– No es verdad -dijo Carole con ternura-. Quiero saberlo todo. Qué te gusta, qué no te gusta, qué nos gusta hacer juntas, qué hacíamos cuando eras pequeña…
– Viajabas mucho -dijo Chloe en voz baja.
Su padre le lanzó una mirada de advertencia. Era demasiado pronto para hablar de eso.
– ¿Por qué viajaba mucho? -quiso saber Carole.
– Trabajabas mucho -se limitó a decir Chloe.
Anthony contuvo el aliento. Llevaba años oyendo las mismas acusaciones. Aquellas conversaciones entre su madre y su hermana nunca acababan bien. Esperaba que no sucediese también ahora. No quería que Chloe disgustase a su madre en aquellas circunstancias. Seguía siendo muy vulnerable y habría sido injusto acusarla de cosas que ignoraba. A Carole le era imposible defenderse.
– ¿Qué hacía? ¿A qué me dedicaba? -preguntó Carole.
Le echó un vistazo a Stevie, como si la joven pudiese ponerla al tanto. Ya había percibido el vínculo que existía entre ambas, aunque desconocía los detalles y no recordaba ni su cara ni su nombre.
– Eres actriz -le explicó Stevie-. Una actriz muy importante. Eres una gran estrella.
– ¿De verdad? -Carole se quedó atónita-. ¿La gente me conoce?
Todo aquel concepto le parecía ajeno.
Todos se rieron, y Jason fue el primero en hablar:
– Tal vez deberíamos mantener tu humildad y no decírtelo. Eres probablemente una de las estrellas de cine más famosas del mundo.
– ¡Qué raro!
Era la primera vez que recordaba la palabra «raro», y todos se rieron.
– No es nada raro -dijo Jason-. Eres muy buena actriz, has hecho un montón de películas y has ganado premios muy importantes: dos Oscar y un Globo de Oro. Todo el mundo sabe quién eres.
Jason ignoraba si Carole recordaría lo que eran aquellos premios y su expresión le indicó que no. Sin embargo, la palabra «películas» sí le recordó algo. Sabía qué eran.
– ¿Qué te parece a ti eso? -le preguntó a Chloe, volviendo a ser la misma por un momento.
Todos los presentes contuvieron la respiración.
– Regular -murmuró Chloe-. De niños lo pasábamos mal.
Carole pareció entristecerse.
– No seas tonta -interrumpió Anthony, tratando de aligerar el ambiente-. Era estupendo tener como mamá a una estrella de cine. Todo el mundo nos envidiaba. Teníamos que ir a sitios geniales y tú eras guapísima. Aún lo eres -dijo, sonriendo a su madre.
Siempre había detestado los roces entre ellas y el resentimiento de Chloe a medida que se hacían mayores, aunque en los últimos años las cosas habían mejorado.
– Puede que fuese genial para ti -le espetó Chloe-, pero no para mí.
Entonces se volvió otra vez hacia su madre, que la miró con compasión y le apretó la mano.
– Lo siento -se limitó a decir Carole-. A mí tampoco me parece divertido. Si yo fuese una niña, querría que mi mamá estuviese siempre a mi lado.
Entonces miró a Jason de pronto. Acababa de recordar otra pregunta importante. Era terrible no saber nada.
– ¿Tengo madre?
El negó con la cabeza, aliviado por haber cambiado de tema por un momento. Carole acababa de regresar de entre los muertos tras semanas de terror para ellos. No quería que Chloe la disgustase o, aún peor, empezase una pelea con ella, y todos sabían que era capaz de hacerlo. Había muchos viejos conflictos allí, entre madre e hija; menos entre madre e hijo. A Anthony nunca le pareció mal el trabajo de su madre y siempre había esperado de ella menos que Chloe. Era mucho más independiente, incluso de niño.
– Tu madre murió cuando tenías dos años -explicó-; tu padre, cuando tenías dieciocho.
Entonces era huérfana. Recordó la palabra al instante.
– ¿Dónde me crié? -pregunto con interés.
– En una granja de Mississippi. Te fuiste a Hollywood a los dieciocho años. Un cazatalentos te descubrió en Nueva Orleans, donde vivías.
