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– Entonces creo que todo está en orden -dijo la doctora, sonriendo de nuevo-. Más tarde le haré saber cómo han salido las pruebas. Creo que pronto podrá empezar a hacer la maleta. Antes de que se dé cuenta estará bebiendo champán en el Ritz.

Sabían que bromeaba, pues ya le habían dicho a Carole que no debía beber alcohol durante algún tiempo. De todos modos no solía beber, así que no le importaba.

Cuando la doctora se marchó, Carole se levantó de la cama y se dio una ducha. Stevie la ayudó a lavarse el pelo, y esta vez Carole echó un largo vistazo en el espejo a la cicatriz de su mejilla.

– Tengo que admitir que no es demasiado bonita -dijo, frunciendo el ceño.

– Parece la cicatriz de un duelo -dijo Stevie alegremente-. Apuesto a que puedes cubrirla con maquillaje.

– Puede que sí. Puede que sea mi insignia de honor. Al menos mi cerebro no está hecho trizas -comentó Carole, apartándose del espejo.

Mientras Carole se encogía de hombros y se secaba el pelo con una toalla, volvió a decirle a su secretaria que le asustaba un poco dejar el hospital. Se sentía como un bebé que abandona la matriz. Por eso se alegraba de llevarse a una enfermera de regreso al hotel.

Tras secarse el pelo llamó a Chloe a Londres y le dijo que no tardaría en volver al hotel y en estar de camino a Los Ángeles antes de Navidad. Carole también daba por supuesto, como todos, que los escáneres saldrían bien, o al menos que no habrían empeorado desde la vez anterior. De lo contrario no habría nada que sugerir.

– Me preguntaba si te gustaría venir unos cuantos días antes que los demás -le ofreció Carole a su hija-. Tal vez el día después de que yo llegue a casa. Puedes ayudarme a preparar la Navidad y salir de compras conmigo. Creo que no compré nada antes de venir. Sería agradable pasar ese tiempo juntas, y tal vez planear un viaje para las dos en primavera a algún sitio al que de verdad te apetezca ir.

Carole llevaba días pensando en ello y le gustaba la idea.

– ¿Nosotras solas? -preguntó Chloe atónita.

– Nosotras solas. -Carole sonrió y miró a Stevie, que levantó el pulgar-. Hemos de recuperar el tiempo. Si tú te animas, yo también.

– ¡Nunca pensé que harías eso, mamá! -susurró Chloe, estremecida.

– Me encantaría. Sería un placer para mí, si tú tuvieses tiempo.

Recordó que Matthieu había dicho que Chloe se mostraba muy necesitada y exigente de niña. Sin embargo, aunque así fuera, si eso era lo que deseaba, ¿por qué no dárselo? Las necesidades de cada persona eran distintas y tal vez las de Chloe fuesen mayores que las de la mayoría, por cualquier motivo, tanto si era culpa de su madre como si no. Carole tenía tiempo. ¿Por qué no utilizarlo para causarle alegría? ¿Acaso no estaban para eso las madres? Que Anthony fuese más independiente y autosuficiente no hacía que las necesidades de Chloe fuesen malas, solo distintas. Y Carole también quería pasar tiempo con ella y compartir el regalo que le había sido concedido, su vida. Después de todo eran sus hijos, aunque fuesen adultos. Fuera lo que fuese lo que ahora necesitasen de ella, quería tratar de dárselo, no solo en honor del pasado, sino también del presente y del futuro. Algún día tendrían una familia propia. Ese era el momento de pasar momentos especiales con ellos, antes de que fuese demasiado tarde. Era su última oportunidad y la estaba aprovechando por los pelos.

– ¿Por qué no piensas dónde te gustaría ir? Tal vez esta primavera. A cualquier lugar del mundo.

Era un ofrecimiento genial y, como siempre, a Stevie le impresionó su jefa y amiga. Siempre hacía lo que tenía que hacer, para el bien de todos. Era una mujer extraordinaria y era una suerte conocerla.

– ¿Qué te parece Tahití? -dijo Chloe de un tirón-. Puedo tomarme unas vacaciones en marzo.

