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– Pobre Oliver-dijo Hester en voz baja-. Pero yo le diría la verdad a todo el mundo, si tuviera que hacerlo para recuperar a Scuff.

– Claudine piensa que Ballinger pudo haberla reconocido -dijo Monk con voz bronca-. Todo indica que fue así y que se lo dijo a Phillips. Por eso Phillips ha secuestrado a Scuff. Saben que el cerco se está cerrando. -Tenía la cara muy pálida, los ojos hundidos-. Tenemos que recuperar a Scuff o encontrar algún testigo cuya declaración podamos usar para obligar a Phillips a soltarlo. Me voy a ver a Rathbone…

– Voy contigo -dijo Hester al instante.

– No. Pero no te dejaré al margen. Lo prometo…

– ¡Yo también voy! Si vas en busca de Scuff y alguien resulta herido, puedo hacer más que ninguno de vosotros. -Por primera vez levantó la vista hacia Orme, con expresión suplicante-. ¡Usted lo sabe!

Monk se volvió de cara a ella.

– Sí, yo lo sé muy bien. También sé que no me perdonarías si algo saliera mal y tú pudieras haberlo evitado, y yo no podría vivir con ese cargo de conciencia. Te doy mi palabra de que no iré sin ti. Ni sin Orme, si quiere usted venir -agregó, mirándolo.

– Iré -dijo Orme sin más-. Tendré la lancha preparada, y algunas pistolas.

Monk asintió a modo de agradecimiento y tocó la mano de Hester al salir. No fue más que un breve gesto de afecto, piel contra piel, e instantes después ya se había marchado.

* * *

Monk fue directamente al bufete de Rathbone y pidió verlo de inmediato.

Su pasante se deshizo en disculpas.

– Lo siento, señor Monk, pero sir Oliver está con un cliente ahora mismo. Calculo que estará libre dentro de media hora, si se trata de una urgencia -dijo cortésmente.

– Es extremadamente urgente -contestó Monk-. Salvo si su cliente tiene que ir a juicio mañana, esto no puede esperar. Jericho Phillips ha secuestrado a otro niño. Le ruego que interrumpa a sir Oliver y se lo diga. Dígale que se trata de Scuff.

– Santo cielo -dijo el pasante con suma indignación-. ¿Ha dicho Scuff, señor?

– Sí.

– Muy bien, señor. Tenga la bondad de aguardar aquí.

No se molestó en pedir a Monk que tomara asiento. Saltaba a la vista que estaba demasiado inquieto para sentarse.

Monk iba de un lado a otro de la habitación. Los segundos daban la impresión de eternizarse, incluso el más leve ruido del otro lado de la puerta parecía estrepitoso.

Finalmente el pasante regresó, con expresión solemne.

– Sir Oliver lo recibirá de inmediato, señor -dijo.

– Gracias.

Monk dio un par de zancadas y abrió la puerta del despacho de Rathbone.

Rathbone se volvió, pálido y con los ojos muy abiertos.

– ¿Estás seguro? -preguntó sin entrar en detalles; no era necesario.

– Sí -contestó Monk, cerrando la puerta a sus espaldas-. Ha enviado un mensaje diciendo que si no dejo de acosarlo y no mancillo el nombre de Durban en público, usará a Scuff en su negocio y luego lo matará. -Resultaba difícil decirlo en voz alta, como si las palabras le confiriesen mayor realidad-. Voy a recuperarlo y necesito tu ayuda.

Rathbone fue a decir que no se trataba de una cuestión legal pero enseguida se dio cuenta de que Monk ya lo sabía. Aún no le había dicho lo peor.

Monk se lo contó deprisa, sin ahorrarle detalles.

– Claudine Burroughs se disfrazó de cerillera y se aventuró en busca de lugares donde vendieran las fotografías de Phillips. Consiguió localizar al menos una tienda. Las fotografías eran espantosas, pero lo importante es que reconoció a uno de los compradores porque tiene trato social con él. Tiene miedo de que la haya reconocido a su vez, y que por eso Phillips haya pasado a la ofensiva.

Rathbone frunció el ceño.

– No sigo tu lógica. ¿Por qué iba Phillips a hacer algo así? Le traerá sin cuidado un cliente en concreto, aun suponiendo que la señora Burroughs esté en lo cierto.

