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Carole sabía que él se iba con sus hijos, y ella misma quería estar con los suyos. Además, con un poco de suerte, asistiría a la boda de Stevie en Las Vegas en Nochevieja.

– Podría viajar el uno de enero, si te parece bien -sugirió Matthieu amablemente-. Podría quedarme el tiempo que te viniese bien y luego tú podrías venir a visitarme a París en primavera. ¿Por qué no probamos a ir de aquí para allá durante un tiempo en función de tus planes y vemos cómo funciona? ¿Qué te parece?

Sabiendo que estaba dispuesto a casarse con ella, a Carole no le dio la impresión de que él estuviese «probándola». Hacía todo lo posible por complacerla y darle el espacio que quería para ser ella misma.

– Interesante -contestó ella con una sonrisa.

No estaba lista para comprometerse a nada, pero con solo mirarle sabía que le amaba. Más que nunca, aunque de forma más sensata. Esta vez se estaba protegiendo a sí misma. Por no hacerlo se había producido el desastre en que se vio envuelta con él la última vez.

– ¿Te gustaría hacer eso? -insistió él, y Carole se echó a reír.

– Tal vez -contestó con una sonrisa, antes de comerse otro puñado de granos de moca.

Matthieu la miró, riéndose por lo bajo. Carole siempre había sido incapaz de resistirse a los granos de moca de aquel restaurante. Eso le recordó viejos tiempos, cuando le tenía despierto toda la noche.

– Te vas a pasar semanas sin poder dormir -la advirtió.

Solo lamentaba que no le tuviese despierto esa noche.

– Lo sé -respondió ella alegremente.

Le gustaba la idea de Matthieu. No le parecía estar vendiendo su alma ni arriesgándose en exceso. Aún podía sufrir porque le amaba, pero quería entrar con cuidado en la relación y ver cómo funcionaba para ambos.

– ¿Puedo ir a verte en enero? -volvió a preguntar él.

Se sonrieron. Las cosas iban mucho mejor que la noche anterior. Matthieu se daba cuenta de que se había precipitado. Después de todo el dolor que le causó años atrás, ahora sabía que debía avanzar despacio para volver a ganarse su confianza. Sabía lo importante que era para Carole respetarse a sí misma. Siempre había sido así. Esta vez no estaba dispuesta a traicionarse por la conveniencia de él o para adaptarse a su vida. Estaba cuidando de sí misma, y no por ello dejaba de amarle.

– Sí -dijo ella con voz suave-. Me encantaría que vinieras. ¿Cuánto tiempo podrías quedarte? ¿Semanas? ¿Días? ¿Meses?

– Seguramente podría organizarme las cosas para quedarme un par de meses, pero no tengo por qué quedarme tanto. Depende de ti.

– Veamos cómo va todo -dijo ella, y Matthieu asintió.

Carole quería mantener las puertas abiertas por si decidía echarse atrás.

– Me parece muy bien -dijo Matthieu, queriendo tranquilizarla.

No quería precipitarse y volver a asustarla. También se recordó que Carole acababa de pasar por un terrible calvario y había estado a punto de morir, por lo que ahora se sentía vulnerable y acobardada.

– Podría venir a París contigo en marzo, después de ir a Tahití con Chloe, y tal vez quedarme aquí durante toda la primavera, en función de los demás aspectos de mi vida -se apresuró a añadir.

– Por supuesto.

Carole era ahora la más ocupada de los dos, sobre todo si él se jubilaba. Por lo pronto iba a tomarse un permiso. El momento era ideal para él. En las próximas semanas acabaría la mayoría de sus proyectos y no había asumido ninguno nuevo. Era como si hubiese intuido que ella volvería a su vida.

Matthieu pagó la cena con un talón y fueron los últimos en abandonar el restaurante. Era tarde, pero habían avanzado mucho. Él había sugerido una solución que Carole podía aceptar. El corazón de ella no quedaría protegido de posibles heridas, pero por otra parte no renunciaría a su vida por él. Eso era para Carole aún más importante que antes.

