Varios miembros del jurado asintieron.
Lord Justice Sullivan parecía preocupado, a punto de llegar al extremo de interrumpirlo. ¿Era concebible que Rathbone hubiese olvidado a qué parte representaba?
– Tomemos en consideración a cada una de estas personas por separado -dijo Rathbone razonablemente-. Y también al señor Orme, por supuesto. Creo que nosotros coincidimos con ellos en el deseo de servir completa e irrevocablemente a la justicia. -Aquello fue casi una pregunta, aunque esbozó una sonrisa-. No obstante, nuestra posición difiere de la suya en que ellos presentan pruebas para que se tengan en cuenta mientras que nosotros sacamos una conclusión que es irrevocable. Si hallamos culpable a Jericho Phillips, en el plazo de tres semanas será ahorcado y nunca más podremos traerlo de vuelta a este mundo.
»Si, por el contrario, lo hallamos no culpable, no podrá ser juzgado por este crimen otra vez. Caballeros, nuestra decisión no deja lugar a la pasión, sin que importe cuán comprensibles, cuán humanas, cuán dignas de la más noble piedad sean las víctimas de la pobreza, la enfermedad o la desigualdad. No tenemos el lujo de contar con que otros vengan después y enmienden nuestros errores o corrijan nuestros juicios erróneos. Sólo en esta sala cabe ese juicio final en el tribunal de Dios, ante quien nos presentaremos todos en la eternidad. ¡No podemos equivocarnos! -Levantó la mano con el puño cerrado, no a modo de amenaza sino recalcando la trascendencia del aserto.
»No somos partidarios de nadie. -Los miró uno tras otro y luego tembló un poco-. No debemos serlo. Permitir que un sentimiento de agrado o repulsa, de horror, de piedad o de auto-compasión, de miedo o favoritismo por alguien -cortó el aire-, o que cualquier otra actitud humana influya en nuestra decisión equivale a negar la justicia. Y nunca confundan el drama al que asistimos aquí con nuestro propósito, ¡no lo es! Nuestro propósito es la justicia imparcial e igual para todas las personas, vivas o muertas, buenas o malas, fuertes o débiles… -Vaciló-. Encantadoras u horrorosas. La cuestión no es si el comandante Durban era un buen hombre, incluso un espíritu noble, sino si estuvo en lo cierto al reunir pruebas y sacar conclusiones en relación con el asesinato de Walter Figgis. ¿Permitió que las pasiones humanas gobernaran su razonamiento? ¿Hizo que su sueño de justicia precipitara sus juicios? ¿Que su rechazo del crimen le impeliera a captar la solución demasiado deprisa?
»Deben ponderar por qué abandonó la persecución de Phillips y luego la retomó. Sus notas no lo dicen. ¿Por qué no? Deben preguntárselo y no eludir la respuesta por desagradable que sea. -Se volvió, dio unos pasos y se enfrentó al jurado otra vez-. Eligió a William Monk para que lo sucediera en el puesto ¿Por qué? Es un buen detective. Nadie lo sabe tan bien como yo. ¿Pero acaso Durban, que lo trató sólo unos meses, le eligió porque vio en Monk a un hombre de profundas convicciones semejantes a las suyas, compasivo con los débiles, iracundo ante los abusos y de una dedicación imparable? Un hombre que haría lo posible por cerrar los casos que dejaba inconclusos por honor y para pagar una deuda personal. -Los ojos de los jurados estaban clavados en Rathbone, y él lo sabía.
»Tienen que juzgar la fuerza y el equilibrio de la compulsión que llevó a Monk a seguir el mismo camino que Durban había tomado -les dijo-. Han escuchado a la señora Monk y se habrán formado una opinión sobre su valentía y su pasión. Esta mujer salió del mismo molde que Florence Nightingale, esta mujer recorrió los campos de batalla entre los muertos y los agonizantes y no se desmayó ni se echó a llorar, no se echó para atrás sino que se armó de valor y tomó decisiones. Con bisturí y aguja, vendas y agua, salvó vidas. ¿Qué no haría para llevar ante la justicia al hombre que abusó y asesinó a niños, a un niño tan parecido al mismísimo rapiñador que prácticamente ha adoptado como propio?
