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Entonces la doctora O'Rourke echó un vistazo a sus gráficas de evolución, comentó la pérdida de memoria y quiso saber cómo iba.

– Mucho mejor -dijo Carole abiertamente-. Al principio fue bastante raro. No tenía ni idea de quién era yo ni de quiénes eran los demás. Mi memoria había desaparecido por completo.

– ¿Y ahora?

Los brillantes ojos azules lo veían todo y su sonrisa era cálida. La doctora era un elemento añadido que no habían tenido en París, pero el nuevo neurólogo de Carole en Los Ángeles opinaba que el factor psicológico era importante y se requerían como mínimo tres o cuatro visitas con ella, aunque Carole se estaba recuperando.

– Mi memoria ha mejorado mucho. Aún tengo lagunas, pero no son nada comparadas con la amnesia que tenía cuando desperté.

– ¿Ha sufrido ataques de ansiedad? ¿Tiene dificultades para conciliar el sueño? ¿Dolores de cabeza? ¿Comportamiento extraño? ¿Depresión?

Carole respondió de forma negativa a todo, a excepción del leve dolor de cabeza que había tenido ese día al despertar. La doctora O'Rourke coincidió con Carole en que se estaba recuperando sumamente bien.

– Parece que tuvo mucha suerte, si puede llamarse así. Esa clase de lesión cerebral puede ser muy difícil de pronosticar. La mente es algo extraño y maravilloso, y en ocasiones pienso que lo que hacemos es más arte que ciencia. ¿Tiene previsto volver a trabajar?

– Durante un tiempo no. Estoy trabajando en un libro y pensaba empezar a mirar guiones en primavera.

– Yo no me precipitaría. Puede que se sienta cansada durante un tiempo. No se pase con el esfuerzo. Su cuerpo le dirá qué está preparado para hacer y puede que se vuelva en su contra si usted se pasa. Podría volver a tener fallos de memoria si trabaja demasiado.

Esa perspectiva impresionó a Carole y Stevie le dedicó una mirada de advertencia.

– ¿Le preocupa algo más? -preguntó.

– La verdad es que no -respondió Carole después de pensarlo un poco-. A veces me asusta lo cerca que estuve de morir. Aún tengo pesadillas.

– Eso me resulta lógico.

Entonces Carole le contó el ataque en el hospital por parte del terrorista suicida superviviente, que había vuelto para matarla.

– Me parece que lo ha pasado muy mal, Carole. Creo que debería tomárselo con calma durante un tiempo. Dese la oportunidad de recuperarse tanto del shock emocional como del traumatismo físico. Lo ha pasado fatal. ¿Está casada?

– No, soy viuda. Mis hijos y mi ex marido vendrán a pasar la Navidad -dijo contenta, y la doctora sonrió.

– ¿Alguien más?

Carole sonrió.

– Recuperé un antiguo amor en París. Vendrá justo después de las fiestas.

– Estupendo. Diviértase, se lo ha ganado.

Charlaron durante un rato más y luego la doctora le recomendó algunos ejercicios para mejorar su memoria que parecían interesantes y divertidos. Cuando salieron de la consulta Stevie y Carole comentaron lo alegre, animada y llena de vida que resultaba la neuropsicóloga.

– Es guapa -comentó Stevie.

– Y lista -añadió Carole-. Me cae bien.

Le daba la impresión de que podía preguntarle o decirle cualquier cosa si ocurría algo raro. Incluso había preguntado si podía hacer el amor con Matthieu. La doctora O'Rourke dijo que no había problema y luego le advirtió que debía utilizar preservativos, por lo que Carole se ruborizó. Hacía mucho tiempo que no tenía que preocuparse por eso. La doctora O'Rourke comentó con su traviesa sonrisa que solo le faltaba coger una enfermedad de transmisión sexual después de lo mal que lo había pasado. Carole estuvo de acuerdo y se echó a reír, sintiéndose casi una cría de nuevo.

Al salir de la consulta se sintió aliviada de tener una doctora a la que acudir si acusaba los efectos del accidente de forma distinta ahora que estaba en casa. Sin embargo, hasta el momento se estaba recuperando y se encontraba bien. Tenía muchas ganas de pasar las fiestas con su familia y de asistir a la boda de Stevie, dos acontecimientos que prometían ser divertidos.