Monk titubeó por primera vez. Aborrecía hacer aquello.

– Era Arthur Ballinger -dijo en voz baja-. Creo que avisó a Phillips de que estamos estrechando el cerco en torno a él, y que por eso Phillips ha tomado estas represalias. Lo siento. -Oliver Rathbone lo miró fijamente, su tez perdió todo el color. Parecía que hubiera recibido un golpe que le hubiese aturdido por completo, dejándolo incapacitado para pensar o reaccionar. Monk quiso disculparse otra vez, pero entendió que sería baladí.

– Es lo único que ha cambiado -dijo en voz alta-. Hasta ahora, Phillips estaba ganando y lo sabía. Lo único que tenía que hacer era aguardar a que nos diéramos por vencidos. Ahora hemos visto a Ballinger, y no cabe duda de que eso le importa.

Rathbone fue hasta su sillón y se sentó lentamente. Con voz ronca, en breves y dolorosas frases que parecía que le estuvieran arrancando, refirió a Monk su careo con lord Justice Sullivan, y la historia de su debilidad y progresiva caída en la adicción. Nunca había mencionado al hombre que había detectado su vulnerabilidad y la había explotado, sirviéndose de su defecto, magnificándolo y, finalmente, controlándolo por completo. Había luchado contra ello en su fuero interno pero acabó perdiendo la batalla.

– Haré cuanto pueda por salvar a Scuff -dijo Rathbone, con voz tensa. Al levantarse se tambaleó un poco-. Sullivan es el eslabón. Sabrá dónde está el barco de Phillips, y puedo obligarlo a llevarnos. Sabrá las horas y los lugares porque lo frecuenta. No hay tiempo que perder.

Se dirigió hacia la puerta.

Monk fue tras él, quería preguntar sobre la implicación de Ballinger, pero la herida estaba en carne viva, aún era demasiado reciente para tocarla.

El hecho de que Rathbone no protestara bastaba para demostrar que no eludiría la verdad. Monk no imaginaba siquiera cuánto debía de dolerle, no por Ballinger, sino por Margaret. Pensó en Hester, cuyo padre se había quitado la vida tras el escándalo financiero que lo había arruinado. Había creído que aquélla era la única salida honorable, cuando su único error había sido confiar en un hombre que carecía del más mínimo sentido del honor.

Tomaron un coche de punto y circularon en silencio hasta el bufete de Sullivan. El aire caliente apestaba a estiércol, al cuero del interior de la cabina y a sudor rancio.

En la cabeza de Monk sólo cabía el miedo que sentía por Scuff. ¿Cómo se las había arreglado para ser capturado? ¿Cuál habría sido su terror cuando reconoció a Phillips, sabiendo lo que le aguardaba? ¿Estaría siendo víctima de quemaduras, sangrando? ¿Cómo comenzaría Phillips, despacio, delicadamente, o iría directo a hacerle el mayor daño posible? Le inundó un sudor frío e intentó apartar aquellas imágenes de su mente.

¿En qué pensaba Rathbone? Estaba muy pálido y no apartaba la vista del frente. ¿Se enfrentaría a Ballinger? ¿Qué le diría a Margaret? ¿Cómo decidir algo semejante?

Llegaron al bufete de Sullivan sin haber mediado palabra. Se daba por entendido que Rathbone llevaría la voz cantante en nombre de los dos.

Como era de esperar, les dijeron que debían aguardar y que quizá lord Justice Sullivan los recibiría. Rathbone repuso al secretario que se trataba de una emergencia policial relacionada con un asunto que revestía la mayor importancia personal para Sullivan, y que si les impedía el paso lamentaría la hora en que lo había hecho.

Al cabo de media hora se hallaban en el gabinete de Sullivan, delante de un hombre tan iracundo como asustado. Su gran corpachón parecía encogido y tembloroso, el sudor le perlaba la piel por el calor del sol que brillaba a través de los altos ventanales.

– ¿Qué es lo que quiere? -preguntó, haciendo caso omiso de Monk y mirando sólo a Rathbone, como si esperase que éste se lo explicara.

No se vio defraudado. Rathbone fue directamente al grano.