– Me parece fantástico. Creo que nunca he estado allí. Al menos eso me parece. Y si he estado en Tahití, no lo recuerdo, así que será nuevo para mí -comentó antes de echarse a reír-. Ya lo sabremos. En fin, espero volver a Los Ángeles el veintiuno. Tú podrías venir el veintidós. Los demás no llegan hasta Nochebuena. No es mucho tiempo, pero algo es algo. Estaré en París hasta entonces.

Sin embargo, sabía que Chloe tenía que ponerse al día con su trabajo en el Vogue británico y trabajar incluso los fines de semana para recuperar el tiempo perdido, así que Carole no esperaba verla hasta justo antes de Navidad en Los Ángeles. Ella misma aún no estaba lo bastante recuperada para ir a verla a Londres. Quería tomarse las cosas con calma hasta su vuelo de vuelta a Los Ángeles, un viaje que supondría una especie de reto, aunque ahora que un neurocirujano viajaría con ellas estaba más tranquila.

– Iré el veintidós, mamá. Y gracias -dijo Chloe.

Carole notó que su agradecimiento era sincero. Al menos, Chloe apreciaba el esfuerzo que hacía su madre. Carole se dijo que tal vez siempre había hecho el esfuerzo y su hija nunca se había dado cuenta, o no era lo bastante mayor para entenderlo y sentirse agradecida. Ahora ambas se esforzaban e intentaban mostrarse amables. Eso ya era un regalo enorme para las dos.

– Te avisaré cuando vuelva al hotel, mañana o pasado -dijo Carole con calma.

– Gracias, mamá. Te quiero -dijo Chloe en tono cariñoso.

– Y yo a ti.

La siguiente llamada de Carole fue para Anthony, en Nueva York. Estaba en la oficina y parecía ocupado, pero se alegró de oírla. Ella le explicó que volvería al hotel y que estaba deseando verle por Navidad. Él parecía de buen humor, aunque le advirtió que no volviese a trabar amistad con Matthieu. Era un tema recurrente en cada llamada.

– Es que no me fío de él, mamá. La gente no cambia. Y sé cómo te amargó la vida. Todo lo que recuerdo de nuestros últimos días en París es haberte visto llorando sin parar. Ni siquiera me acuerdo de por qué. Solo sé que estabas muy triste. No quiero que vuelva a ocurrirte eso. Ya lo has pasado bastante mal. Preferiría verte volver con papá.

Era la primera vez que él decía eso y Carole se sobresaltó. No quería decepcionarle, pero no iba a volver con Jason.

– Eso no va a suceder -dijo ella con calma-. Creo que estamos mejor como amigos.

– Pues Matthieu no es ningún amigo -masculló su hijo-. Fue un auténtico cabrón contigo cuando vivías con él. Estaba casado, ¿verdad?

Ahora Anthony solo tenía un vago recuerdo de aquello, pero la impresión negativa se había mantenido y era extrema. Habría hecho cualquier cosa por evitar que su madre volviese a sufrir aquel dolor. El simple hecho de recordarlo le hacía daño. Ella se merecía un trato mucho mejor que aquel, de cualquier hombre.

– Sí, estaba casado -dijo Carole en voz baja, temiendo verse forzada a defenderle.

– Eso me parecía. Entonces, ¿por qué vivía con nosotros?

– Los hombres hacen arreglos así en Francia. Tienen amantes además de esposas. No es una situación genial para nadie, pero aquí parecen aceptarla. En aquella época era mucho más difícil divorciarse, así que la gente vivía así. Yo quería que se divorciase, pero murió su hija y entonces su esposa amenazó con suicidarse. El tenía un cargo demasiado alto en el gobierno para romper su matrimonio sin que eso provocase un gran alboroto en la prensa. Parece una locura, pero resultaba menos escandaloso hacer lo que hacíamos. Dijo que se divorciaría y que luego nos casaríamos. Creo que creía realmente que lo haríamos, pero nunca encontraba el momento para romper su matrimonio. Así que nos marchamos -dijo Carole con un suspiro-. No quería irme, pero tampoco que todos nosotros viviésemos así para siempre. No me parecía bien, ni para vosotros ni para mí misma. Soy demasiado estadounidense para eso. No quería ser la amante permanente de alguien y tener que llevar una vida secreta.