si ésta no formase parte de su cuerpo y fuese algo independiente de él que giraba sobre un pivote.
– No bebo -dijo con voz ronca.
En ese momento Archery tuvo la certeza de que nada podría atravesar aquella coraza de respetabilidad. Ella se desplomó en el sillón que había ocupado antes, dejando colgar fláccidamente los brazos a los lados. Cuando él regresó de la cocina con un vaso de agua, ella se había recuperado lo suficiente como para tomar un sorbo y secarse, con la finura de costumbre, las comisuras de los labios. Él no se atrevió a hablar.
– ¿Tendré que decírselo a ella? -Hablaba con voz grave, pero ya no ronca-. ¿Tendré que decírselo a mi Tessie?
Archery no se atrevió a confesarle que Charles se lo habría contado ya.
– Hoy día, eso no es nada -dijo, refutando las enseñanzas de dos milenios de su fe con una sola frase-. Esas cosas ya no tienen importancia. Ahora cuénteme todo lo que sabe.
Se arrodilló ante ella y rezó para que todas sus conjeturas se aproximasen lo más posible a la verdad y ella sólo se limitase a completar algunos detalles. ¡Ojalá tuviese éxito en esa última tarea y pudiese ahorrarle así la vergüenza de una confesión!
– Usted y John Grace vivían muy cerca en Forby. Se enamoraron, pero él murió…
Maquinalmente, ella tomó el manuscrito de sus manos y lo dejó sobre su regazo. Lo había cogido como si se tratase de un talismán o una reliquia y en voz queda dijo:
– Era tan inteligente. Yo no entendía las cosas que escribía, pero eran muy bellas. Su profesor quería que fuese a la universidad pero su madre no le dejó. Verá, su padre tenía una panadería y esperaba que él le ayudara con el negocio. -Que siga hablando, rezó Archery alejándose poco a poco para sentarse en el borde de su silla. Ella continuó-: Él seguía escribiendo sus poemas y sus obras de teatro y por las noches estudiaba para algún que otro examen. John se libró del ejército porque estaba enfermo, tenía anemia. -Sus dedos se crisparon sobre el manuscrito con más fuerza pero sus ojos estaban secos. Por un instante, Archery volvió a ver el anguloso y pálido rostro de la tarjeta de la tienda de recuerdos, pero sus rasgos se iban transformando poco a poco en los de Tess.
Contempló a Irene Kershaw embargado por una dolorosa compasión. A no ser que él interviniese, había llegado el punto en que ella tendría que abordar el tema que le supondría una mayor humillación.
– Iban a casarse -dijo él.
Acaso ella tuvo miedo de las palabras que él pudiese utilizar, porque se defendió gritando: -¡Nunca hicimos nada malo! Sólo una vez… Después… bueno, él no era como los demás muchachos. Estaba tan avergonzado como yo. -Desvió el rostro y para justificarse añadió con un hilo de voz-: Aparte de John, he tenido dos maridos, pero nunca me he sentido atraída por este tipo de cosas. -Echó la cabeza hacia atrás, ruborizada-. Estábamos comprometidos, íbamos a casarnos…
Archery vio que era el momento de seguir adelante con sus conjeturas:
– Usted supo que estaba embarazada después de que él muriera, ¿no es cierto? -Ella asintió con la cabeza, enmudecida por el azoramiento-. No tenía a dónde ir y tenía miedo, así que se casó con Painter. Veamos, John Grace murió en febrero de 1945 y Painter regresó de Birmania a finales de marzo. Así que usted debía conocerle de antes. -Era pura suposición-. ¿Quizá estuviese destinado en Forby antes de embarcarse para el Extremo Oriente? -Fue recompensado con una imperceptible inclinación de cabeza, y continuó a expensas de su inspirada imaginación para completar su crónica de los hechos, nutrida por el contenido de una carta de Kendal, el rostro de una fotografía y las magulladuras del brazo de una mujer. Apartó la mirada y cerró los puños para contener un suspiro. Incluso un simple suspiro podría delatarle. Al lado de las cristaleras se recortó contra los geranios bermejos la silueta de Kershaw, que permanecía en silencio, inmóvil y alerta. ¿Cuánto tiempo llevaría allí? ¿Qué habría escuchado? Consternado, Archery escrutó su expresión, en busca de signos de sufrimiento o de ira, y halló una dulzura que le devolvió el coraje.
Quizá él estaba traicionando a esta mujer, tal vez estuviese a punto de cometer algo imperdonable, pero ya era demasiado tarde para ese tipo de recriminaciones.
– Déjeme terminar -dijo, sin saber cómo conseguiría mantener el tono de su voz-. Usted se casó con Painter y le hizo creer que era el padre de Tess. Pero él sospechaba y por eso nunca quiso a la niña como un padre, ¿no es cierto? ¿Por qué no se lo contó al señor Kershaw?