Выбрать главу

Sin embargo, cuando estuvieron de nuevo en el barco, él había vuelto a poner distancia entre ellos. Le había entregado una toalla mientras se secaba con otra. Luego, había desaparecido debajo de cubierta para regresar con una botella de vino y una copa, que estaban compartiendo.

Y allí estaban, abrazándose. Tenían los bañadores todavía puestos, aunque la distancia emocional que había entre ellos preocupaba mucho a Alex. Decidió que era ella la que tenía que romper aquellas barreras de una vez por todas.

– ¿Sabes una cosa? -le preguntó mientras entrelazaba sus dedos con los de él-. Estoy empezando a creer que hoy has tratado de agotarme deliberadamente, igual que lo hiciste ayer.

– Solo quiero asegurarme de que te diviertas -le aseguró él-. Y, si recuerdo correctamente, tú misma me diste órdenes de hacer que hoy te distrajeras.

Efectivamente. Era un hombre que se tomaba las órdenes muy en serio. ¿Qué haría si le ordenaba que le hiciera el amor? Aquel pensamiento la tentó e intrigó.

– Bueno, me lo estoy pasando estupendamente, pero se me ocurren muchos otros placeres que todavía nos quedan por probar -susurró ella, acercando tanto el rostro al de él que sus bocas estuvieron a pocos centímetros.

Entonces, con una mano le acarició el cabello, que todavía tenía húmedo y le obligó a besarla. El beso fue lento y dulce, templado con mucha reserva por parte de Jackson.

Con un suspiro que expresaba claramente su insatisfacción, Alexis dio por terminado aquel beso. Entonces, él tomó un sorbo de vino y le entregó la copa a ella para que bebiera también. El sabroso caldo le estimuló las papilas gustativas, pero no consiguió aplacar el fuego que le ardía en el vientre.

– Había veces en las que mis padres sacaban el barco por la tarde, pero no me llevaban. Ahora comprendo por qué. Resulta muy romántico estar flotando en medio del océano, solo con el mar y el cielo.

– Parece que tus padres estaban muy enamorados.

– Sí, así era.

Antes de que terminaran lanzándose a una conversación que, una vez más, versara solo sobre ella, Alex se incorporó un poco para mirarlo. La tenue luz le iluminaba suavemente los rasgos y mostraba abiertamente la reticencia que se adivinaba en sus ojos.

– ¿Sabes una cosa? Yo soy la que siempre está hablando sobre mi vida.

– Yo también te he contado cosas -replicó Jackson, con un tono defensivo en la voz.

– Algunas, es cierto. Cuéntame un recuerdo de tu infancia, Jackson. Algo de lo que te acuerdes.

– ¿Como qué? -preguntó él, frunciendo el ceño.

– Cualquier cosa…

Él apartó la mirada y dejó clara constancia de su desgana para hablar sobre sí mismo. Alex decidió cambiar de táctica. También cambió de postura. Se colocó a su lado, de manera que su rostro estuviera casi a la misma altura del de él, aunque Jackson la tenía todavía agarrada de la cintura.

– De acuerdo. ¿Qué te parece si yo comparto contigo un recuerdo de mi infancia, algo que nunca le haya contado a nadie? Tú me tienes que prometer que me darás algo a cambio -sugirió ella, mirándolo con gran intensidad. Aunque aquella vez él tampoco accedió verbalmente, Alex decidió aplicarle las reglas del pacto de silencio-. ¿Sabes por qué me gusta tanto el amaretto?

– No tengo ni idea -respondió él, con una sonrisa.

– Bueno, cuando tenía unos siete años, me encontré una caja de bombones en el escritorio de mi padre. Eran trufas al amaretto y, cada día, le quitaba una después de regresar del colegio. Mi padre nunca dijo ni una palabra sobre los bombones que faltaban. Cuando se le iban acabando, siempre compraba una caja nueva. Nunca hablamos de que yo le estaba quitando los bombones. Era como si fuera un secreto que los dos compartíamos. Cuando me enteré de que mis padres habían muerto -añadió, con la voz llena de emoción-, lo primero que hice fue sacar la caja de bombones del escritorio de mi padre y esconderla para que nadie pudiera llevársela. Guardé los bombones durante todo el tiempo que pude. Les daba bocaditos muy pequeños hasta que, por fin, los bombones se terminaron. Entonces, cuando vi que la caja no se llenaba por arte de magia con bombones nuevos, comprendí que mis padres no iban a regresar nunca. Ahora, el sabor del amaretto es para mí un consuelo. Siempre me trae recuerdos de mi padre…

– Ojalá yo tuviera algo tan hermoso para compartir contigo.

