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– ¿Estás lista para que yo cumpla la promesa que te hice en la boutique?

Una serie de imágenes prohibidas empezaron a cruzarle por la cabeza, convirtiéndose en unos pensamientos tan eróticos que hicieron que las rodillas se le doblaran.

– ¿Qué promesa era esa?

– La promesa del placer -respondió él, acariciándole suavemente los hombros desnudos de un modo tan provocativo que hizo que se le pusiera la piel de gallina-. Y, si me acuerdo correctamente, tú también me hiciste algunas promesas.

Alex sintió que una sensación extraña le oprimía la garganta y el pecho.

– ¿Yo?

– Sí -replicó él en voz muy baja.

Sus enormes manos le acariciaron ligeramente la espalda con sedosas caricias, recorriendo los contornos de la cintura, caderas y muslos hasta que se detuvieron sobre el vientre de Alex. Lentamente, hizo que se echara hacia atrás y que cubriera los pocos centímetros que los separaban hasta que el trasero de Alex descansó contra las caderas de él.

Ella gimió y se aferró con fuerza a la barandilla. Sintió la erección que se erguía bajo la cremallera de los pantalones de Jackson; el calor líquido que le fluía por las venas parecía haberse concentrado entre sus muslos.

– Me prometiste que me dejarías descubrir lo que llevas debajo de este vestido.

– Dije que tal vez te dejaría -susurró ella, temblando al ver la intensidad con la que él la miraba.

– Acepto el desafío, Alexis.

– Eso es exactamente lo que yo esperaba…

Jackson extendió las manos y las movió sobre el terciopelo que cubría sus hermosas curvas, creando una excitante fricción por todas las partes que acariciaba. A través de la tela del vestido, Jackson parecía tratar de descubrir cada una de las prendas de lencería que llevaba, descubriéndolas más con el sentido del tacto que con el de la vista. Por fin, le moldeó los pechos con las manos y terminó por meterle la mano por el escote para sentir la textura del sujetador.

– Bonito y de encaje, aunque no me sorprende -dijo, con la voz llena de satisfacción-. Creo que es negro.

Los pezones de Alex se irguieron con la esperanza de sentir en ellos las caricias de los dedos de Jackson, pero él, deliberadamente, apartó la mano.

– Después de tanta tortura, tendrás que descubrirlo por ti mismo -susurró ella con un gruñido de frustración.

– No dudes que lo haré. A su debido tiempo -replicó Jackson, riendo.

Efectivamente, no parecía tener ninguna prisa. La tentaba sin piedad, turbándola con sus exploraciones. Después, les tocó el turno a las caderas. Cuando le tocó la pelvis, esta se movió instintivamente hacia delante. Sin embargo, Jackson no prestó atención a aquella silenciosa súplica y siguió bajando, poco a poco. Se agachó un poco para poder meterle las manos por debajo de la falda y luego se incorporó, dejando que estas subieran lentamente por los muslos mientras la tela del vestido se le iba recogiendo encima de las muñecas.

La piel de Alexis hervía de sensaciones. La cabeza le daba vueltas y la respiración se le fue agitando cada vez más, pensando en cuál sería la siguiente parte de su cuerpo a la que se dirigirían aquellas manos, que era la misma que llevaba esperando que él volviera a acariciar como aquella tarde.

Jackson descubrió que llevaba medias hasta el muslo, pero no se conformó con eso y siguió subiendo hasta llegar a las braguitas. Notó la humedad que le revelaba el deseo que ella sentía y trazó con un dedo el triángulo de tela que le cubría su feminidad.

Estaba tan cerca de ella que el algodón de los pantalones de Jackson rozaba la piel que había ido exponiendo en la parte de atrás de los muslos.

– Medias con elásticos de encaje y braguitas de seda ribeteadas con un suave encaje. Seguro que también son negras.

Poco a poco, le introdujo los dedos por debajo de la banda elástica y se las fue bajando. Alex gimió de placer y se mordió el labio inferior. A su espalda, la respiración de Jackson sonaba tan alterada como la suya.

– Quiero quitártelas, Alexis -susurró.

