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– Tampoco lo es para mí -reconoció él-, pero haré lo que tú quieras.

Por lo menos le debía eso. Sin embargo, ella siempre le sorprendía.

– Tal vez deberíamos limitarnos a disfrutar durante las dos próximas semanas, por los viejos tiempos, y despedirnos para siempre cuando me marche.

– No me gusta ese plan -dijo él mientras subían al coche-. ¿Qué tendría de malo que saliésemos juntos otra vez? Puede que estuviésemos destinados a encontrarnos. Puede que esta sea la forma que tiene Dios de darnos otra oportunidad. Ambos somos libres ahora, no hacemos daño a terceros ni tenemos que responder ante nadie.

– No quiero volver a sufrir -dijo Carole con claridad, mientras él arrancaba el coche y se volvía a mirarla-. La última vez sufrí demasiado.

Él asintió. No podía negar eso.

– Lo entiendo -contestó, antes de hacerle una pregunta que le había obsesionado durante años-. ¿Me perdonaste alguna vez, Carole, por fallarte y no hacer lo que dije que haría? Pretendía hacerlo, pero las cosas nunca salían como yo quería. Al final no pude. ¿Me perdonaste por eso y por hacerte tanto daño?

Matthieu sabía que no tenía derecho, pero confiaba en que así fuese, aunque no estaba seguro. ¿Por qué iba a hacerlo? Él no lo merecía.

Carole le miró con los ojos muy abiertos y llenos de sinceridad.

– No lo sé. No me acuerdo. Todo eso ha desaparecido. Recuerdo la parte buena y el dolor. No sé qué pasó después de eso. Lo único que sé es que tardé mucho tiempo en recuperarme.

Era la mejor respuesta que iba a conseguir. Ya era bastante insólito que estuviese dispuesta a pasar tiempo con él en aquellas circunstancias extraordinarias. Que le perdonase era demasiado pedir y Matthieu sabía que no tenía derecho a eso.

Él la dejó en el hotel y prometió volver al día siguiente para llevarla a dar otro paseo. Carole quería volver a los Jardines de Luxemburgo, adonde tantas veces había ido con Anthony y Chloe cuando vivían allí.

Mientras volvía a casa, Matthieu solo podía pensar en los labios de ella contra los suyos. Entró con su llave, cruzó el vestíbulo hasta su estudio y se sentó a oscuras. No tenía ni idea de qué decirle o de si volvería a verla alguna vez cuando se marchase. Sospechaba que ella tampoco lo sabía. Por primera vez, no tenían historia ni futuro; lo único que tenían era cada día que llegaba. No había modo de saber qué sucedería después.

17

Pasear por los Jardines de Luxemburgo con Matthieu le trajo a Carole una lluvia de recuerdos de todas las ocasiones en que había estado allí con sus hijos y con él. La primera vez que visitó esos jardines iba acompañada por él, y después volvió un centenar de veces con Anthony y Chloe.

Recordaron entre risas travesuras de los niños y otros momentos que a ella se le habían escapado hasta entonces. Caminar por París con él le traía a la memoria muchas cosas que de otro modo habrían seguido en el olvido, en su mayoría momentos buenos y tiernos que habían compartido. El dolor que él le había causado parecía ahora un poco más lejano en contraste con la felicidad que recordaba.

Seguían charlando y riéndose cuando bajaron del coche de Matthieu frente a la puerta del Ritz. Carole le había invitado a cenar en su suite y él había aceptado. Matthieu le estaba entregando las llaves de su coche al voiturier, con Carole agarrada de su brazo, cuando les sorprendió el destello de una instantánea. Sobresaltados, ambos levantaron la mirada hacia el fotógrafo y Carole sonrió la segunda vez, mientras Matthieu aparecía digno y severo. Ni siquiera en el mejor de los casos le gustaba que le hiciesen fotos, pero desde luego detestaba ser fotografiado por los paparazzi de la prensa del corazón. Cuando vivían juntos siempre fueron prudentes, pero ahora corrían mucho menos peligro. No tenían nada que ocultar, aunque era desagradable que les fotografiasen y hablasen de ellos. Desde luego, ese no era el estilo de Matthieu, que entró en el hotel quejándose. Últimamente utilizaban la puerta principal; era más sencillo que pedir cada vez que le abriesen a Carole la puerta de la rue Cambon. Cuando la fotografiaron llevaba pantalones grises y el abrigo de Stevie, y tenía las gafas oscuras en la mano. Era evidente que la reconocieron, aunque al parecer ignoraban quién era Matthieu.

