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Jason volvió a reunirse con la doctora al anochecer. Chloe había decidido ir de compras otra vez, en esta ocasión para celebrarlo. Terapia de tiendas, como Stevie lo llamaba. Anthony estaba en el gimnasio, haciendo ejercicio. Se sentían mucho mejor y menos culpables por regresar a las actividades normales y a la vida. Incluso habían tomado un enorme almuerzo en Le Voltaire, que, como bien sabían, era el restaurante favorito de Carole en París. Jason dijo que era un almuerzo de celebración por ella.

La doctora explicó que ni las resonancias ni los TAC mostraban signos de alarma. No se veían lesiones en el cerebro, lo cual resultaba extraordinario. Los pequeños desgarros iniciales en los nervios habían sanado ya. Por otra parte, no había forma de evaluar cuánta pérdida de memoria había sufrido, ni de predecir cuántas de sus funciones cerebrales normales recuperaría. Solo el tiempo lo diría. Seguía saludando a las personas cuando le hablaban y había dicho unas cuantas palabras más esa tarde, la mayoría relacionadas con su estado físico y nada más. Había dicho «frío» cuando la enfermera abrió la ventana, y «ay» cuando le sacaron sangre del brazo, y otra vez cuando le ajustaron el gotero. Respondía al dolor y a las sensaciones, pero no daba muestras de entender las preguntas de la doctora cuando requerían una respuesta que fuese más allá de sí y no. Cuando le preguntaron su nombre, negó con la cabeza. Le dijeron que era Carole y se encogió de hombros. Al parecer, eso no tenía interés para ella. La enfermera decía que cuando la llamaban por su nombre no respondía. Y dado que no reconocía su propio nombre, era poco probable que recordase el de otros. Además, la doctora creía que por el momento Carole no recordaba quiénes eran.

Jason se negó a desanimarse y, cuando se lo contó a Stevie más tarde, dijo que solo era cuestión de tiempo. Volvía a tener esperanza. Tal vez demasiada, pensó Stevie. Ella ya había admitido la posibilidad de que Carole nunca volviese a ser la misma. Estaba despierta, pero quedaba un largo camino antes de que Carole fuese ella misma, si alguna vez volvía a serlo. Aquella seguía siendo una pregunta sin respuesta.

Al día siguiente la prensa informó de que Carole Barber había salido del coma. Aunque ya no se hallaba en estado crítico desde hacía varios días, seguía siendo noticia. A Stevie le resultaba evidente que alguien del hospital filtraba a la prensa noticias sobre Carole. En Estados Unidos tampoco habría sido raro, pero aun así le parecía repugnante. Se pagaba un precio muy alto por ser una estrella. El artículo aludía a la posibilidad de que sufriese lesiones cerebrales permanentes. Sin embargo, la foto era preciosa. Databa de diez años atrás, cuando Carole estaba en su mejor momento, aunque a su edad seguía siendo una belleza, al menos antes del atentado. Y mirándolo bien, tenía un aspecto estupendo para haber sobrevivido a una bomba.

Unos policías vinieron a interrogarla al saber que estaba despierta. La doctora les dejó hablar con ella brevemente, pero a los pocos minutos resultó evidente que no tenía recuerdo alguno del atentado ni de nada más. Se fueron sin que ella les aportase más información.

Jason y los chicos continuaban visitando a Carole, al igual que Stevie, y ella continuaba añadiendo palabras a su repertorio. «Libro.» «Manta.» «Sed.» «¡No!» Recalcaba mucho esta, sobre todo cuando venían a sacarle sangre. La última vez apartó el brazo, miró a la enfermera con furia y la llamó «mala», cosa que hizo sonreír a todo el mundo. Le sacaron sangre de todos modos, se echó a llorar, pareció sorprendida y dijo «lloro». Stevie le hablaba como si todo fuese normal, y a veces Carole se pasaba horas sentada mirándola sin decir nada. Ya lograba incorporarse, pero seguía sin poder formar frases o decir sus nombres. La víspera del día de Acción de Gracias, tres días después de su despertar, estaba claro que ignoraba por completo quiénes eran ellos. No reconocía a nadie, ni siquiera a sus hijos. Todos estaban disgustados, pero Chloe era la más afligida.