El la acompañó al hotel mientras el coche de ella les seguía. Estuvo a punto de llevarla por el fatídico túnel cercano al Louvre, pero giró bruscamente en el último momento. Volvía a estar abierto y no quería llevarla por allí. A él casi se le había olvidado, aunque a ella no. Cuando él giró, a Carole se le pusieron los ojos como platos del terror.

– Lo siento -dijo él disculpándose y mirándola con cariño.

No quería hacer nada que la disgustase o asustase, de ninguna forma.

– Gracias -dijo Carole, inclinándose para besarle.

Le gustaban los planes que acababan de hacer y Matthieu estaba contento. Aún no era exactamente lo que él quería, pero sabía que tenía que ganarse su confianza de nuevo, llegar a entender cuáles eran sus necesidades y cómo había cambiado su vida. Estaba dispuesto a hacer lo que fuese con tal de hacerla feliz.

Llegaron al hotel cinco minutos más tarde. Matthieu la estrechó entre sus brazos y la besó antes de salir del coche.

– Gracias, Carole, por volver a darme una oportunidad. No me la merezco, pero te prometo que esta vez no te decepcionaré. Te lo juro.

Ella le besó de nuevo y después Matthieu la acompañó al hotel de la mano.

– ¿Nos vemos mañana?

Ella le miró con una sonrisa tranquila.

– Te llamo por la mañana, cuando haya hablado con Air France.

Su escolta la acompañó a su habitación. Matthieu sonreía cuando volvió a su coche. Era un hombre feliz. Y esta vez no iba a estropearlo todo; de eso estaba seguro.

Stevie se despertó a las cuatro de la mañana, vio luz en la habitación de Carole y se acercó de puntillas para comprobar si se encontraba bien. Se quedó asombrada al verla sentada ante el escritorio, inclinada sobre el ordenador. Estaba de espaldas a la puerta y no la oyó entrar.

– ¿Estás bien? ¿Qué haces?

A Stevie le chocó ver que Carole, que no había podido utilizar el ordenador desde el accidente, trabajaba ahora en él a un ritmo frenético.

– Trabajar en mi libro -contestó, mirando por encima del hombro con una sonrisa. Stevie no la había visto así desde antes de que Sean enfermase. Contenta, trabajando y animada-. He averiguado cómo poner en marcha el ordenador y volver a abordar la historia. Voy a empezar de nuevo y tirar lo que tenía. Ahora sé adonde voy.

– ¡Hala! -Stevie le sonrió a su jefa-. Parece que vas a cien por hora.

– Así es. Me he comido dos cuencos de granos de moca y chocolate en Le Voltaire, suficientes para pasarme años despierta.

Ambas se echaron a reír y luego Carole se volvió a mirarla con expresión agradecida.

– Gracias por lo que has dicho esta mañana. Matthieu y yo hemos averiguado esta noche lo que queremos hacer.

– ¿Os casáis?

Stevie la miró entusiasmada y Carole se echó a reír.

– No. Al menos todavía no. Tal vez algún día, si no nos matamos antes uno a otro. Es la única persona que conozco que es más obstinada que yo. Vamos a viajar de aquí para allá durante un tiempo y ver cómo nos va. Matthieu estaría dispuesto a vivir en California la mitad del tiempo. Por ahora vamos a vivir en pecado.

Carole se echó a reír, pensando en lo irónico que resultaba que ahora ella no quisiera casarse y él sí. Se habían vuelto las tornas.

– Funcionará -dijo Stevie alegremente-. Espero que te cases con él algún día. Creo que es el tipo adecuado para ti. Tú también debiste pensarlo, o no habrías aguantado toda esa mierda hace años.

– Ya, yo también lo creo. Solo necesito tiempo. Las pasé moradas.

– Eso ocurre a veces, pero al final vale la pena.

Carole asintió.

– ¿Cómo va el libro? -preguntó Stevie con un bostezo.

– Hasta ahora me gusta. Vuelve a la cama; nos vemos por la mañana.

– Duerme un poco luego -dijo Stevie mientras volvía a su propia habitación.