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– Cuando se sepa, será difícil mantener alejada a la prensa -añadió la doctora, preocupada-. Tal vez podamos utilizar su apellido de casada.

– Waterman -dijo él-. Carole Waterman.

Hubo un tiempo en que esa fue la verdad. Carole nunca había adoptado el apellido de Sean, que era Clarke. Habrían podido utilizar también este último y Jason comprendió que ella tal vez lo habría preferido. Pero ¿qué importaba ahora? Lo único que importaba era que sobreviviese.

– ¿Va a… va a… se pondrá bien?

No pudo pronunciar las palabras y preguntar si iba a morir. Sin embargo, parecía muy probable. Carole tenía muy mal aspecto; parecía casi muerta.

– Lo ignoramos. Las lesiones cerebrales son difíciles de pronosticar. Ha experimentado una mejoría y las gammagrafías cerebrales son buenas. La inflamación está remitiendo. Sin embargo, mientras no despierte no podemos saber qué daños sufrirá. Si continúa mejorando pronto le quitaremos el respirador. Entonces debe respirar por sí misma y despertar del coma. Hasta entonces no podemos saber cuáles son los daños ni los efectos a largo plazo. Necesitará rehabilitación, pero nos queda un largo camino por delante. Todavía está en peligro. Existe riesgo de infección y de complicaciones, y el cerebro podría volver a inflamarse. Recibió un golpe muy fuerte en la cabeza. Tuvo mucha suerte de no sufrir quemaduras peores, y el brazo se curará. La cabeza es nuestra principal preocupación.

Jason ni siquiera podía imaginar cómo se lo diría a los chicos, pero tenían que saberlo. Chloe tenía que venir de Londres y Anthony, de Nueva York. Tenían derecho a ver a su madre y Jason sabía que querrían estar con ella. ¿Y si moría? No podía soportar la idea.

– ¿Debería estar en algún otro sitio? -preguntó, mirando a la doctora a los ojos-. ¿Puede hacerse algo más?

La doctora pareció ofendida.

– Lo hemos hecho todo, antes incluso de saber quién era. Eso no significa nada para nosotros. Ahora debemos esperar. El tiempo nos dirá lo que necesitamos saber, si sobrevive.

Quería recordarle que su supervivencia aún no estaba garantizada. No deseaba darle falsas esperanzas.

– ¿La han operado?

La doctora volvió a negar con la cabeza.

– No. Decidimos que era preferible no traumatizarla más, y la inflamación remitió por sí sola. Adoptamos un enfoque prudente y creo que era lo mejor para ella.

Jason asintió aliviado. Al menos no le habían abierto el cerebro. Eso le daba esperanzas de que volviese a ser ella misma algún día. Era todo lo que cabía esperar por ahora, y de no ser así lo afrontarían cuando llegase el momento, como afrontarían su muerte si se producía. Era un pensamiento abrumador.

– ¿Qué piensan hacer ahora? -preguntó deseoso de actuar. Quedarse sentado no era lo suyo.

– Esperar. No podemos hacer nada más. Sabremos algo en los próximos días.

El asintió, mirando a su alrededor lo sombrío que resultaba el hospital. Había oído hablar del hospital Americano de París y se preguntó si podrían trasladarla allí, pero el subdirector del hotel le había dicho que La Pitié Salpétrière era el mejor sitio en el que podía estar, si realmente era ella. Su unidad de traumatología era excelente y recibiría la mejor asistencia médica posible para un caso tan grave como el suyo.

– Me voy al hotel a telefonear a mis hijos. Volveré esta tarde. Si pasa algo llámeme al Ritz.

Le dio también su número internacional de teléfono móvil y lo pusieron en las gráficas de evolución de Carole, con su nombre. Carole ya tenía un marido, unos hijos y un nombre, aunque no fuese el verdadero. Carole Waterman. Pero también tenía una identidad famosa que sin duda se filtraría. La doctora dijo que solo le diría a la jefa de la sección de traumatología quién era realmente Carole, pero ambos sabían que solo era cuestión de tiempo antes de que se enterase la prensa. Siempre se enteraban de las cosas así. Era increíble que nadie la hubiese reconocido hasta entonces. Pero si alguien hablaba, llegaría una nube de periodistas que les amargarían la vida a todos.

