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La señora Berry se sobresaltó un poco, pero en seguida no dudó en responder:

—Sí, estaba al tanto. Pero tenga en cuenta que yo he estado al servicio de los dos hermanos, Jack. Y luego, yo no suelo contar. —Ella, como todos los ingleses que tenían dificultades para pronunciar el nombre de Jacques y desconocían el español para convertírmelo en Jaime o en Jacobo o en Diego, me llamaba así (una aproximación fonética), por ese diminutivo de John o Juan, que no de James. Cuando se dejaron de sus 'Mr. Deza' (muy pronto fue), Tupra y Mulryan me llamaron Jack también. Rendel no, él nunca se permitía confianzas con nadie, no al menos en el edificio sin nombre ni aparente función. Y la joven Nuix, al igual que Luisa, se inclinó por Jaime, o a veces por el apellido tan sólo, Deza a secas, igual que Luisa también.

—Hermanos —murmuré, y en esta ocasión logré no convertir en pregunta la repetición—. Hermanos, ¿eh? Usted sabe bien que yo no sabía nada, Peter. Ni siquiera sabía que fuera neozelandés de origen, me lo mencionó por primera vez en la vida hace sólo unos días, por teléfono. —Según hablaba me fue viniendo memoria rauda de Rylands, los recuerdos se convocan a veces con temible rapidez—. Y entonces Toby —dije acordándome—: de él se rumoreaba que había nacido en Sudáfrica, y lo tomé por cierto cuando en una ocasión le oí decir de pasada que hasta los dieciséis años no había salido de ese continente, de África. La misma edad con la que llegó usted aquí, también eso me lo mencionó de pasada por primera vez en esa conversación telefónica de hace nada. Ahora no me dirá que eran gemelos, ¿verdad?

Wheeler volvió a mirarme sin hablar, sus ojos dijeron que no estaba por la labor de escuchar reproches ni cuasi ironías, no aquella mañana, tenía otras cosas en el pensamiento, o en el repertorio programado para aquella función.

—Bueno, si en efecto no sabías... Supongo que tú nunca me habrás preguntado, entonces —contestó—. No es que yo lo haya ocultado. Tal vez Toby, él podía referirlo, tal vez él sí te ocultó. Yo no. Tampoco veo por qué debería haber estado obligado a contarte. —Esta frase la dijo en el mismo tono casi exculpatorio de sí, sin alteración; pero yo la aislé, la reconocí: era una frase para pararme los pies—. No éramos gemelos. Yo era casi un año mayor. Ahora ya lo soy bastantes más.

Conocía a Wheeler cuando algo lo incomodaba o se ponía evasivo, insistirle era perder el tiempo, irritarlo acaso, él siempre decidía lo que se hablaba.

—Como quiera, Peter. Si tiene la bondad de explicármelo, soy todo oídos, curiosidad e interés. Supongo que es esto lo que quería que viera en el Who's Who, confío en que me dirá por qué. Por qué ahora, quiero decir.

—Ah no, en absoluto —respondió—. Te aseguro que de esto te creía enterado, de otro modo no me habría arriesgado a que nos encalláramos aquí. No. De lo que quiero hablarte es de otro asunto, aunque indirectamente tenga que ver con Toby, algo tenga que ver. Anoche te aplacé alguno, ¿no es verdad?, para hoy. Anda, sigue leyendo, no has acabado, haz el favor. —Y con un índice imperativo que se movió de arriba abajo como si fuera autónomo y lo dirigiera su gravedad (casi a plomo lo dejó caer), tocó el grueso volumen que tenía abierto ante mí.

—Peter, no puede dejarme ahora así —me atreví a protestar.

—Ya saldrá eso luego, Jacobo, descuida, no te quedarás sin saber. Pero la historia es trivial, te decepcionará. Anda, sigue ya. Y léeme en voz alta, por favor. Tampoco quiero que sigas hasta el final, qué aburrimiento. Y así te diré dónde parar.