Carole se lo mencionó a Stevie cuando subieron.

– Ya lo averiguarán -se limitó a decir Stevie.

A Stevie le preocupaba que Carole pasase tanto tiempo con Matthieu. Sin embargo, parecían felices y relajados, y Carole iba recuperando las fuerzas día a día. Al menos estar con él no le estaba perjudicando.

Stevie encargó al servicio de habitaciones la cena para ellos. Carole pidió foie gras salteado y Matthieu, un filete. Stevie cenó en su habitación con la enfermera. Ambas comentaron que Carole estaba mejorando. Se la veía más fuerte y había recuperado el color. Y, lo que era más importante, Stevie se daba cuenta de que parecía feliz.

Matthieu se quedó hablando con ella hasta las diez de la noche. Siempre tenían muchas cosas que decirse; nunca se les acababan los temas de conversación interesantes para los dos. La policía se había vuelto a poner en contacto con Carole para pedirle una declaración adicional sobre el atentado del túnel. Querían saber si recordaba algo más, pero no era así. Carole había perdido el conocimiento enseguida, tan pronto como explotó el coche situado junto al de ella. Sin embargo, tenían montones de declaraciones de otras personas. La policía consideraba que, a excepción del muchacho que fue a buscarla al hospital, todos los terroristas habían muerto. No había más sospechosos.

Matthieu le habló de algunos de los casos en los que estaba trabajando en el bufete y volvió a insistir en que quería jubilarse. Carole opinaba que no era una decisión acertada, salvo que encontrase alguna otra ocupación.

– Eres demasiado joven para jubilarte -insistió.

– Ojalá lo fuese, pero no es así. ¿Y tu libro? -preguntó él-. ¿Has pensado algo más?

– Pues sí -reconoció ella.

Sin embargo, aún no estaba preparada para volver al trabajo. Tenía otras cosas en mente, como por ejemplo a Matthieu, que empezaba a ocupar su cabeza día y noche. Carole intentaba resistirse. No quería obsesionarse con él, sino limitarse a disfrutar de su compañía hasta que se fuese a casa. Se daba cuenta de que era bueno que se marchase pronto, antes de que las cosas se descontrolasen entre ellos, como ya había sucedido.

Esa noche volvieron a besarse antes de que él se marchase, tanto por el pasado como por el presente. Sentían una mezcla de hábito y deseo, alegría y tristeza, amor y miedo.

Pasaron el resto del tiempo hablando del trabajo de Matthieu, del libro y la carrera de ella, de sus hijos y de todo lo que se les ocurrió. Nunca paraban de hablar. A ambos les encantaban sus cambios de impresiones. Para Carole suponía un reto tener conversaciones inteligentes con él pues eso la forzaba a exigirle a su mente ser lo que fue antes. A veces aún le costaba encontrar una palabra o un concepto, y todavía no había averiguado cómo manejar su ordenador. Los secretos de su libro seguían encerrados en él. Stevie se había ofrecido a ayudarla, pero Carole insistía en que no estaba preparada. Aquello requería demasiada concentración.

A la mañana siguiente, durante el desayuno, Stevie le trajo los periódicos. Tenía un montón. Carole salía con Matthieu en la primera plana de todos ellos; le habían reconocido y le identificaban por su nombre. En la foto, Matthieu salía sobresaltado y con la cara larga, mientras que Carole estaba preciosa, con una sonrisa amplia y desenvuelta. Habían utilizado la segunda foto, en la que sonreía. Estaba guapa; la cicatriz de la mejilla se veía un poco, aunque no lo suficiente para disgustarla. Y el Herald Tribune había hecho los deberes. No solo habían identificado a Matthieu como ex ministro del Interior, sino que era evidente que aquello había despertado la curiosidad de algún reportero celoso, joven o viejo. Habían revisado sus archivos durante el tiempo en que ella había vivido en Francia y comprobaron si existía alguna fotografía de ellos juntos de esa época. Habían encontrado una buena, tomada en una gala benéfica en Versalles. Carole se acordaba muy bien. Tuvieron el buen sentido de no acudir juntos a la fiesta. Arlette estaba allí con él, y Carole había acudido con un actor con el que había hecho una película, un viejo amigo que visitaba París en esos días. Formaban una pareja deslumbrante y fueron el blanco de todas las fotografías. Aunque las admiradoras del actor lo ignoraban, él era homosexual. Fue la coartada perfecta para Carole.