– Seguro que hay algún recuerdo que destaca en tu infancia.

Jackson guardó silencio. El sonido del mar era lo único que llevaba la quietud que se había apoderado de ellos.

Para no dejar que la frustración se apoderara de ella, Alex cambió la dirección de su conversación.

– ¿Tienes hermanos o hermanas?

– No. Como tú, soy hijo único.

Aquella respuesta había sido un comienzo, por lo que Alex decidió perseverar.

– ¿Siguen vivos tus padres?

– Mi padre murió de un ataque al corazón cuando yo era un niño. Era un hombre cariñoso y amable, por lo que puedo recordar.

Alex esperó que siguiera hablando, pero se dio cuenta de que tendría que sonsacar toda la información que pudiera sobre él.

– ¿Y tu madre?

– Sigue por ahí.

Aquel comentario fue tan duro, que, al principio, Alex pensó que estaba tratando de gastarle una broma, pero rápidamente se dio cuenta de que no era así. En sus ojos, vio una clara amargura, y comprendió que había habido diferencias entre su madre y él que le habían dejado muy afectado a nivel emocional. Sin embargo, se sentía tan segura entre sus brazos, que esa seguridad la animó a no dejar el tema.

– ¿Tu madre no forma parte de tu vida?

– Bueno, solo cuando necesita algo de mí, que suele ser dinero -contestó él entre risotadas.

Alex se echó para atrás para mirarlo. Aquellas palabras, y la dureza que había notado en su voz, la habían dejado atónita. Él aprovechó aquella pérdida de contacto para soltarla. Entonces, apoyó los dos pies firmemente sobre el suelo. Alex se incorporó inmediatamente. Antes de que ella pudiera responder a aquel comentario, Jackson siguió hablando.

– Cuando mi padre murió, no teníamos mucho dinero. Vivíamos en una casa muy pequeña, que debíamos tener alquilada, porque recuerdo que mi madre me decía que ya no podíamos vivir allí tras la muerte de mi padre. Regaló mi perro, que era mi mejor amigo, recogimos nuestras cosas y nos mudamos a un apartamento de un solo dormitorio. Mi madre empezó a trabajar como secretaria. Recuerdo que un día, cuando regresé de la escuela, me la encontré retozando en la cama con su jefe. Yo me senté en el salón y esperé hasta que terminaron. Cuando ese tipo se marchó, ni siquiera me miró a la cara. Yo me enfadé con ella porque no había pasado mucho tiempo desde la muerte de mi padre y ella me dijo que su jefe le había dicho que le iba a dar dinero para que pudiéramos salir del agujero en el que estábamos viviendo.

Jackson se cubrió la cara con las manos y respiró profundamente. Alex sentía todo lo que le había pasado de niño, pero le daba la terrible sensación de que todavía había más. Se recogió los pies junto al cuerpo y se los agarró con las manos para no tener que tocarlo y evitar que él creyera que estaba demostrándole compasión. Dado que estaba hablando, no quería estropear aquel momento íntimo que había entre ellos.

Por fin, Jackson levantó la cara y miró hacia el horizonte.

– Su jefe, evidentemente, no le dio suficiente dinero, porque estuvimos viviendo cinco años en aquel apartamento -confesó, lleno de resentimiento-. Supongo que la aventura tampoco duró, pero eso no impidió que mi madre se buscara otros amantes que pudiera utilizar para que la apoyaran económicamente. Constantemente, me dejaba solo por las noches y se iba a los bares para buscar al siguiente tipo rico que se ocupara de ella. Yo odiaba lo que estaba haciendo mi madre, odiaba que yo fuera en segundo lugar para ella, después de los tipos a los que perseguía tan abiertamente. Recuerdo que, por las noches, la esperaba tumbado en la cama. Durante aquellas largas horas, preparé un plan. Yo quería cuidar de ella y ser el único nombre del que ella dependiera, así que, un verano, acepté pequeños trabajos por el vecindario como limpiar las piscinas o segar el césped por unos cuántos dólares. Aquel verano, conseguí ahorrar unos doscientos dólares. Como era tan joven y tan inocente, creí que aquello sería suficiente para que mi madre nos comprara una casa bonita y todo lo demás que necesitábamos. Yo creí que ella me consideraría un héroe por lo que había hecho.