Se sentía muy asustado por Carole. Le habían advertido cómo estaba ella, pero aquello era peor en cierto modo. Al mirarla a los ojos y saber que no recordaba nada de su vida, de su carrera ni de la gente que la quería, a Mike le entraron ganas de llorar.
Como le ocurría a Sean, a Mike nunca le había gustado París. Lo único que le agradaba de allí era la comida. Los franceses le parecían de trato difícil en los negocios, desorganizados y poco fiables en el mejor de los casos. Lo que le hacía soportable la ciudad era el Ritz, que en su opinión era el mejor hotel del mundo. Por lo demás, se sentía más feliz en Estados Unidos. Y quería que Carole también volviese allí, con los médicos que él conocía. Ya había pensado en varios de los mejores de la ciudad. Como hipocondríaco reconocido y ferviente, era miembro del consejo de administración de dos hospitales y una facultad de medicina.
No le gustaba nada dejarla allí esa noche para volver al hotel, pero se dio cuenta de que estaba cansada. Había estado con ella toda la tarde, y también él estaba agotado. Había tratado de refrescarle la memoria aún más con anécdotas de sus primeros días en Hollywood, pero Carole no recordaba nada más. Solo cosas de su infancia en Mississippi. A partir de los dieciocho años, cuando salió de la granja, todo parecía haberse borrado. De todos modos, ya era algo.
Hablar con la gente durante mucho rato seguía siendo fatigoso para ella y tratar de forzar su memoria la agotaba. Cuando Mike se dispuso a marcharse, ella estaba preparada para irse a dormir. El hombre se situó de pie junto a la cama antes de marcharse y le pasó una mano por los largos cabellos rubios.
– Te quiero, nena -dijo, utilizando el apelativo que siempre había usado con ella, desde que era una cría-. Ahora ponte bien y vuelve a casa lo antes posible. Te estaré esperando en Los Ángeles.
Tuvo que volver a contener las lágrimas mientras le daba un abrazo, y acto seguido salió de la habitación. Tenía un chófer abajo esperando para llevarle al hotel.
Stevie se quedó hasta que Carole se durmió, y entonces se marchó también. Mike la llamó a su habitación cuando ella llegó. Estaba disgustado.
– ¡Santo Dios! -exclamó-. No recuerda nada de nada.
– La llama, su pueblo natal, su abuela, la foto de su madre y el establo de su padre han sido el primer atisbo de esperanza que hemos tenido. Creo que le ha hecho usted mucho bien -respondió Stevie agradecida y sincera.
– Espero que pronto dejemos eso atrás.
Mike quería que volviese a ser ella misma y retomase su carrera. No deseaba que Carole terminase afectada por una lesión cerebral.
– Yo también lo espero -convino Stevie.
Mike le contó que había concedido una breve entrevista en la puerta del hospital. Un periodista estadounidense le reconoció y preguntó cómo estaba Carole y si había venido a verla. Él dijo que sí y que ella se encontraba bien. Le dijo al reportero que su memoria estaba volviendo y que, en realidad, lo recordaba casi todo. No quería que corriese el rumor de que había perdido la cabeza. Pensaba que era importante para su carrera dar una visión favorable de sus progresos. Stevie no estaba segura de que tuviese razón, pero no se perdía nada. Carole no hablaba en persona con los reporteros, así que ellos no tenían forma de saber la verdad y sus médicos no estaban autorizados a hablar con ellos. Mike se preocupaba de verdad por Carole, pero siempre tenía su carrera en mente.
Al día siguiente apareció una información de su conversación con ellos en los telegramas de las agencias de prensa y se publicó en los periódicos de todo el mundo. Carole Barber, la estrella de cine, se recuperaba en París y había recobrado la memoria, en palabras textuales de Mike Appelsohn, productor y agente. Él decía que Carole volvería pronto a Los Ángeles para reanudar su carrera. El artículo no mencionaba que llevaba tres años sin hacer una película. Solo decía que había recuperado la memoria, pues eso era todo lo que le importaba a él. Como siempre había hecho, Mike Appelsohn la cuidaba y estaba considerando lo que era mejor para ella.
