Hablaron durante un rato de diversos temas. Luego ella le miró con serenidad. Jason estaba sentado en la silla que ocupó Stevie el día anterior y, como ella, le hablaba de su vida. Sin embargo, Carole también quería conocer la parte de él.
– ¿Qué nos pasó? -preguntó con tristeza.
Era evidente que su historia no había tenido un final feliz.
– Menuda pregunta…
No estaba seguro de que estuviese preparada para oírlo todo, pero ella dijo que sí. Necesitaba saber quiénes habían sido, qué les había ocurrido y por qué se divorciaron, así como qué había sucedido desde entonces. Ya sabía lo de Sean, por Stevie, pero sabía muy poco de su vida con Jason, salvo que habían estado casados durante diez años, que vivían en Nueva York y que tuvieron dos hijos. El resto era un misterio para ella. Stevie no conocía los detalles y Carole no se habría atrevido a preguntarles a sus hijos, que de todos modos debían de ser demasiado pequeños en aquella época para saber qué había pasado.
– Para ser sincero, no estoy seguro -respondió él por fin-. Me pasé años tratando de entenderlo. Supongo que la respuesta más sencilla es que yo pasaba por la típica crisis de los cuarenta y tú tenías una carrera muy importante. Ambos elementos colisionaron y nos hicieron explotar. Sin embargo, fue más complicado. Al principio era genial. Cuando me casé contigo ya eras una estrella. Tenías veintidós años y yo treinta y uno. Yo llevaba cinco años siendo afortunado en Wall Street y quise financiar una película. No suponía un gran beneficio económico; simplemente parecía divertido. Era un crío y quería conocer chicas guapas. Nada más profundo. Conocí a Mike Appelsohn en una reunión en Nueva York. El era entonces un gran productor y actuaba como agente tuyo desde que te descubrió. Aún lo hace -dijo para ponerla al tanto-. Me invitó a Los Ángeles. Estaba preparando un contrato. Así que fui, puse mi nombre en la línea de puntos para financiar una película y te conocí.
»Eras la chica más hermosa y simpática que había visto en mi vida, dulce, joven e inocente, típicamente sureña todavía. Llevabas cuatro años en Hollywood y seguías siendo una cría adorable e inocente, aunque ya eras una gran estrella. Era como si toda aquella fama no te hubiese afectado. Eras la misma persona buena, cálida y sincera que debías de ser mientras crecías en la granja de tu padre en Mississippi. Entonces aún tenías acento del Sur. Eso también me encantaba. Mike hizo que te librases de él. Siempre lo eché de menos. Formaba parte de la dulzura que me encantaba de ti. En realidad, no eras más que una cría. Me enamoré perdidamente de ti, y tú también de mí.
»Fui hasta allí una docena de veces mientras rodabas la película, solo para verte. Acabamos saliendo en todos los diarios sensacionalistas. Joven promesa de Wall Street intenta ganarse a la estrella más sexy de Hollywood. Eras maravillosa. Estabas llena de encanto. Aún lo estás -dijo con una sonrisa-, pero entonces no estaba acostumbrado. Creo que nunca me acostumbré. Me despertaba por las mañanas y me pellizcaba, incapaz de creer que estaba casado con Carole Barber. ¿Podía haber algo mejor?
»Nos casamos seis meses después de conocernos, cuando terminaste la película. Al principio dijiste que eras demasiado joven para casarte, y seguramente tenías razón. Te convencí, pero fuiste sincera. Dijiste que no estabas dispuesta a renunciar a tu carrera. Querías hacer películas. Te lo pasabas en grande, y yo también al estar contigo. Nunca en mi vida me he divertido tanto como entonces.
»Mike nos llevó a Las Vegas un fin de semana en su avión y nos casamos. El fue nuestro testigo, junto con una amiga tuya. Era tu compañera de habitación y, por más que lo intento, no consigo recordar cómo se llamaba. Fue la dama de honor. Y tú eras la novia más guapa que he visto en mi vida. Pediste prestado un vestido de vestuario de una película de los años treinta. Parecías una reina.
»Fuimos a México de luna de miel. Pasamos dos semanas en Acapulco y luego volviste al trabajo. Entonces hacías unas tres películas al año. Eso es muchísimo. Los estudios te obligaban a rodar sin parar con grandes estrellas y productores importantes. No dejabas de recibir guiones. Eras una auténtica industria. Nunca he visto nada igual. Eras la estrella más sexy del mundo y yo estaba casado contigo. Salíamos constantemente en la prensa. Eso es muy emocionante para dos críos, aunque supongo que con el tiempo puede cansar. Sin embargo, a ti no te ocurrió. Disfrutabas cada minuto y ¿quién podía reprochártelo? Eras la niña mimada del mundo, la mujer más deseable del planeta… y me pertenecías a mí.