Volví a la nota biográfica, al siguiente apartado, que era el de 'Education' o 'Estudios'. Y leí en voz alta y en inglés, pero saltándome las abreviaturas y siglas incomprensibles para mí:

'Cheltenham College; Queen's College, Oxford; Lecturer of St John's College, 1937-53, and Queen's College, 1938-45. Enlisted, 1940'. —Y aquí no pude evitar detenerme, tan pronto, aunque él no me hubiera indicado aún que lo hiciera. Levanté la vista—. Se alistó en el 40, no sabía —dije—. Y veo que no aparece por ningún lado el año 36. ¿Fue entonces quizá cuando estuvo en España? Muchos británicos que fueron allí se marcharon a principios o mediados del 37, espantados, o heridos, no duraron, el propio George Orwell entre ellos. —Entonces me acordé de que también había buscado por si acaso, sin éxito, el apellido Rylands en los índices onomásticos de los volúmenes consultados durante la noche, luego tampoco había sido su posible primer o verdadero nombre, Peter Rylands, el que Wheeler había llevado en la Guerra de mi país. O quizá sí, pero nada destacado había hecho en ella para merecer posteriores menciones en los libros de Historia, y sólo por diversión me había permitido imaginar que sí.

Wheeler pareció leerme los pensamientos, además de oír mi extemporánea pregunta.

—Muchos no se marcharon nunca, allí continúan espantados y heridos. Malheridos hasta morir —contestó—. Pero dejemos ahora la Guerra de España, por mucho que anoche te empaparas de ella, te lo suplico. Casi nadie utilizaba su nombre allí, y tampoco tantos durante la Segunda Guerra Mundial. Ni siquiera Orwell se llamaba George Orwell, como recordarás. —No lo recordaba, y como él notara mi desmemoria, añadió—: ¿No? Su verdadero nombre era Blair, Eric Blair, yo lo conocí levemente, durante la Guerra estuvo en la Sección India de la BBC. Eric Arthur Blair. Había nacido en Bengala, y había vivido en Birmania en su juventud, conocía el Oriente bien. Era diez años mayor que yo. Ahora yo lo soy infinitamente más. Murió joven, eso lo sabes, ni a los cincuenta llegó. —'Otro más', pensé, 'otro británico forastero o postizo inglés'—. Está bien, vamos, continúa leyendo o no hablaremos nunca de lo que hay que hablar.

—Discúlpeme, Peter. —Y lei—: 'Commissioned Intelligence Corps, December 1940; Temporary Lieutenant-Colonel, 1945; specially employed in Caribbean, West Africa and South East Asia, 1942-46. Fellow of Queens College, 1946-53...'

—Basta. — 'That's enough', fue en inglés, la lengua en que hablábamos, otra cosa habría sido una descortesía hacia la señora Berry, me extrañaba un poco que no se retirara, solía hacerlo por lo regular, incluso en conversaciones más convencionales o no encaminadas hacia algún lugar, todavía ignoraba hacia cuál esta vez. Así que era eso lo que Wheeler me quería mostrar: 'Asignado al Cuerpo de Información en 1940' (hoy los malos traductores dirían 'Cuerpo de Inteligencia', da lo mismo, ambos serían el Servicio Secreto, el MI5 y el MI6, Military Intelligence significan las iniciales, para algunos una contradicción en los términos, el equivalente británico de las soviéticas GPU, OGPU, NKVD, MGD, KGB, infinitos sus nombres a lo largo del tiempo: el MI5 para el interior y el MI6 para el exterior, el primero atento a lo nacional y el segundo a lo internacional); 'Teniente Coronel Provisional en 1945; encargos especiales' (es decir, 'misiones') 'en el Caribe, el África Occidental y el Sudeste Asiático entre 1942 y 1946'. Eso era lo que acababa de leer—. El resto no nos concierne ahora, son mis méritos y publicaciones y empleos, bla bla bla —añadió.

—También Toby estuvo en el MI5, eso se contaba cuando yo enseñé aquí —dije—. Y bueno, la verdad es que en una ocasión él me lo confirmó.

