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– ¿Cómo te encuentras? -le preguntó él de nuevo.

Temía que hubiesen caminado demasiado y se sintió culpable, pero su compañía resultaba demasiado embriagadora para renunciar a ella.

– ¡De maravilla! Me sienta bien estar viva -respondió Carole con los ojos brillantes y las mejillas encendidas.

A Matthieu le habría gustado llevarla a alguna parte, pero no se atrevió. Vio que estaba cansada, aunque relajada. Carole y él charlaron animadamente en el trayecto de regreso al hotel. A pesar de sus planes de «espionaje», él la llevó al Ritz en su coche, mientras el de ella les seguía. Ambos olvidaron detenerse en el Crillon. Estaban en la fachada del Ritz que daba a la place Vendôme, la entrada principal del hotel. Carole se recordó a sí misma que no tenían nada que ocultar. Ahora no eran más que viejos amigos, y ambos viudos. Se le hacía raro que ahora tuviesen eso en común. En cualquier caso, eran libres y no tenían pareja, y él era un simple abogado, no un ministro de Francia.

– ¿Quieres subir? -le preguntó Carole, poniéndose la capucha de nuevo. Prescindió de las gafas oscuras porque no vio a ningún paparazzi esperando.

– ¿Te apetece? ¿No estás muy cansada? -preguntó él preocupado.

– Seguramente me afectará más tarde. Ahora mismo me encuentro muy bien. La doctora dijo que debía salir de paseo.

A Matthieu solo le preocupaba que hubiesen caminado demasiado, pero Carole parecía muy animada.

– Podemos volver a merendar, sin el beso -le recordó, y Matthieu se echó a reír.

– Desde luego, eso deja las cosas claras. De acuerdo, merendaremos sin el beso. Aunque tengo que reconocer que me gustó -dijo él con sinceridad.

– También a mí -dijo Carole con una tímida sonrisa-. Pero eso no está en el menú. Ayer fue una especie de plato del día antiguo.

Había sido un desliz, por muy dulce que supiese en su momento.

– ¡Qué lástima! ¿Por qué no subes con tu escolta? Aparcaré el coche y subiré en un momento.

De esa forma, si un paparazzi al acecho le hacía una foto, no tendría que explicar la presencia de él.

– Hasta ahora -dijo Carole mientras bajaba del coche.

Los escoltas bajaron de un salto del otro automóvil y se adaptaron al paso de Carole. Al cabo de un instante, una ráfaga de flashes se disparaba en su cara. Al principio Carole se quedó sorprendida, aunque enseguida saludó con una amplia sonrisa. Mientras le hacían fotos no tenía sentido ponerse antipática. Había aprendido eso muchos años atrás. Entró deprisa en el hotel, cruzó el vestíbulo y tomó el ascensor para subir a su habitación. Stevie la aguardaba en la suite. Ella también acababa de regresar de la calle. Se puso un cortaviento en sustitución del abrigo que Carole había tomado prestado y dio un agradable paseo por la rue de la Paix. Tomar un poco el aire le sentó muy bien.

– ¿Cómo ha ido? -preguntó Stevie cortésmente.

– Ha ido muy bien -contestó Carole.

Se estaba demostrando a sí misma que podían ser amigos.

Matthieu llegó a la habitación al cabo de un minuto. Stevie pidió bocadillos y té para ellos, que Carole devoró en cuanto los trajeron. Su apetito había mejorado y Matthieu vio que el paseo le había beneficiado. Parecía cansada pero contenta mientras estiraba las piernas y hablaban, como siempre, de diversas cosas, tanto filosóficas como prácticas. En los viejos tiempos a él le encantaba hablar de política con ella y valoraba sus opiniones. Carole aún no estaba en condiciones de hacerlo, ni tampoco estaba al día en cuestiones de política francesa.

