Squeaky puso los ojos en blanco.
– ¡Por Dios, mujer! ¡Me refiero a Jericho Phillips! No costaría nada liquidar a sir Oliver Rathbone. Sólo que tendrías a todos los polis de Londres detrás de ti, o sea que supongo que acabarías bailando al final de una soga. Y eso es caro. Pero Phillips sería otra cosa. Como que no te pillara él primero. Menudo sujeto está hecho.
– Eso ya lo sé, Squeaky. Preferiría capturarlo legítimamente.
– Ya lo ha intentado -señaló él. Apartó un montón de papeles a un lado del escritorio-. No pretendo restregárselo por la nariz, pero no han conseguido exactamente que se hiciera justicia, ¿me equivoco? Ahora está mejor que si no se hubiesen molestado en intentarlo. Está libre, el muy cerdo. Ahora, aunque pudieran demostrarlo y él confesara, no podrían ponerle la mano encima a ese canalla.
– Lo sé.
– Pero a lo mejor no ha pensado, señora Hester -prosiguió Squeaky muy serio-, que Phillips sabe que van a por él y que sabe quién puede decirle qué, y esa gente tendrá que ir con pies de plomo a partir de ahora. Es un pedazo de cabrón muy peligroso ese Jericho Phillips. No va a perdonar a quien haya hablado más de la cuenta.
Hester se estremeció; se le hizo un nudo en el estómago. Tal vez aquello fuese lo más grave de su fracaso: el peligro para los demás, las vidas ensombrecidas por el miedo a la venganza de Phillips cuando su convencimiento les había prometido seguridad. No quería mirar a Squeaky a los ojos, pero sería cobarde no hacerlo.
– Sí, eso también me consta. Va a ser todavía más difícil esta vez.
– ¡No tiene ningún sentido volver a hacerlo, señora Hester! -señaló Squeaky-. ¡Ya no podemos ahorcar a ese cabrón! ¡Sabemos que debería ser ahorcado, destripado y que los pájaros se comieran sus tripas! ¡Pero la ley dice que es tan inocente como los niños que vende! ¡Gracias al maldito sir Oliver Rathbone! Ahora ninguno de los que hablaron contra él está a salvo, pobres diablos.
– Ya lo sé, Squeaky -le aseguró Hester-. Y me consta que los hemos defraudado. Usted no; el señor Monk y yo. Dimos demasiadas cosas por sentadas. Nos dejamos guiar más por la ira y la piedad que por la cabeza. Pero aún hay que encargarse de Phillips, y se lo debemos a toda la gente que nos ayudó. Habrá que encerrarlo por alguna otra causa, y ya está.
Squeaky cerró los ojos y suspiró exasperado pero, pese a la alarma, también había un asomo de sonrisa en su cara.
– ¿No aprenderá nunca, verdad? ¡Dios bendito! ¿Qué quiere ahora?
Hester decidió que si no era una muestra de acuerdo, como mínimo era de aquiescencia. Se inclinó sobre la mesa.
– Sólo lo han absuelto de asesinar a Fig en concreto. Aún se le puede acusar de cualquier otra cosa.
– Pero no ahorcarlo -replicó Squeaky con gravedad-. Y tiene que ser ahorcado.
– Veinte años en Coldbath Fields serían un buen comienzo -repuso Hester-. ¿No le parece? Tendría una muerte mucho más larga y lenta que colgado de una soga.
Squeaky lo meditó unos instantes.
– Se lo garantizo -dijo al fin-. Pero me gusta lo seguro. La soga es segura. Una vez hecho, queda hecho por siempre.
– Ya no tenemos esa opción -dijo Hester con desánimo.
Squeaky la miró, parpadeando.
– ¿Se pregunta quién le pagó o ya lo sabe? -preguntó.
Hester se quedó perpleja.
– ¿Pagar?
– A sir Oliver Rathbone -contestó Squeaky-. No lo hizo gratis. ¿Por qué lo hizo, si no? ¿Lo sabe ella?
Señaló bruscamente en dirección a la cocina.
– No tengo ni idea -contestó Hester, pero ya tenía en mente la cuestión de quién había pagado a Oliver, y por qué había aceptado el dinero. Hasta entonces no se había planteado nunca la posibilidad de que debiera favores, al menos no de la clase por los que cupiera pedir semejante pago. ¿Cómo se incurría en semejantes deudas? ¿Para qué? ¿Y quién exigiría semejante pago?
Sin duda, cualquiera a quien Rathbone considerase un amigo querría tanto como Monk ver a Phillips condenado.
Squeaky torció el gesto como si hubiese mordido un limón.