»¿Están dispuestos a ahorcar a Jericho Phillips con la certidumbre, más allá de toda duda fundada, de que estas personas, tan apasionadas y enfurecidas con razón, no se han equivocado en su razonamiento analítico y objetivo, y que han encontrado al hombre correcto entre los miles que se ganan la vida en el río más ajetreado del mundo? -Bajó la voz y se quedó inmóvil en medio del entarimado-. Si no están seguros, deben hallarlo no culpable por el bien de todos nosotros. En primer lugar por el de la ley, que debe proteger a los más débiles, los más pobres y los menos amados de todos nosotros, así como protege a los fuertes, los guapos y los buenos. Si no lo hacen, dejará de ser una protección, convirtiéndose en mero instrumento de nuestro poder y nuestros prejuicios.
«Caballeros, termino mi alegato dejando que el fallo recaiga no sobre su lástima o su indignación, sino sobre su honor al sagrado principio de la justicia por la que un día todos seremos juzgados.
Se sentó en medio de un silencio sepulcral. Ninguna otra persona se movió ni hizo el menor ruido.
Al cabo de un momento, con voz ronca, lord Justice Sullivan invitó al jurado a retirarse para deliberar y dar su veredicto.
Regresaron antes de una hora sin mirar a nadie. Estaban tristes, pero también decididos.
Sullivan pidió a su portavoz que hablara en nombre de ellos.
– No culpable -dijo en voz baja y clara.
Capítulo 4
Sentado en la sala del tribunal, Monk no salía de su asombro. A su lado, Hester estaba paralizada. Monk lo notaba como si estuviera arrimado a ella aunque en realidad los separaban varios centímetros. Entonces la oyó moverse y supo que se había vuelto para mirarlo. ¿Qué podía decirle? Había estado tan convencido de cuál sería el veredicto que ni siquiera había sugerido a la acusación que presentara cargos contra Phillips por el intento de homicidio del piloto del transbordador. Y ahora, como si se hubiese desvanecido en el aire, Phillips había escapado.
Salieron de la sala en silencio, se abrieron paso entre el gentío y, una vez en la calle, como por tácito acuerdo, en lugar de buscar un ómnibus enfilaron Ludgate Hill hacia el puente de Blackfriars. El río resplandecía bajo el sol oblicuo del atardecer. Las embarcaciones de recreo lucían vistosas banderas y gallardetes que aleteaban al viento. La música de un organillo llegaba desde algún lugar de la orilla que no llegaban a ver.
Se hallaban a poco más de un kilómetro del puente de Southwark. Caminaron hacia allí lentamente, observando las brillantes estelas de los barcos, y tomaron un ómnibus después de cruzarlo. Se sentaron muy quietos, y no pronunciaron palabra hasta que se apearon a menos de un kilómetro de Paradise Place y subieron la colina, dando un rodeo por el mero placer de respirar aire fresco.
El parque era un remanso de paz, una leve brisa agitaba las hojas, como si alguien respirase mientras dormía plácidamente.
En media docena de ocasiones, Monk había querido decir algo pero, cada vez, lo que iba a decir le pareció torpe, como un intento de justificarse. ¿Qué pensaba de él Hester? Rathbone lo había llamado como testigo. Sin duda había contado con que Monk diría y haría exactamente lo que había hecho.
– ¿Sabía que iba a reaccionar así? -dijo por fin mientras pasaban bajo uno de los altísimos árboles del parque, cuyas ramas proyectaban sombras profundas-. ¿Tan predecible soy, o es que me ha manipulado?
Hester reflexionó antes de contestar.
– Ambas cosas, diría yo -dijo finalmente-. Esa es su gran habilidad, hacer la pregunta de tal modo que en realidad sólo puedes darle una respuesta. Pintó a Durban como un personaje sentimental, demasiado emotivo, y luego te preguntó si a ti te importaba el caso tanto como a él. No ibas a decirle que no. -Tenía el ceño fruncido-. Entiendo el principio de que la ley debe fundamentarse en pruebas, no en el amor ni en el odio. Cuesta aceptarlo pero es así. No puedes condenar a alguien porque no te caiga bien. Lo que no entiendo es por qué eligió este caso en concreto para demostrarlo. Hubiese jurado que Phillips le resultaría tan repulsivo como al resto de nosotros. Me parece… -buscó la palabra apropiada-, perverso.