—¿Y usted cree eso posible, que no haya resistencia o que se reduzca a focos aislados? —le preguntó Mulryan (había traducido de este modo el absurdo, aquí la fidelidad no sólo se hacía difícil, sino que me habría avergonzado). Y añadió—: No parece muy factible, con ese jefe tan pendenciero y obstinado y tan idolatrado en su día, aún le quedan muchísimos incondicionales, ¿no es cierto? Y si la resistencia es fuerte, la gente de fuera no moverá un dedo ni reconocerá a nadie hasta ver que la situación se haya decantado hacia uno u otro lado, y eso podría ir para largo. Esperarían acontecimientos, es eso lo que también han venido a decirles. ¿O no?
—Bueno, puede que sí, que así debiéramos entenderlo. Pero si al patrón lo respetamos, quiero decir su persona física, no creo que muchas unidades se jueguen la supervivencia por defenderle tan sólo la silla, ni tampoco muchos venezolanos. Obraría a nuestro favor el hartazón amplísimo, y la clase política tradicional nos respaldaría en pleno, eso es seguro, en cuanto anunciáramos elecciones prontas.
—Quiere usted decir probable —intervino Tupra.
—Quiero decir muy probable, efectivamente —se corrigió el militar, turbado y sin esbozar ni media sonrisa, se lo notaba muy pendiente de sí mismo, tenso y frágil como si se sintiera en falta, o con lealtades encontradas.
No se me escapó durante el interrogatorio que ni Mulryan ni Tupra utilizaron nunca ningún vocativo, no llamaron de ninguna forma a aquel paisano mal fingido, ni una vez le dijeron 'Señor Tal', ni por supuesto 'General', o 'Coronel', o 'Comandante', o lo que quisiera que fuese de graduación el individuo. Imaginé que preferían que yo ignorase al menos con quién hablaban, ya que me estaba enterando de todo lo hablado.
—Vamos a ver si le entiendo una cosa que es importante, o aún es más, es decisiva —siguió entonces Tupra—. Ustedes no irían en ningún caso contra el patrón, contra su persona, ¿es así? Sólo irían por su asiento, según ha dicho. Contra él, contra su integridad física, bajo ninguna circunstancia. ¿He entendido bien?
Aquel señor venezolano se aflojó la corbata, de manera instintiva, casi no llegó a hacerlo, fue más el gesto de desahogarse; se removió en su butaca; estiró un poco las piernas como si de pronto se diera cuenta de que la raya del pantalón se le estaba torciendo, de hecho se enderezó las dos perneras con tacto y con los pies en alto, uno y otro seguidamente, y entonces me fijé en que calzaba unas botas cortas de un verde oscurísimo, como de piel de cocodrilo, no sé si de imitación, yo no distingo. Pensé que rumiaba y ganaba tiempo, que no estaba seguro de lo que le convenía responder ahora. Pensé que Tupra era más hábil que Mulryan y por eso no se prodigaba, para no darse a conocer ni gastarse y estar fresco siempre, supervisando a cierta distancia.
—Sería tentar demasiado al diablo, no sé si me entiende. Sería peligroso, podría resultar contraproducente, prender una llama que nunca debería encenderse, ni al tamaño de un solo fósforo. Él no debería sufrir ningún daño, eso lo tenemos todos muy claro, guante blanco, no se preocupe, a él no puede tocárselo. De otro modo, los apoyos con que contamos se tambalearían. No todos, desde luego. Pero parcialmente.
Recuerdo que Tupra sonrió con afectada lástima e hizo una pausa, y que Mulryan no se atrevió a reanudar las preguntas mientras no tuvo claro que su superior se había retirado del interrogatorio de nuevo, momentáneamente. E hizo bien, porque Tupra no se había hecho todavía a un lado.
—Pues entonces los veo muy poco determinados —dijo—. Y en estas aventuras la falta de determinación equivale al fracaso seguro, ni siquiera probable. Tanto como la falta de odio, usted debería saberlo, señor, por estudios o por experiencia. Según la mía, al menos, uno tiene que estar dispuesto a ir más lejos de lo necesario, aunque luego no vaya, o decida frenarse llegado el momento, o no haga falta que vaya. Pero la predisposición ha de ser esa, no la contraria. No puede uno ponerse el límite de antemano, y por debajo de lo que fácilmente podría resultar necesario, ¿tengo razón? Si así están la resolución y los ánimos, mi opinión es que no se intente. Y desaconsejaré, de momento, cualquier financiación y respaldo.
Aquel militar algo desnaturalizado negó vehementemente con la cabeza mientras iba escuchando mi versión española de las palabras de Tupra, tal vez como quien no da crédito y se desespera ante un malentendido muy caro, pero tal vez —también— como quien se da cuenta tarde de que equivocó la respuesta y de que con ello ha propiciado un desastre para el que quizá no haya remedio, porque toda retractación o rectificación o matización sonará siempre insincera e interesada —arriadas velas—, tras según qué pifias. Aquel falso paisano o soldado falso bien podía estar pensando: 'Maldita sea, lo que querían oír estos tipos es que no pestañearíamos si tuviéramos que liquidarlo, y no, como yo creía, que íbamos a respetarle el pellejo al pendejo, por mal que se nos pusiera'. Sí, podía estar pensando eso, u otra cosa que no me dio imaginación ni tiempo a elaborar mentalmente, porque en cuanto cesó mi español él se apresuró a hacer protestas: —Pero no, ustedes no me entendieron, señores —dijo con agitación y mayor expresividad que hasta entonces. Quizá no hablaba así, pero es así como lo recuerdo, los léxicos y los acentos de América se confunden mucho en la memoria, y en los relatos—. Claro que estaríamos listos para suprimirlo, si no quedara más remedio. Determinación no nos falta, y en cuanto al odio, miren, el odio se convoca en un santiamén, en cualquier instante, basta una chispita, cuatro frases bien juntadas y ya se extiende, y es mejor no llevarlo desde el principio en llamas, que no se gaste, mejor la cabeza fría antes del cuerpo a cuerpo, ¿verdad usted? Sólo dije que no creemos que hacerle daño al patrón pudiera nunca precisarse, sería muy improbable, y preferible para todos, eso seguro, que no nos hiciera falta. Pero créanme, si se nos pusiera mal mal todo, y para ponérnoslo bueno hubiera que liquidarlo, tampoco el pulso iba a temblamos. Miren, se le descerraja un tiro y listos, es rápido y no es difícil, tenemos unos cuantos acostumbrados a eso. Y que luego vengan los suyos a lamentarse, el libertador ya está extinto. Se pongan como se pongan, ya no hay qué hacer, ya no hay tirano, se fue al carajo.