—¿Te habló de eso? —Preguntó Wheeler—. Es raro. Raro y hasta muy raro, debiste de ser de los pocos a los que habló. Él estuvo más bien en el MI6, los dos estuvimos en él durante la Guerra, como casi toda la gente de Oxford y Cambridge, quiero decir los que teníamos suficiente formación y desenvoltura y sabíamos lenguas, y habríamos sido de utilidad mucho menor en los frentes, además, aunque alguno nos tocó pisar también. Que nos reclutaran o reclamaran el MI6 o el SOE pronto no tuvo nada de particular, es más, se empezaron a nutrir de nosotros para las tareas y puestos de responsabilidad. —Se percató de que yo no conocía estas últimas siglas y me las aclaró—: Special Operations Executive, funcionó durante la Guerra tan sólo, del 40 al 45. No, miento, fue desmantelado oficialmente en el 46. De verdad y del todo, bueno, supongo que nada de lo que existe se desmantela nunca del todo ni de verdad. Eran eso, ejecutores, y bastante brutos: el MI6 se dedicaba a la investigación y la información, bien, llámalo espionaje y premeditado engaño; el SOE al sabotaje, la subversión, los asesinatos, la destrucción, el terror.

—¿Asesinatos? —Me temo que ante esta palabra uno nunca sabe reprimirse y callar, aún menos que ante su compañera el terror.

—Sí, claro. Ellos acabaron con Heydrich, por ejemplo, el Protector del Reich en Bohemia y Moravia, una de sus mayores hazañas, qué ufanos estaban, el año 42. Fueron dos resistentes checos los que lanzaron granadas contra su automóvil y lo ametrallaron, pero la operación la había concebido y organizado el Coronel Spooner, uno de los jefes del SOE. Con escasa previsión, mal cálculo y regular ejecución, por cierto, quizá hayas oído hablar de ese episodio o lo hayas visto en películas, no sé si te ha interesado mucho la Segunda Guerra Mundial. Heydrich no recibió heridas mortales de necesidad; se creyó que salvaría la vida, y cada día de su convalecencia (resultó ser su agonía, bien) lo pagaban cien rehenes fusilados al anochecer. Tardó en morirse una semana, imagínate, y si de hecho murió fue, se dice, porque acabó por hacerle muy lento efecto el veneno que llevaban las balas. Bueno, eso según los alemanes: dijeron que habían sido impregnadas de toxina botulínica traída desde América por el SOE, no lo sé, puede que los médicos nazis metieran la pata, quisieran salvar el cuello y se inventaran eso. Pero si la historia es cierta y Frank Spooner mandó en efecto envenenar la munición, ya podrían haberla untado con algo más rápido y fulminante, ¿no?, quizá con curare, como los indios sus flechas y lanzas, ¿no? —Y Wheeler se rió un poco, sin alegría: por primera vez su risa me recordó a la de Rylands, que era breve y seca y un poco diabólica y no sonaba aspirada ( ja, ja, ja), sino plosiva, con una tclaramente alveolar, como es siempre la ten inglés: Ta, ta, ta, hacía. Ta, ta, ta—. Claro que habría dado lo mismo, la rapidez. Cuando Heydrich murió por fin, los nazis exterminaron a la entera población de Lidice, la aldea en que habían aterrizado con sus paracaídas los agentes del SOE que dirigieron el atentado in situ. No quedó un alma viva, pero eso no les bastó, así que redujeron el lugar a escombros, lo nivelaron, lo borraron del mapa, resultaba extraño su fuerte sentido espacial, una cosa malsana, su inquina a los sitios, como si creyeran en el genius loci, su odio espacial" —'Eso también lo tenía Franco', pensé; 'y por encima de todo odió a mi ciudad, Madrid, porque no lo quiso ni se le rindió hasta el final'—. Eran algo brutos los hombres del SOE, a menudo actuaban sin calibrar si las consecuencias compensaban o no la acción. Algunos soldados los detestaban, los despreciaban. Leí hace unos meses en un libro de Knightley que el Jefe de Bombardeos, Sir Arthur Harris, los tildaba de aficionados, ignorantes, irresponsables y mendaces. Otros dijeron cosas peores. Su efecto más beneficioso fue psicológico, en realidad, y eso no es desdeñable: saber de su existencia y de sus proezas (que eran más bien leyenda) elevaba la moral en los países ocupados, allí se les suponían poderes de los que carecían, y mucha más inteligencia e infalibilidad y astucia de las que jamás tuvieron. Fallaron mucho, ya lo creo. Pero la gente cree lo que necesita creer, eso lo sabemos, y todo tiene su tiempo para ser creído. ¿Dónde estábamos? ¿Por qué hablamos de esto?