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– ¡Lo que sabes…!

– Y eso es también lo que yo deseo -admitió, sin poder evitar que aquellas palabras se le escaparan de los labios. Mentir no le resultaba nada fácil, fueran cuales fueran las circunstancias. Siempre había pedido sinceridad, tanto en los negocios como en su vida personal, y él siempre la ofrecía a cambio.

Había esperado que su atracción por Alexis fuera fingida, fabricada con el único propósito de persuadirla y vencerla. Lo que más le sorprendió fue que, hasta aquel momento, muy pocos detalles de su seducción habían sido falsos. Como tampoco lo era el intenso deseo que ardía dentro de él.

– Para que lo sepas, de ahora en adelante no pienso pedir permiso para conseguir lo que quiero… -susurró él.

Entonces, colocó la mano en la nuca de Alexis y tomó su boca. El beso debería haber sido brusco, rápido y sin pasión, más una afirmación de la posesión que una búsqueda de satisfacción. Sin embargo, Jackson no había podido renunciar nunca a los grandes placeres sensuales de la vida cuando tenía una mujer cálida y ansiosa entre sus brazos. Y Alexis era todo aquello y mucho más.

Se tomó su tiempo. Los labios de ella estaban pegajosos por el brillo que se había aplicado y, tras mordisquear y chupar la suave carne de su boca, descubrió que sabía a cerezas maduras. Era tan dulce… Paladeó aquel sabor y gozó al ver lo bien que ella respondía a su perezosa y completa exploración.

Alexis le acarició suavemente la mandíbula y abrió la boca en silenciosa invitación, una súplica tácita que él comprendió y a la que respondió. Poco a poco, Jackson fue profundizando el beso hasta que, por fin, la lengua acarició el cálido terciopelo de la suya y se enredó con ella, húmeda, erótica, íntimamente. Rápidamente, el cuerpo de Jackson reaccionó.

Alexis se aferró a él y gimió, con un suave ronroneo. Se movía muy provocativamente contra él, con un ritmo que marcaba exactamente el de los movimientos de la lengua de Jackson. Cada curva de su cuerpo lo excitaba, hacía que le hirviera la sangre y que el corazón le latiera a toda velocidad. El placer fue apoderándose poco a poco de él, intensificando sus sentidos y haciendo que se olvidara de todo menos de la dulce y generosa mujer que tenía entre sus brazos.

Una mujer que era demasiado abierta y sincera en sus necesidades, en sus deseos, en la pasión que sentía por él. No había contado con aquella ventaja, pero tampoco con su propia reacción al besarla ni a la necesidad de poseerla completamente. Ninguno de los dos fingía nada en aquellos instantes y saberlo casi le volvía loco…

Necesitaba poner distancia entre ellos antes de que hiciera algo increíblemente estúpido… como meterla en el dormitorio de su suite y saciar el hambre que sentía por ella del modo más básico y elemental. Por mucho que deseara a Alexis, hacerle el amor no era parte de su plan.

Con gran fuerza de voluntad, apartó la boca de la de ella y respiró profundamente para tratar de recobrar la compostura.

– Si no nos detenemos ahora, no llegaremos a cenar.

– Mmm… -susurró ella, entre suspiros-. Eso ha sido… ¡Vaya! Espero repetir…

– Primero, tenemos que cenar -insistió él.

Antes de que sucumbiera a la tentación de volver a besarla, la animó a que fuera a recoger su chal y el bolso de mano que tenía en el sofá del salón. Juntos, bajaron al vestíbulo. Iban de la mano y ella parecía flotar a su lado. Salieron del hotel y se dirigieron a un pequeño cochecito motorizado que Jackson había pedido.

La ayudó a subir a su asiento y luego se colocó tras el volante. Arrancó el coche y empezó a avanzar por el amplio sendero que llevaba a otras partes de la isla. Había descubierto que había tres restaurantes en Fantasía de Seducción, uno en el edificio principal del hotel y dos en la playa. Entre medias, estaban los bungalows, con maravillosas vistas del océano.

A pesar del menú tan refinado y la posibilidad de bailar en cualquiera de los tres restaurantes, aquella noche Jackson optó por una velada íntima con Alexis, en la que los dos podrían contemplar una maravillosa puesta de sol.

