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»Natalya tuvo al bebé dos días después de nuestra boda, y al cabo de un año dio a luz a nuestra segunda hija. Renunció a su carrera de modelo durante esos dos años, pero entonces me dijo que se moría de aburrimiento. Me abandonó y volvió a trabajar como modelo. Dejó a las niñas conmigo durante algún tiempo y luego se las llevó. Conoció a un vividor tremendamente rico, se divorció de mí y se casó con él. Al divorciarse me desplumó. No me preguntes por qué, pero no me molesté en firmar capitulaciones, así que se largó y me dejó sin blanca. Ni siquiera vi a aquellas niñas durante cinco años. No me lo permitió. Estaban fuera de nuestra jurisdicción y ella iba dando vueltas por Europa y Sudamérica, coleccionando maridos. En el fondo lo que hacía era prostitución de gama alta. Eso se le da muy bien. Mientras tanto, yo te había hecho daño a ti y había destruido nuestro matrimonio.

»Cuando regresaste a Los Ángeles, la verdad es que esperé a que las aguas volvieran a su cauce y al final fui a visitarte, supuestamente para ver a los niños, aunque a quien quería ver en realidad era a ti. Te habías calmado y te conté lo que había pasado. Fui sincero contigo y te dije la verdad tal como la veía. No creo que me diese cuenta entonces de que envidiaba tu carrera y tu fama. Te pedí que me dieras otra oportunidad. Dije que era por el bien de los niños, pero era por el mío. Todavía te quería. Todavía te quiero -dijo con sencillez-. Siempre te he querido.

»Me volví totalmente majareta por esa chica rusa. Pero tú ya no me querías cuando te lo pregunté, aunque no te lo reprocho. Yo no podía haberlo hecho peor. Te mostraste educada y elegante, y con mucha amabilidad me mandaste a la mierda. Dijiste que para ti todo había terminado, que había destruido lo que sentías por mí, que me habías querido de verdad y que lamentabas mucho que me disgustase tu carrera y tu obligación de pasar tanto tiempo fuera de casa. Dijiste que te lo habrías tomado con más calma si te lo hubiese pedido, aunque no estoy del todo seguro de que eso sea verdad, al menos al principio. Habías tomado mucho ímpetu y habría resultado difícil bajar el ritmo en ese momento.

»Así que yo volví a Nueva York y tú te quedaste en Los Ángeles. Con el tiempo nos hicimos amigos. Los niños crecieron y nosotros maduramos. Te casaste con Sean cuatro años después de mi visita y yo me alegré por ti. Era muy buena persona y se portaba de forma estupenda con nuestros hijos. Cuando murió, lo sentí por ti. Merecías un hombre como ese, no un cabrón como yo había sido contigo. Y entonces murió. Me sentí fatal por ti. Y aquí estamos ahora. Somos amigos. El año que viene cumpliré los sesenta. He sido lo bastante listo para no volver a casarme nunca desde lo de Natalya. Vive en Hong Kong y veo a las chicas dos veces al año. Me tratan como a un extraño, y eso es lo que soy para ellas. Natalya sigue siendo guapa, con ayuda del bisturí. ¡Solo tiene treinta y nueve años! Las chicas tienen diecisiete y dieciocho, y un aspecto muy exótico. La pensión que les sigo pasando podría financiar a un país pequeño, pero tienen un estilo de vida bastante caro. Ahora ambas trabajan como modelos. Chloe y Anthony no las conocen, y me alegro.

»Así pues, aquí estamos. Soy una especie de mitad hermano, mitad amigo, un ex marido que aún te quiere, y creo que tú sola vives bien. Nunca me pareció que lamentaras no haber vuelto conmigo ni haberme dado otra oportunidad, sobre todo desde que conociste a Sean. No me necesitas, Carole. Tienes tu propio dinero, que invertí bastante bien en tu nombre hace mucho tiempo, y aún me pides consejo. Nos queremos de forma peculiar. Siempre estaré ahí para ayudarte si me necesitas y supongo que tú harías lo mismo por mí. Nunca tendremos más que eso, pero conservo unos recuerdos increíbles de nuestro matrimonio. Jamás los olvidaré. Me entristece que tú no te acuerdes, porque vivimos momentos maravillosos. Espero que algún día vuelvas a recordarlos. Conservo en mi memoria cada instante que pasamos juntos y nunca dejaré de lamentar el dolor que te causé. Lo pagué en cantidades industriales, pero me lo merecía.