– Si cree que lo hizo gratis, pocas esperanzas me da usted -dijo indignado-. Phillips tiene amigos muy bien situados. Nunca imaginé que Rathbone fuese uno de ellos. Y sigo sin imaginarlo. Pero algunos de ellos tienen mucho poder, por donde quiera que se mire. -Hizo una mueca de desprecio-. Nunca se sabe hasta dónde llegan sus tentáculos. Mucho dinero en fotos obscenas, cuanto más sucias, más dinero. Si son de niños puede pedir lo que quiera. Primero por las fotos, luego por el silencio del comprador.
Se dio un toque en la nariz y la miró con un solo ojo.
Hester iba a decir que sir Oliver no habría cedido a ninguna clase de presión, pero cambió de parecer y se tragó sus palabras. ¿Quién sabía lo que uno haría por un amigo que se viera envuelto en serios problemas? Alguien había pagado a Oliver, y éste había resuelto no preguntar por qué. Los mismos principios legales valían fuera quien fuese, y el mismo peso de las pruebas.
Squeaky frunció los labios con aversión.
– Mirar la clase de fotos que Phillips vende a la gente puede afectarte la cabeza -dijo, observándola detenidamente para asegurarse de que le entendía-. Incluso a personas que nunca se imaginaría. Si les quita sus pantalones elegantes y sus camisas a la última moda, no son muy distintos de cualquier mendigo o ladrón, en lo que a gustos de maricón se refiere. Sólo que algunos tipos tienen más que perder que otros, de manera que quedan expuestos a un poco de presión de vez en cuando.
Hester lo miraba fijamente.
– ¿Está diciendo que Jericho Phillips tiene amigos tan bien situados como para ayudarle ante la ley, Squeaky?
Squeaky puso los ojos en blanco como si su ingenuidad le hubiese lastimado en una parte secreta de su ser.
– Pues claro. ¿No pensará que ha estado a salvo todos estos años porque nadie sabe a qué se dedica, verdad?
– ¿Por una afición a las fotografías obscenas? -prosiguió Hester, incrédula-. Sé que muchos hombres mantienen a amantes o emprenden aventuras azarosas, y en algunos lugares insólitos. ¿Pero fotografías? ¿Qué placer puede dar, que sea tan poderoso como para comprometer tu honor, tu reputación, todo, por tratar con un hombre como Phillips?
Squeaky encogió sus hombros huesudos.
– No me pida que le explique la naturaleza humana, señora. No soy responsable de ella. Pero hay ciertas cosas que puedes hacer que un niño haga que ningún adulto haría sin mirarte como si acabaras de salir de un vertedero. No se trata de amor, ni siquiera de un apetito decente, se trata de hacer que otras personas hagan lo que tú quieres que hagan, y saborear ese poder una y otra vez, como si nunca tuvieras bastante. A veces la cosa consiste en hacer algo que te arruinaría la vida si te pillaran, y la sensación de peligro te embriaga. Y ninguno de ellos hace distinción entre personas, si entiende lo que quiero decir. Hay gente que necesita pasar más frío y hambre para pensar qué es lo que importa.
»Ir de putas es una cosa -prosiguió Squeaky-. Aceptémoslo tal como lo hace la sociedad; no es tan grave. Casi todas las señoras casadas miran hacia otra parte y siguen adelante con sus vidas. Cierran el dormitorio con llave, a lo mejor, porque no quieren despertarse con una enfermedad asquerosa, pero no montan un escándalo. Las fotos de niñas son indecentes, e indignan a las personas de bien. -Squeaky meneó la cabeza-. Pero los niños son harina de otro costal. No es sólo indecente, es ilegal. Y eso es completamente distinto.
»Si nadie se entera, nadie irá a indagar. Todos sabemos que ocurren cosas en las que preferimos no pensar, y casi todo el mundo se ocupa de sus propios asuntos. Pero si te obligaran a saber, te verías forzado a hacer algo. Amigo o no, te echan de los clubes, del trabajo, y la sociedad no volverá a acogerte. De manera que pagas lo que haga falta con tal de no levantar la liebre, ¿entiende?
– Sí, lo entiendo -dijo Hester con voz un poco temblorosa. Todo un mundo nuevo de sufrimiento se había abierto ante sus ojos. No era que desconociera la homosexualidad; había sido enfermera en el ejército. Pero servirse de niños para ejercer un poder que ninguna relación entre adultos toleraría, ni siquiera pagando con dinero, o satisfacer un apetito por las emociones del peligro, era una idea nueva y sumamente horrible. Daba asco pensar que hubiera quien secuestraba y alquilaba niños para tales fines-. Tengo que aplastar a Jericho Phillips, Squeaky -agregó en voz muy baja-. Dudo que pueda conseguirlo sin su ayuda. Tenemos que averiguar a quién más podemos pedir que colabore. Me imagino que el señor Sutton lo hará, y Scuff seguramente también. ¿Quién más se le ocurre?