Pocos minutos más tarde, Jackson detuvo el vehículo delante de su bungalow. Alexis lo miró con curiosidad.

– ¿Dónde estamos? -preguntó, atusándose un poco el cabello, algo revuelto por el aire de la noche.

– En mi bungalow.

– Creía que…

– ¿Qué?

– Supongo que solo estoy algo sorprendida, lo que es bueno, dado que me gustan las sorpresas y tú pareces proporcionarlas con facilidad… Di por sentado que íbamos a cenar en uno de los restaurantes que hay en la isla.

– Yo nunca te dije dónde iríamos a cenar -susurró él, apartándole suavemente un mechón de cabello de la cara-. Pensé que sería más agradable disfrutar de una cena romántica para dos aquí. ¿Te parece bien?

– Más que bien, mientras no esperes que sea yo la que se encargue de cocinar.

– ¿Por qué? -quiso saber Jackson mientras se bajaba del cochecito e iba a ayudarla a ella a que hiciera lo mismo-. ¿Es que no sabes?

– Me da vergüenza admitirlo, pero mis habilidades culinarias son bastante reducidas -confesó ella mientras entraban en la casita-. Mi tío vivía a base de comida rápida. En las escasas ocasiones en las que cocinaba, se limitaba exclusivamente a un filete con patatas. Yo aprendí a cocinar lo más básico experimentando, pero algo me dice que tú no te sentirías satisfecho con una lata de sopa y un sándwich de queso.

– No, serían necesarios dos sándwiches de queso para satisfacerme -bromeó él, disfrutando con el sonido contagioso de la risa de Alexis-. Puedes estar tranquila. Esta noche, no te pediré que cocines para mí. Ni siquiera tendrás que fregar los platos después.

– ¿No? -preguntó ella, mirando el pequeño salón-. Esta cita parece mejor y mejor por momentos.

Jackson la agarró suavemente por el brazo y la llevó al comedor.

– Para eso tenemos nuestro propio camarero -dijo, señalando a un joven camarero que estaba de pie, tras una serie de bandejas tapadas-. Este es Geoffrey y nos va a servir la cena esta noche.

– Buenas noches, señorita Baylor -saludó el joven camarero con una sonrisa-. Siéntese para que le pueda servir una copa de champán.

Geoffrey le indicó la terraza, en la que había una mesa, decorada con un fino mantel de lino y la más delicada porcelana y cristalería. Tres velas iluminaban el ambiente y perfumaban el aire con un ligero aroma a vainilla. Una suave música, procedente de unos altavoces invisibles, añadía más romanticismo al ambiente.

Alexis se acercó a la mesa, dejó el chal y el bolso sobre una silla cercana y luego se asomó un poco más a la terraza.

– ¡Vaya! -exclamó, al contemplar la maravillosa amplitud del océano-. ¡Qué vista!

– Sí, la vista es espectacular -afirmó Jackson mientras admiraba el trasero y las esbeltas piernas de Alexis en vez del horizonte. Rápidamente, se puso a su lado y sonrió al ver la felicidad que se reflejaba en su rostro-. Dentro de media hora podremos ver cómo se pone el sol. Eso sí que es digno de verse.

– No pienso irme a ninguna parte -prometió ella, sonriendo alegremente.

– Me alegro de saberlo, porque no pienso perderte de vista -replicó él, indicándole una silla para que se sentara-. Al menos, no durante un buen rato.

– Gracias -murmuró ella, algo sorprendida por aquel comentario. No estaba acostumbrada a tantas atenciones. Entonces, tomó asiento.

Jackson se quitó la americana y la colocó sobre el respaldo de la silla antes de sentarse. En aquel momento, apareció Geoffrey y sacó una botella de champán que estaba enfriándose en una cubitera de plata. Tras retirar el corcho, les sirvió una copa a cada uno y anunció que serviría la cena en cinco minutos. Entonces, volvió a desaparecer en el interior del bungalow.

– Por las fantasías que nos han reunido aquí -dijo Alexis, tras tomar su copa de champán y levantarla a modo de brindis.