Esta vez Matthieu no se quedó tanto rato y cumplió su promesa de no besarla. La nieve de la noche anterior había traído una avalancha de recuerdos, y con ellos sentimientos que la habían sorprendido y la habían llevado a bajar la guardia. Ahora sus límites volvían a estar en su sitio y él la respetaba por ello. Lo último que quería era hacerle daño. Carole era vulnerable y frágil, y hacía poco que había vuelto a la vida. Matthieu no quería aprovecharse de ella, solo estar en su compañía de cualquier forma que ella lo permitiese. Se sentía agradecido por lo que tenían. Resultaba difícil creer que quedase algo después de toda la tierra quemada del pasado.

– ¿Damos otro paseo mañana? -preguntó él antes de marcharse.

Ella asintió complacida. También disfrutaba del tiempo que pasaban juntos. Estaba en el umbral de la suite y él la miró con una sonrisa.

– Nunca creí que volvería a verte -dijo, saboreando el momento.

– Yo tampoco -reconoció ella.

– Nos vemos mañana -dijo Matthieu en voz baja, y luego salió de la suite.

Al marcharse saludó a los dos escoltas. Salió del Ritz con la cabeza baja, pensando en Carole y en lo agradable que había sido caminar sencillamente con ella agarrada del brazo.

Al día siguiente se encontraron a las tres. Caminaron durante una hora y luego dieron un paseo en coche hasta las seis. Aparcaron durante un rato en el Bois de Boulogne y hablaron de su antigua casa. Matthieu dijo que hacía años que no la veía y quedaron en pasar por allí de camino hacia el hotel. Era una peregrinación que Carole ya había hecho, pero ahora la harían juntos.

La puerta del patio volvía a estar abierta y, mientras la escolta aguardaba discretamente en el exterior, entraron juntos. De forma instintiva, ambos levantaron la vista hacia la ventana de su antiguo dormitorio, se miraron y se cogieron de la mano. Allí habían compartido muchas cosas, habían albergado muchas esperanzas y luego habían perdido sus sueños. Era como visitar un cementerio en el que hubiese sido enterrado su amor. Carole pensó en el bebé que había perdido y le miró con los ojos húmedos. No podía evitar sentirse más cerca que nunca de Matthieu.

– Me pregunto qué habría pasado si lo hubiésemos tenido -dijo en voz baja.

El supo a qué se refería y suspiró. Vivieron momentos terribles cuando ella se cayó de la escalera y todo lo que ocurrió después.

– Supongo que ahora estaríamos casados -dijo él, con un profundo tono de pesar.

– Tal vez no. Tal vez no habrías dejado a Arlette ni siquiera en ese caso.

En Francia había muchos hijos ilegítimos. Era una tradición que se remontaba a la monarquía.

– Si ella se hubiese enterado, habría muerto -le dijo a Carole con tristeza-. En cambio, casi te mueres tú.

Había sido una tragedia para ambos.

– No tenía que ser -dijo Carole con filosofía.

Aún iba a la iglesia cada año, el día en que murió el bebé. Se dio cuenta de que se acercaba la fecha y apartó la idea de su mente.

– Ojalá lo hubiese sido -dijo él en voz baja, y tuvo que contenerse para no besarla de nuevo.

En lugar de eso, recordando su promesa, la estrechó entre sus brazos durante largo rato mientras sentía su calor y pensaba en lo felices que habían sido en esa casa durante lo que parecía mucho tiempo. Desde la perspectiva de una vida, dos años y medio no eran nada, aunque en aquel momento habían sido el mundo entero de los dos.

Esta vez fue Carole quien volvió la cara hacia él y le besó primero. Matthieu se sobresaltó y vaciló, pero luego dejó que su propia determinación se desvaneciese mientras le devolvía el beso y después la besaba de nuevo. Tuvo miedo de que Carole se enfadase con él, pero no fue así. Sus sentimientos hacia él la embargaban de tal manera que nada habría podido detenerlos. Se sentía arrastrada por una corriente.

– Ahora vas a decirme que no he cumplido mi palabra -la regañó él preocupado.

No quería que estuviese enfadada con él, aunque se sentía aliviado al ver que no lo parecía.

– Soy yo quien no ha cumplido la suya -dijo Carole con calma mientras salían del patio y se dirigían al coche-. A veces me parece que mi cuerpo te recuerda mejor que yo -susurró-. Ser simples amigos no es tan fácil como yo creía -dijo con sinceridad.