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En cuanto colgó, Jason llamó al Ritz de París y pidió que le comunicaran con la habitación de Carole. Le pusieron en espera mientras telefoneaban para anunciar la llamada. Carole siempre pedía que le filtrasen las llamadas. Cuando el telefonista volvió a ponerse, le dijo que no estaba en su habitación y que le pasaba con recepción, algo nada habitual. Jason decidió esperar a ver qué tenían que decirle. Un recepcionista le pidió que aguardase un momento. Entonces se puso al teléfono el subdirector, que le preguntó a Jason con acento británico quién era. La llamada se estaba volviendo cada vez más extraña y a Jason no le gustó.

– Me llamo Jason Waterman y soy el ex marido de la señora Barber. También soy un antiguo cliente del Ritz. ¿Ocurre algo? ¿La señora Barber se encuentra bien?

Sin saber por qué, empezaba a tener una sensación desagradable en la boca del estómago.

– Estoy seguro de que así es, señor. Es bastante raro, pero la gobernanta nos ha dejado una nota sobre su habitación.

Estas cosas pasan. Puede que esté de viaje o que en realidad se aloje en otro establecimiento, aunque lo cierto es que no ha utilizado su habitación desde que se registró. En condiciones normales no lo mencionaría, pero la gobernanta estaba preocupada. Al parecer, todas sus cosas están ahí, incluso su bolso, y dejó el pasaporte sobre el escritorio. Hace casi dos semanas que no hay señales de actividad en la habitación de la señora -dijo en voz baja, como si divulgase un secreto.

– ¡Mierda! -soltó Jason-. ¿La ha visto alguien?

– No que yo sepa, señor. ¿Le gustaría que llamásemos a alguien?

Aquello era muy raro. Los hoteles como el Ritz no decían a las personas que llamaban que el huésped por el que preguntaban llevaba dos semanas sin utilizar su habitación. Jason comprendió que también debían de estar preocupados.

– Sí -respondió Jason a su pregunta-. Puede que esto le parezca una locura, pero quisiera que hablase con la policía o con los hospitales a los que llevaron a las víctimas del atentado en el túnel y simplemente se asegurase de que no hay víctimas sin identificar, vivas o muertas. ¿Le importaría hacer unas llamadas? -preguntó al subdirector, quien prometió hacerlo.

Decirlo le ponía enfermo, pero de pronto estaba preocupado por ella. Aún la quería. Siempre la había querido. Era la madre de sus hijos y eran buenos amigos. Esperaba que no hubiese sucedido nada terrible. Si no era por el atentado del túnel, Jason no tenía ni idea de dónde demonios estaba. Stevie debía de estar mejor informada que él, aunque no querría divulgar sus secretos. Tal vez se hubiese reunido con algún tipo en París o en otro lugar de Europa. Al fin y al cabo, volvía a ser soltera desde la muerte de Sean. Pero, entonces, ¿por qué no había utilizado su habitación o al menos cogido su pasaporte y su bolso? Esas cosas no pasaban, se dijo. Pero a veces sí. Esperaba que estuviese liada con un nuevo amor y no en un hospital, o peor.

– ¿Sería tan amable de dejarme su número, señor?

Jason se lo dio. Era la una de la tarde en Nueva York y las siete en París. No esperaba tener noticias suyas hasta el día siguiente. Colgó intranquilo y se sentó ante su escritorio, donde permaneció largo rato pensando en ella y mirando fijamente el teléfono. Veinte minutos más tarde su secretaria le dijo que le llamaban del hotel Ritz de París. Era la misma voz británica y entrecortada con la que había hablado antes.

– ¿Sí? ¿Ha podido averiguar algo? -preguntó Jason en tono tenso.

– Eso creo, señor, aunque puede que no sea ella. En el hospital de La Pitié Salpétrière hay una víctima del atentado que aún no ha sido identificada. Es una mujer rubia de entre cuarenta y cuarenta y cinco años aproximadamente. Nadie la ha reclamado.