»Te pasabas casi todo el tiempo rodando, y entre película y película vivíamos juntos en Nueva York. Teníamos un piso genial en Park Avenue. Y siempre que podía, iba a verte a los rodajes. La verdad es que nos veíamos mucho. Hablamos de tener hijos, pero no había tiempo. Siempre había otra película que hacer. Y un buen día llegó Anthony por sorpresa. Para entonces ya llevábamos dos años casados. Te tomaste unos seis meses de descanso, tan pronto como empezó a notarse el embarazo, y volviste al trabajo cuando el bebé tenía tres semanas. Estabas rodando una película en Inglaterra y te lo llevaste con una niñera. Pasaste allí cinco meses y yo iba a veros cada dos semanas. Era una forma loca de vivir, pero tu carrera era demasiado intensa para ensombrecerla. Además, eras demasiado joven para querer dejarlo. Yo lo comprendía por completo. Llegaste a tomarte unos meses de descanso cuando te quedaste embarazada de Chloe. Anthony tenía tres años. Le llevabas al parque como hacían todas las demás mamás. Eso me encantaba. Estar casado contigo era como jugar a las casitas, pero con una estrella de cine. La mujer más bella del mundo era mía.
Al decirlo, aún le brillaban los ojos de ilusión. Carole le observó, preguntándose por qué no había reducido el ritmo. El no parecía cuestionarse eso tanto como ella. A Carole, su carrera ya no le parecía tan importante. Pero él dejaba bien claro que entonces sí.
– En fin, un año después de que naciese Chloe, cuando Anthony tenía cinco años, volviste a quedarte embarazada. Esta vez fue un verdadero accidente y ambos nos disgustamos. Yo estaba ampliando mi negocio y trabajando como un loco, tú estabas rodando películas por todo el mundo. Anthony y Chloe nos parecían suficiente entonces, pero seguimos adelante. Sin embargo, perdiste el bebé. Te quedaste destrozada, y la verdad es que yo también. Para entonces me había hecho a la idea de un tercer hijo. Habías estado en un plato, en África, rodando tú misma las escenas peligrosas, lo cual parecía una locura, y sufriste un aborto. Te obligaron a volver al trabajo cuatro semanas más tarde. Tenías un contrato penoso y dos películas detrás. Era un torbellino constante. Dos años más tarde ganaste tu primer Oscar y la presión no hizo más que empeorar. Creo que entonces ocurrió algo, no a ti, sino a mí. Aún eras joven. Tenías treinta años cuando recibiste el Oscar. Yo iba a cumplir cuarenta años y, aunque entonces no lo reconocía, creo que me cabreaba estar casado con una mujer que tenía más éxito que yo. Estabas haciendo una maldita fortuna. Todo el mundo te conocía. Y creo que estaba harto de enfrentarme a la prensa y los cotilleos. Todo el mundo te miraba cada vez que entrábamos en algún sitio. Nunca se fijaban en mí, siempre en ti. Eso cansa, y es duro para el ego de un hombre. Puede que también quisiera ser una estrella, ¿qué sé yo? Solo quería una vida normal, una mujer, dos hijos, una casa en Connecticut, tal vez Maine en verano. En cambio, viajaba por todo el mundo para verte, tú tenías a nuestros hijos o los tenía yo, y te sentías deprimida sin ellos. Empezamos a discutir mucho. Quería que lo dejases, pero no tenía valor para decírtelo, así que lo pagaba contigo. Nos veíamos poco, y cuando nos veíamos discutíamos. Y entonces ganaste otro Oscar dos años más tarde y creo que eso acabó de fastidiarlo todo. Fue el final. Después perdí la esperanza. Supe que nunca ibas a dejarlo, al menos en mucho tiempo. Te comprometiste a hacer una película durante ocho meses en París y yo me cabreé un montón. Debería habértelo dicho, pero no lo hice. No creo que supieras qué me pasaba. Estabas demasiado ocupada para darte cuenta y nunca te dije lo disgustado que estaba. Hacías películas, tratabas de tener a nuestros hijos contigo en los rodajes y venías a verme siempre que tenías un par de días libres para hacerlo. Tenías un gran corazón. Sencillamente, no había días suficientes en el año para atender todo lo que querías: tu carrera, nuestros hijos y yo. Puede que lo hubieses dejado entonces si te lo hubiese pedido. ¿Quién sabe? Pero no te lo pedí.