11
En los días que siguieron a la visita de Mike, Carole empezó a encontrarse fatal. Había pillado un resfriado tremendo. Seguía expuesta a los sufrimientos humanos corrientes y estos se sumaban al problema neurológico que estaba tratando de superar y a la necesidad de aprender de nuevo a caminar con soltura. Trabajaban con ella dos fisioterapeutas y también una logopeda que acudía a diario. Carole ya andaba mejor, pero se sentía desanimada por el resfriado. Stevie también estaba resfriada. Como no quería que Carole enfermase aún más, guardaba cama en el Ritz. El médico del hotel fue a comprobar su estado y le dio antibióticos por si empeoraba. Tenía una fortísima sinusitis y una tos terrible. Llamó a Carole, que estaba casi tan mal como ella.
Había una enfermera nueva de servicio que dejaba sola a Carole durante el almuerzo. Carole se sentía sola sin poder hablar con Stevie y, por primera vez desde que estaba allí, encendió la televisión y vio las noticias de la CNN. Así hacía algo. Aún no podía concentrarse lo suficiente para leer un libro. Leer seguía resultándole difícil. Y escribir era peor. Su caligrafía también se había resentido. Stevie se había dado cuenta hacía tiempo de que de momento no escribiría su libro, aunque no se lo había dicho a Carole. De todos modos, no podía escribirlo ahora. Ya no recordaba el argumento y su ordenador estaba en el hotel. Tenía problemas más esenciales que afrontar. Pero por ahora a Carole le gustaba ver la televisión mientras se hallaba a solas en su habitación. De todos modos la enfermera nueva no le hacía mucha compañía, y además era bastante adusta.
Con el ruido de la tele, Carole no oyó abrirse la puerta de la habitación y se sobresaltó al ver a alguien a los pies de su cama. Cuando volvió la cabeza, la estaba observando un chico joven, con vaqueros, que aparentaba unos dieciséis años. Tenía la piel oscura y grandes ojos rasgados. Al mirarle a los ojos, vio que parecía desnutrido y asustado. Carole no tenía ni idea de qué estaba haciendo en su habitación. No dejaba de mirarla. Supuso que el guardia de seguridad de la puerta le habría dejado entrar. Debía de ser el repartidor de alguna floristería, pero no vio ni rastro de flores. Trató de hablarle en un francés vacilante, pero él no la entendió. Entonces lo intentó en inglés.
– ¿Puedo ayudarte? ¿Buscas a alguien?
Tal vez se hubiese perdido o fuese un admirador. Habían venido algunos, aunque se suponía que el guardia no debía dejarles pasar.
– ¿Eres una estrella de cine? -preguntó con un acento desconocido.
Parecía español o portugués. Y ella no recordaba nada de español. También habría podido ser italiano o siciliano. Era moreno.
– Sí, lo soy -respondió ella con una sonrisa-. ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó con amabilidad.
Parecía muy joven. Llevaba una chaqueta holgada encima de un suéter azul marino. La chaqueta daba la impresión de pertenecer a otra persona, pues le venía enorme. Llevaba zapatillas deportivas con agujeros, como las que llevaba Anthony. Su hijo decía que eran sus zapatillas de la suerte y las había traído a París. Aquel chico parecía no tener nada mejor. Ella se preguntó si querría un autógrafo. Había firmado unos cuantos desde que estaba allí, aunque su firma actual no guardaba ningún parecido con la normal. La bomba también había hecho eso. Escribir a mano seguía resultándole difícil.
– Te estaba buscando -se limitó a decir el chico, mirándola a los ojos.
Carole sabía que nunca le había visto y, sin embargo, sus ojos le recordaban algo. Le vino a la mente la imagen de un coche y la cara de él en la ventanilla, mirándola fijamente. Y entonces lo supo. Le había visto en el túnel, en el coche situado junto al taxi, antes de que estallasen las bombas. Había salido de un salto y había echado a correr. Luego todo explotó a su alrededor y, segundos después, se vio envuelta en la negrura.