– Sí…

Con desesperante lentitud terminó de bajárselas hasta que las braguitas se cayeron a los pies de Alex. La falda del vestido volvió a recuperar su posición natural, pero, a pesar de todo, ella se sentía completamente desnuda.

– Saca las piernas de ellas, cielo…

Entonces, se agachó y recogió la prenda.

– Negras y de encaje, tal y como me había imaginado…

– Tú ganas -dijo ella, riendo, a pesar de que estaba muy tensa.

– Me gustaría pensar que tú también vas a ganar con esto, nena… -musitó. Entonces se apartó de ella.

¿Qué había querido decir con aquello? ¿Y por qué se había apartado de ella, dejándola allí sola, más excitada de lo que había estado en toda su vida? ¿Acaso solamente estaba jugando con ella?

Llena de frustración, se dio la vuelta y vio cómo él retiraba el bolso y el chal del asiento donde ella lo había colocado. Entonces, se sentó y, con una sonrisa, empezó a hacer girar las braguitas de Alex alrededor de un dedo.

El roce de la falda contra la piel le causó una provocativa sensación. Sintiendo una gran carga sexual y deseando saber hasta dónde estaba dispuesto Jackson a llevar aquel juego, Alex hizo un gesto con la cabeza para señalar las braguitas.

– Entonces, ¿qué tengo que hacer para que me las devuelvas?

– No estoy seguro de que vaya a hacerlo. Creo que serán un bonito recuerdo de los momentos que hemos pasado juntos -añadió mientras se las metía en el bolsillo.

– ¿Y qué es lo que yo me llevo como recuerdo?

– Ven aquí y te lo enseñaré.

Incapaz de resistir la tentación, Alex avanzó hasta que estuvo al lado de la silla. Entonces, él extendió la mano y le empezó a acariciar la suave piel de detrás de la rodilla. El placer se apoderó de Alex, añadiéndose a unas sensaciones que iban incrementándose poco a poco en necesidad.

Jackson le colocó la rodilla al lado de su muslo y levantó la mano para que ella se la agarrara. Era un desafío en silencio, que Alex aceptó, sabiendo sin duda alguna lo que él quería que hiciera. Con su ayuda, se sentó encima de él, a horcajadas.

– Más cerca…

La agarró de las caderas y la acercó más, haciendo que abriera más y más las piernas hasta que las rodillas de Alex estuvieron a la misma altura que las caderas de él. Lo único que separaba las fuentes de su deseo era la suave tela de los pantalones de Jackson. Aquel movimiento había provocado que el vestido se le fuera subiendo y que se dejara al descubierto el encaje que le cubría el elástico de las medias. La parte más íntima del cuerpo de Alex seguía tapada, por lo que aquella postura resultaba si cabía aún más excitante y erótica.

Ella empezó a acariciarle el pecho y descubrió, encantada, que el corazón de él latía con tanta fuerza como el suyo. En el momento en el que sus miradas se cruzaron, Alex comprendió que tenía la capacidad para excitar a un hombre y se sintió salvaje, desinhibida y sin rubor alguno para satisfacer los deseos de ambos.

– Tal vez deberíamos ir dentro -susurró.

– No. Estamos solos, Alexis. Me he asegurado de ello. Lo que ocurra aquí quedará entre tú, yo y la Madre Naturaleza.

Aquellas fueron las únicas palabras que ella necesitó escuchar. No lo detuvo cuando Jackson le agarró las mangas del vestido y se lo bajó, junto con el sujetador, hasta que la tela se le enrolló en los codos. Había dejado al descubierto los erguidos y ardientes pechos de Alex. Ella sintió que un temblor la recorría de arriba abajo, sensación que se acrecentó cuando él se los tomó entre las manos y empezó a acariciarle los rosados pezones con los pulgares.

Alex echó la cabeza hacia atrás mientras se le escapaba un suave gemido. Sintió que él se movía suavemente debajo de ella y que la besaba apasionadamente en el cuello, recorriéndole la garganta con los labios y dejando un rastro de cálidos y húmedos besos.