Carole no recordaba nada de aquello. Asintió y volvió a dirigir la atención a Chloe. Ahora estaba más preocupada por ella que por su propia historia. Eso era nuevo. Parecía que hubiese vuelto como una persona distinta, sutilmente distinta, pero tal vez cambiada para siempre. Era demasiado pronto para saberlo. Comenzaba haciendo borrón y cuenta nueva, y tenía que depender de ellos para que la pusieran al tanto. Chloe lo había hecho con su habitual sinceridad y franqueza. Al principio todos se sintieron preocupados, pero Stevie pensó de pronto que tal vez fuese para bien. Carole respondía bien. Quería saberlo todo de sí misma y de ellos, tanto lo bueno como lo malo. Necesitaba rellenar las lagunas, y había muchas.
– Lamento haber viajado tanto. Tendrás que hablarme de ello. Quiero saberlo todo y saber qué te parecía a ti. Es un poco tarde, ya sois mayores. Pero tal vez podamos cambiar algunas cosas. ¿Cómo te va ahora?
– Me va bien -dijo Chloe con sinceridad-. Vivo en Londres y vienes mucho a visitarme. Vuelvo a casa por Navidad y Acción de Gracias. Ya no me gusta Los Ángeles. Prefiero Londres.
– ¿A qué universidad fuiste?
– A la de Stanford.
Carole no dio muestras de reconocer aquel nombre. No le sonaba en absoluto.
– Es una universidad muy buena -se atrevió a sugerir Jason.
Carole asintió y sonrió a su hija.
– No esperaba menos de ti.
Esta vez Chloe sonrió.
A continuación charlaron de temas más cómodos y, al final, decidieron volver al hotel. Carole parecía cansada. Stevie fue la última en salir de la habitación. Se entretuvo un momento y le susurró a su amiga:
– Lo hiciste estupendamente con Chloe.
– Vas a tener que contarme algunas cosas. No sé nada.
– Ya hablaremos -prometió Stevie, y entonces se fijó en las rosas que había en una mesa, en un rincón. Había al menos dos docenas, rojas y con el tallo largo-. ¿De quién son?
– De un francés que ha venido a verme. No me acuerdo de cómo se llamaba, pero ha dicho que éramos viejos amigos.
– Me extraña que le hayan dejado pasar los de seguridad. Se supone que no deben hacerlo. Cualquiera puede decir que es un viejo amigo.
Se suponía que solo los miembros de la familia podían visitarla, pero ningún guardia de seguridad francés iba a prohibirle la entrada a un ex ministro de Francia. En la planta baja habían impedido el paso de miles de flores, que a petición de Stevie y Jason se repartieron entre todos los demás pacientes. Habrían llenado varias habitaciones.
– Si no tienen cuidado, tus admiradores invadirán el hospital. ¿No le has reconocido? -dijo Stevie, sabiendo que era una pregunta tonta.
Nunca se sabía. Tarde o temprano surgirían algunos recuerdos del pasado. Stevie esperaba que eso sucediese cualquier día.
– Por supuesto que no -contestó Carole-. Si no recuerdo a mis propios hijos, ¿por qué iba a reconocerle a él?
– Solo preguntaba. Le diré al guardia que tenga más cuidado. Por cierto, son unas flores bonitas.
Stevie había observado algunos fallos de seguridad y se había quejado. Cuando el guardia de servicio hacía un descanso, nadie le sustituía, y cualquiera habría podido entrar. Al parecer, alguien lo había hecho. Todos querían que Carole estuviese más segura.
– El hombre que las ha traído era agradable. No se ha quedado mucho rato. Dice que también conoce a mis hijos.
– Cualquiera puede decir eso.
Debían protegerla de los curiosos, los paparazzi, los admiradores y los chalados. Al fin y al cabo, ella era quien era, y el hospital nunca se había ocupado de una celebridad. Jason y Stevie habían hablado de contratar a un vigilante privado para ella, pero el hospital había insistido en que podían arreglárselas. Stevie iba a recordarles que debían endurecer las normas. Lo último que querían era que entrase un fotógrafo. La intrusión, ahora desconocida, habría trastornado a Carole, aunque antes estuviese acostumbrada.
– Nos vemos mañana. Feliz día de Acción de Gracias, Carole -dijo Stevie con una cálida sonrisa.