– Llevas años trabajando a favor de los derechos de las mujeres. Has viajado a países en vías de desarrollo, has hablado ante el Senado y las Naciones Unidas, has pronunciado discursos. Cuando crees en algo, predicas con el ejemplo, y eso me parece estupendo. Siempre te he admirado por ello.
– ¿Y Chloe? ¿También me admira ella? -dijo Carole con tristeza. Por lo que Stevie decía, no parecía que fuese así.
– Pues no. Creo que, si le resta a ella tiempo o dinero, le cabrea. Puede que sea demasiado joven para que le preocupen esas cosas. Además, también viajabas bastante por eso entre una película y otra.
– Tal vez debería haberme quedado más tiempo en casa -dijo Carole, preguntándose si el daño entre ellas resultaría reparable a esas alturas. Esperaba que así fuese. Le daba la impresión de que tenía que recompensar a su hija por algunas cosas, aunque estuviese un poco mimada.
– No habrías sido tú misma -dijo Stevie con sencillez-. Siempre andabas metida en muchos asuntos.
– ¿Y ahora?
– No tanto. En los últimos años te tomaste las cosas con más calma.
Stevie se mostraba prudente. No sabía si Carole estaría preparada para saber lo de Sean y afrontar los sentimientos que surgiesen si le recordaba.
– ¿De verdad? ¿Por qué me tomé las cosas con más calma?
Carole pareció preocupada mientras trataba de recordar.
– Puede que estés cansada. Eres más exigente con las películas que haces. Llevas tres años sin hacer ninguna. Has rechazado muchos papeles. Quieres interpretar papeles que tengan sentido para ti, no solo algo llamativo y comercial. Estás escribiendo un libro, o intentándolo. -Stevie sonrió-. Por eso viniste a París. Pensaste que volver aquí podía darte una mejor comprensión.
Y en lugar de eso había estado a punto de costarle la vida. Stevie siempre lamentaría que Carole hubiese hecho ese viaje. Ella misma aún se sentía traumatizada por haber estado a punto de perder a aquella mujer a la que tanto quería y admiraba.
– Creo que volverás a hacer películas cuando acabes el libro. Es una novela, pero debe tener mucho de ti. Quizá te bloqueaste por eso.
– ¿Son los únicos motivos por los que empecé a trabajar menos?
Carole la miró con los ojos inocentes de una niña y Stevie hizo una larga pausa, sin saber qué hacer. Decidió decir la verdad.
– No, no lo son. Hubo otro motivo -dijo Stevie con un suspiro. No le gustaba decírselo, pero alguien lo haría tarde o temprano. Mejor que fuese ella-. Estuviste casada con un tipo estupendo y simpático.
– No me digas que volví a divorciarme -dijo Carole, apenada. Dos divorcios le parecían demasiado. Uno solo ya era triste.
– No te divorciaste -la tranquilizó Stevie, si podía llamarse así. Haber perdido al hombre que amaba era mucho peor-. Estuviste casada durante ocho años. Se llamaba Sean. Sean Clarke. Te casaste con él cuando tenías cuarenta años y él tenía treinta y cinco. Era un productor de mucho éxito, aunque nunca trabajasteis juntos en una película. Era un hombre increíblemente amable, y creo que ambos fuisteis muy felices. Tus hijos le querían. No tenía hijos propios ni los tuvo contigo. De todos modos, cayó muy enfermo hace tres años. Cáncer de hígado. Estuvo en tratamiento durante un año, y se lo tomó con mucha filosofía y tranquilidad. Aceptó lo que le ocurría con una gran dignidad. -Stevie inspiró antes de seguir-. Murió, Carole. En tus brazos. Un año después de caer enfermo. Eso fue hace dos años. Has tenido que hacer un esfuerzo para adaptarte. Has escrito mucho, has viajado un poco y has pasado tiempo con tus hijos. Has rechazado unos cuantos papeles, pero dices que volverás a trabajar cuando hayas escrito el libro. Yo creo que vas a escribir el libro y volver al cine. Este viaje formaba parte de todo eso. Creo que has madurado mucho desde su muerte. Ahora eres más fuerte.
O al menos lo había sido hasta el atentado. Era increíble que hubiese sobrevivido, y quién sabía cuáles serían las secuelas al final. Era demasiado pronto para saberlo. Stevie miró a Carole y vio que estaba llorando. Stevie tocó su mano.