– ¡Ni siquiera me conoce! -dijo Chloe con lágrimas en los ojos cuando abandonó el hospital con su padre para volver al hotel.

– Ya te conocerá, corazón. Dale tiempo.

– ¿Y si se queda así? -preguntó ella, expresando el peor temor de todos. Nadie más se había atrevido a decirlo.

– La llevaremos a los mejores médicos del mundo -la tranquilizó Jason muy convencido.

Stevie también estaba preocupada. Continuaba conversando con Carole, pero su amiga y jefa se mostraba inexpresiva. De vez en cuando sonreía ante las cosas que decía Stevie, pero en sus ojos no había ni una chispa de recuerdo de quién era Stevie. Sonreír era nuevo para ella. Y reír también. Carole se asustó la primera vez que lo hizo, y al instante rompió a llorar. Era como contemplar a un bebé. Ella tenía mucho terreno que cubrir y le esperaba un trabajo duro. Una logopeda británica estaba volcada con ella y la forzaba al máximo.

Le dijo a Carole su nombre y le pidió que lo repitiese muchas veces. Esperaba que la imitación encendiese una chispa, pero hasta el momento nada había surtido efecto.

En la mañana del día de Acción de Gracias Stevie le dijo el día que era y el significado que tenía en Estados Unidos. Le dijo qué tomarían en la comida y Carole pareció intrigada. Stevie esperaba haber sacudido su memoria, pero no fue así.

– Pavo. ¿Qué es eso?

Lo dijo como si nunca hubiese oído la palabra, y Stevie sonrió.

– Es un ave que tomamos para almorzar.

– Parece repugnante -dijo Carole, haciendo una mueca.

Stevie se echó a reír.

– A veces lo es, pero es una tradición.

– ¿Plumas? -preguntó Carole con interés, centrándose en lo esencial. Las aves tenían plumas. Al menos recordaba eso.

– No. Relleno. ¡Ñam, ñam!

Le describió el relleno mientras Carole escuchaba con interés.

– Difícil -dijo entonces, con lágrimas en los ojos-. Hablar. Palabras. No las encuentro.

Parecía frustrada por primera vez.

– Lo sé. Lo siento. Ya volverán. Tal vez deberíamos empezar por las palabrotas. Tal vez eso sería más divertido. Ya sabes, como «mierda», «joder», «culo», «cabrón», las buenas. ¿Por qué preocuparse por «pavo» y «relleno»?

– ¿Tacos?

Stevie asintió y ambas se rieron.

– Culo -dijo Carole orgullosa-. Joder.

Era evidente que no tenía ni idea de lo que significaban.

– Excelente -dijo Stevie con mirada cariñosa.

Quería a esa mujer más que a su propia madre o hermana. Realmente era su mejor amiga.

– ¿Nombre? -preguntó Carole con tristeza-. Tu nombre -corrigió.

Trataba de esforzarse. La logopeda quería que formase frases, aunque la mayoría de las veces no podía. Aún no.

– Stevie. Stephanie Morrow. Trabajo para ti en Los Ángeles y somos amigas -dijo con lágrimas en los ojos-. Te quiero. Mucho. Creo que tú también me quieres.

– Bonito -dijo Carole-. Stevie -añadió, probando la palabra-. Eres mi amiga.

Era la frase más larga que había formado hasta el momento.

– Sí, lo soy.

Entonces entró Jason para darle a Carole un beso antes de la cena de Acción de Gracias en el hotel. Los chicos estaban vistiéndose en el Ritz, y esa mañana habían ido a nadar otra vez. Carole le miró con una sonrisa en los labios.

– Culo. Joder -dijo.

El pareció sobresaltado y miró a Stevie, preguntándose qué había ocurrido y si Carole volvía a perder la cabeza.

– Palabras nuevas -añadió Carole con una amplia sonrisa.

– ¡Oh! Estupendo. Esas te serán muy útiles -contestó él mientras se sentaba riendo.

– ¿Tu nombre? -preguntó ella.

Se lo había dicho antes, pero ella lo había olvidado.