Sonaba como si fuese una maleta perdida y la voz de Jason era un gruñido cuando habló.

– ¿Está viva?

Le aterraba oír la respuesta.

– Está en estado crítico en la unidad de cuidados intensivos. Sufre una herida en la cabeza. Es la única víctima del atentado que les queda por identificar. También tiene un brazo roto y quemaduras de segundo grado. Está en coma y por eso no han podido identificarla. No hay motivos para creer que sea la señora Barber, señor. Yo diría que alguien la habría reconocido incluso aquí en Francia, ya que es famosa en todo el mundo. Esa mujer debe de ser francesa.

Jason se estaba poniendo enfermo.

– No tiene por qué. Puede que tenga la cara quemada o que sencillamente no esperen verla allí. O puede que no sea ella. Ojalá no lo sea -respondió Jason al borde de las lágrimas.

– Así lo espero -dijo el subdirector con voz suave-. ¿Qué quiere que haga, señor? ¿Envío a alguien del hotel a echar un vistazo?

– Ya me ocupo yo. Puedo coger el vuelo de las seis. Llegaré a París a las siete de la mañana, más o menos, y al hospital a las ocho y media. ¿Podría reservarme una habitación?

Su mente funcionaba a toda velocidad. Deseó poder llegar allí antes, pero sabía que ese era el primer vuelo. Viajaba a París a menudo y siempre cogía el mismo vuelo.

– Me encargaré de ello, señor. Confío sinceramente en que no sea la señora Barber.

– Gracias. Nos vemos mañana.

Sentado ante su mesa, Jason se había quedado atónito. No podía ser. Aquello no podía haberle ocurrido a ella. Pensarlo resultaba insoportable. No sabía qué hacer, así que llamó a Stevie a Los Ángeles y le contó lo que le había dicho el subdirector del Ritz.

– ¡Dios mío! Por el amor de Dios, dígame que no es Carole -dijo Stevie con voz ahogada.

– Ojalá no lo sea. Voy a comprobarlo yo mismo. Llámeme si tiene noticias suyas, y no les cuente nada a los chicos si llaman. Le diré a Anthony que me voy a Chicago, a Boston o algo así. No quiero explicarles nada hasta que lo sepamos -le dijo Jason con firmeza.

– Yo también iré -dijo Stevie, fuera de sí.

El último sitio en el que quería estar en ese momento era Los Ángeles. Por otra parte, si Carole estaba bien, iba a pensar que estaban chiflados cuando volviese al Ritz desde Budapest, Viena o dondequiera que hubiese estado y se encontrase con Jason y con ella. Debía de estar perfectamente en algún lugar de Europa, pasándolo bien y sin tener ni idea de que se preocupaban por ella.

– ¿Por qué no espera hasta que averigüe algo allí? El tipo del hotel tiene razón, puede que no sea ella. Si lo fuese, probablemente la habrían reconocido.

– No lo sé. Tiene un aspecto muy sencillo sin maquillaje y con el pelo recogido. Además, seguramente no esperan que una estrella de cine estadounidense aparezca en una unidad de traumatología de París. Puede que no se les haya ocurrido.

Stevie también se preguntó si se le habría quemado la cara, cosa que explicaría que no la reconociesen.

– ¡No pueden ser tan estúpidos, por el amor de Dios! Es una de las actrices más famosas del planeta, incluso en Francia -le espetó Jason.

– Supongo que tiene razón -dijo Stevie, poco convencida.

Pero, por otra parte, él tampoco estaba convencido, o no iría hasta allí. Solo trataban de tranquilizarse mutuamente, sin demasiado éxito.

– No llegaré a París hasta las diez de esta noche, hora de Los Ángeles -le dijo Jason a Stevie-, y no creo que sepa nada hasta que pasen un par de horas más. Iré directamente al hospital desde el aeropuerto y la veré en cuanto pueda. Pero para entonces ya será medianoche en Los Ángeles.