– Lo lamento. No quería contártelo. Era un hombre encantador.
– Me alegro de que me lo hayas dicho. Es muy triste. Perdí a un marido al que debí querer, y ahora ni siquiera le recuerdo. Es como perder todo lo que tenías, todo lo que te importaba. He perdido a todas las personas de mi vida y nuestra historia en común. Ni siquiera recuerdo la cara de ese hombre o cómo se llamaba, ni mi matrimonio con Jason. Ni siquiera recuerdo cuándo nacieron mis hijos.
Aquello le parecía una tragedia aún mayor que el impacto real del atentado. Los médicos le habían explicado lo del atentado. Sonaba muy irreal, aunque todo lo demás también. Como si fuese la vida de otra persona y no la suya.
– No has perdido a nadie, salvo a Sean. Todos los demás siguen aquí. Y viviste momentos maravillosos con él que algún día volverás a recordar. Los otros están aquí, de una u otra forma. Tus hijos, Jason, tu trabajo. Tu historia también está ahí, aunque aún no puedas recordarla. El vínculo que tienes con ellos sigue ahí. Las personas a las que quieres no se van a ninguna parte.
– Ni siquiera sé quién era yo para ellos, quién soy… o quiénes eran ellos para mí -dijo Carole tristemente, antes de sonarse la nariz en el pañuelo de papel que le dio la enfermera-. Me siento como si un barco se hubiera ido a pique con todo lo que poseía.
– El barco no se ha hundido. Está ahí fuera, entre la niebla, en alguna parte. Cuando la niebla se despeje, encontrarás todas tus cosas y a todas las personas que iban en él. De todos modos, la mayor parte es solo equipaje. Tal vez estés mejor así.
– ¿Y tú? -preguntó Carole-. ¿Qué soy para ti? ¿Soy una buena jefa? ¿Te trato bien? ¿Te gusta tu empleo? ¿Qué clase de vida tienes?
Deseaba saber quién era Stevie como persona, no solo en relación con ella misma. Le importaba de verdad. Incluso sin su memoria, Carole seguía siendo la mujer extraordinaria que siempre había sido y a la que Stevie quería.
– Me encanta mi trabajo y te aprecio. Tal vez demasiado. Prefiero trabajar para ti que hacer cualquier otra cosa. Quiero a tus hijos. Me gusta muchísimo el trabajo que hacemos juntas y las causas que defiendes. Me gusta quién eres como ser humano, y por eso te admiro tanto. Eres una buena persona, Carole, y también una buena madre. No dejes que Chloe trate de convencerte de lo contrario.
Stevie estaba disgustada. Chloe había contribuido más de la cuenta a todos los problemas que habían tenido. Se portaba mal con su madre y en ocasiones se mostraba resentida. En opinión de Stevie, la joven habría debido pasarlo por alto y no había hecho bien sacándolo a colación.
– No sé si Chloe recibió de mí un trato tan genial -dijo Carole en voz baja-, pero me alegro de que pienses que soy buena; es horrible no saberlo. No tener ni idea de quién eres, ni de qué le has hecho a la gente. Por lo que sé, podría ser una mala persona y que tú simplemente estuvieses siendo amable conmigo. Es insoportable que no recuerde nada, ni siquiera a las personas que significaban mucho en mi vida. Me da miedo pensarlo.
Le asustaba de verdad. Era como volar a oscuras. No tenía ni idea de cuándo podía chocar contra un muro, tal como había hecho cuando estalló la bomba.
– ¿Y tu propia vida? -le preguntó a Stevie-. ¿Estás casada?
– No. Vivo con un hombre -dijo esta, e hizo una pausa antes de añadir más.
– ¿Le quieres?
Carole sentía curiosidad por ella. Deseaba saberlo todo, sobre todos ellos. Necesitaba saber quiénes eran y descubrir quién era ella.
– A veces -dijo Stevie con sinceridad-, pero no siempre. No estoy segura de lo que siento por él, y por eso nunca nos hemos casado. Además, estoy casada con mi trabajo. Se llama Alan y es periodista. Viaja mucho, cosa que me viene bien. Lo que tenemos es conveniente y cómodo. No estoy segura de poder llamarlo amor. Y cuando pienso en casarme con él, me entran ganas de correr como alma que lleva el diablo. Nunca he pensado que el matrimonio sea algo tan genial, sobre todo si no quieres hijos.