– Haremos lo posible para mantenerlo en secreto -le aseguró ella.

– Yo también. Volveré esta tarde… y… gracias… por todo lo que han hecho hasta ahora.

La habían mantenido con vida. Ya era algo. Ni siquiera podía imaginarse cómo habría sido verla en un depósito de cadáveres de París y tener que identificar su cuerpo. Por lo que había dicho la doctora, poco había faltado. Al fin y al cabo, había tenido suerte.

– ¿Puedo volver a verla? -preguntó.

Esta vez fue solo a la habitación. Las enfermeras seguían allí y se apartaron para que pudiese aproximarse a la cama. La miró, y esta vez le tocó la mejilla. Los tubos del respirador le tapaban la cara. Vio el vendaje de la mejilla y se preguntó lo graves que serían los daños. La leve quemadura que había junto al vendaje estaba sanando ya, y el brazo estaba cubierto de ungüento.

– Te quiero, Carole -susurró-. Vas a ponerte bien. Te quiero. Chloe y Anthony te quieren. Tienes que despertar pronto.

Carole no dio señales de vida, y las enfermeras miraron hacia otro lado con discreción. Les resultaba duro ver todo aquel dolor en los ojos de Jason. Entonces este se inclinó para darle un beso en la mejilla y recordó la suavidad familiar de su cara. A pesar de los años transcurridos, eso no había cambiado. El pelo de Carole estaba extendido detrás de ella sobre la cama, bajo el vendaje. Una de las enfermeras se lo había cepillado y comentó que era tan bonito como una pieza de seda amarillo claro.

Al verla le asaltaban muchos recuerdos, todos ellos buenos. Los malos llevaban mucho tiempo olvidados, al menos por su parte. Carole y él nunca hablaban del pasado. Solo se referían a los chicos o a sus vidas actuales. El se había mostrado muy amable con ella cuando murió Sean; lo sentía por ella. Fue un duro golpe para Carole. El hombre con el que se casó, que contaba cinco años menos que ella, había muerto joven. Jason había asistido al entierro y les había apoyado mucho a ella y a los chicos. Y allí estaba ahora, dos años después del fallecimiento de Sean, luchando por su propia vida. La vida era extraña, y a veces cruel. Pero aún estaba viva. Tenía una oportunidad. Esa era la mejor noticia que podía darles a sus hijos. La idea de decírselo le aterraba.

– Volveré luego -le susurró a Carole antes de besarla de nuevo-. Te quiero, Carole. Vas a ponerte bien -dijo en tono decidido.

El respirador respiraba rítmicamente por ella. A continuación, Jason salió conteniendo las lágrimas. Fueran cuales fuesen sus sentimientos, debía ser fuerte por Carole, Anthony y Chloe.

Abandonó el hospital y caminó hasta la cercana estación de tren de Austerlitz bajo una lluvia torrencial. Estaba empapado cuando encontró un taxi y le dio al taxista la dirección del Ritz. Tenía la cara larga, como si hubiese envejecido cien años en un día. Nadie merecía lo que le había ocurrido a Carole, pero ella menos que nadie. Era una buena mujer, una persona agradable y una madre estupenda, y había sido una buena esposa para dos hombres. Uno la había dejado por una fulana y el otro había muerto. Y ahora se debatía entre la vida y la muerte tras un atentado terrorista. De haberse atrevido, Jason habría estado furioso con Dios, pero no se atrevió. Ahora le necesitaba demasiado, y mientras circulaban hacia la place Vendôme, en el distrito 1, le suplicó su ayuda para decírselo a los chicos. Ni siquiera podía imaginarse qué palabras emplearía. Y entonces recordó que tenía que hacer otra llamada. Sacó el teléfono móvil y marcó un número de Los Ángeles. Era casi medianoche para Stevie, pero Jason había prometido llamarla en cuanto supiera algo.