Jason le había hecho una confesión completa y, al escucharle, Carole se sintió muy conmovida.

– Espero que me perdones algún día. Creo que ya lo habías hecho hace mucho. En nuestra amistad ya no hay amargura ni malos rollos. Con el tiempo se pulieron las aristas, en parte por tu forma de ser. Tienes un corazón enorme, fuiste una buena esposa para mí y eres una madre estupenda para nuestros hijos. Te lo agradezco.

Luego se quedó contemplándola en silencio mientras ella le miraba con profunda compasión.

– Lo has pasado muy mal -dijo ella amablemente-. Gracias por compartir todo eso conmigo. Lamento no haber sido lo bastante lista para ser la esposa que necesitabas que fuese. En nuestra juventud hacemos cosas muy estúpidas.

Después de escucharle, se sentía muy vieja. Jason había tardado dos horas en contarle toda su historia. Estaba cansada y tenía mucho en que pensar. No recordaba nada de lo que él había dicho, pero le daba la impresión de que él había tratado de ser justo. La única que había salido vapuleada en la historia era la supermodelo rusa, aunque parecía que se lo merecía. Jason había escogido fatal, y lo sabía. Aquella joven era muy peligrosa. Carole nunca lo fue y siempre trató de mostrarse cariñosa y sincera con él. Jason se lo había dejado muy claro. Ella tenía poco que reprocharse; solo haber trabajado mucho y haber pasado demasiado tiempo fuera de casa.

– Me alegro muchísimo de que estés viva, Carole -le dijo con ternura antes de marcharse, y ella supo que hablaba en serio-. Si esa bomba te hubiese matado, a nuestros hijos y a mí se nos habría roto el corazón. Espero que recuperes la memoria. Pero, aunque no lo hagas, todos te queremos.

– Lo sé -dijo ella en voz baja-. Yo también te quiero.

Había tenido pruebas del amor de todos, incluso de él, aunque ya no estuviesen casados. Antes de irse, Jason se despidió de ella con un beso en la mejilla.

Aquel hombre añadía algo a su vida, no solo recuerdos e información sobre el pasado, sino también una tierna amistad que tenía un sabor propio.

10

Después del fin de semana de Acción de Gracias, Jason y Anthony anunciaron que regresaban a Nueva York y Chloe pensó que debía volver a su trabajo. Además, Jake la había llamado varias veces. No había nada que pudiesen hacer por Carole. Estaba fuera de peligro. El resto del proceso de recuperación era cuestión de tiempo y podía ser lento.

Sus hijos pasarían la Navidad en Los Ángeles. Para eso faltaba un mes y los médicos esperaban que ella saliese entonces del hospital y pudiese volver a casa. Carole invitó a Jason a pasar las fiestas con ellos y él aceptó agradecido. Era un arreglo extraño, pero volvían a sentirse como una familia. Después de todo, Jason se llevaría a los chicos a Saint Bart para pasar el día de Año Nuevo. El la invitó a acompañarles, pero los médicos no le recomendaban viajar después de volver a Los Ángeles. Aún era demasiado vulnerable y los viajes le producirían confusión. Todavía no caminaba y, al haber perdido la memoria, todo le resultaba más difícil. Una vez que llegase a casa, quería quedarse allí. Sin embargo, no quería privar a sus hijos del viaje con su padre. Todos lo habían pasado muy mal desde el atentado y Carole sabía que las vacaciones les vendrían muy bien.

La víspera de su marcha Jason pasó una hora a solas con Carole. Aunque sabía que era demasiado pronto para sacar el tema, quería saber si, una vez que se recuperase, estaría dispuesta a volver a intentarlo con él. Ella vaciló; seguía sin recordar nada de la historia de ambos, aunque sabía que sentía mucho cariño por él. Le agradecía el tiempo que había pasado con ella en París y se daba cuenta de que era un buen hombre. Sin embargo, no le amaba y dudaba que llegase a amarle con el tiempo. No quería infundirle falsas esperanzas. Ahora tenía que concentrarse en ponerse bien y recuperarse del todo. Quería pasar tiempo con sus hijos y no estaba en condiciones de pensar en una relación. Además, parecía que su historia era demasiado complicada. Habían llegado a un buen punto antes del atentado y Carole no quería arriesgarse a estropear las cosas.