Cuando regresaban de la consulta, Carole insistió en parar en Barney's para mirar el vestido de novia de Stevie. Esta se probó tres y se enamoró del primero. Carole se lo compró como regalo de boda, y encontraron unos Manolo Blahnik de raso blanco en la planta principal. El vestido era largo y realzaba la escultural figura de Stevie. Se casaría de blanco. Habían encontrado un vestido verde oscuro para Carole. Era corto, sin tirantes y del color de las esmeraldas. Dijo que se sentía como la madre de la novia.

Chloe no llegaría hasta las siete de la tarde, así que disponían de unas horas para prepararlo todo. En el último momento, cuando Stevie ya salía a buscarla, Carole decidió ir con ella. Se marcharon a las seis. La floristería había entregado a las cinco un árbol de Navidad, decorado por completo, y de pronto el ambiente de la casa se había vuelto navideño.

De camino hacia el aeropuerto volvieron a hablar de la boda. Stevie estaba muy ilusionada, y también Carole.

– No puedo creer que esté haciendo esto -dijo Stevie por enésima vez ese día.

Carole le sonrió. Ambas sabían que era lo correcto y Carole volvió a decirlo.

– No estoy loca, ¿verdad? ¿Y si al cabo de cinco años no lo soporto?

Stevie era una vorágine de emociones.

– No será así y, si ocurriera, hablaremos de ello entonces.

Y no, no creo que estés loca. Es un buen hombre y te quiere y tú le quieres a él. ¿Se toma bien lo de no tener críos? -preguntó Carole preocupada.

– Dice que sí. Dice que conmigo tiene bastante.

– Todo saldrá bien -dijo Carole.

Cuando bajaban del coche sonó su teléfono móvil. Era Matthieu.

– ¿Qué haces? -preguntó en tono alegre.

– Estoy en el aeropuerto para recoger a Chloe. Hoy he visto al médico y dice que estoy muy bien. Además, de camino a casa hemos encontrado un vestido de boda para Stevie.

Resultaba divertido compartir sus actividades con él. Después de la pesadilla de París, cada minuto parecía un regalo.

– Me estás preocupando. Haces demasiadas cosas. ¿Te ha dicho el doctor que podías o tienes que descansar?

En París eran casi las cuatro de la mañana. Matthieu se había despertado y decidió llamarla. Carole parecía estar demasiado lejos. Le encantaba oír su voz. Sonaba ilusionada y joven.

– Ha dicho que no tengo que visitarle de nuevo hasta dentro de un mes.

Carole se acordó de pronto de cuando estaba embarazada y apartó el pensamiento de su mente. La entristecía demasiado. Por aquel entonces Matthieu solía besar el vientre de Carole a medida que crecía y le preguntaba siempre lo que le había dicho el médico. Incluso la acompañó a una de las visitas para escuchar el latido del bebé. Juntos habían sufrido mucho, en especial después del aborto y cuando murió la hija de él. Matthieu y ella tenían una historia que les unía incluso ahora.

– Te echo de menos -le dijo él de nuevo, como el día anterior.

Carole había permanecido quince años ausente de la vida de Matthieu y, ahora que había vuelto, cada día se le hacía interminable sin ella. Tenía unas ganas enormes de ir a verla. Al día siguiente se marcharía a esquiar con sus hijos y prometió llamarla desde allí. Le habría gustado que Carole pudiese acompañarles, aunque no estuviese en condiciones de esquiar. Ella nunca llegó a conocer a sus hijos y Matthieu quería que lo hiciese ahora. Para Carole sería una experiencia agridulce. Mientras tanto, estaba deseando pasar más tiempo con sus propios hijos.

Stevie y ella esperaron a que Chloe pasase por la aduana. La joven sabía que Stevie acudiría al aeropuerto, pero se quedó atónita al ver a su madre.

– ¡Has venido! -dijo pasmada, echándole los brazos al cuello-. ¿No es una imprudencia? ¿Te encuentras bien?

Chloe parecía preocupada pero encantada, por lo que Carole se sintió doblemente satisfecha de haber acudido. El esfuerzo ciertamente mereció la pena para ver esa expresión de Chloe de sorpresa, alegría y gratitud. La muchacha disfrutaba plenamente del amor de su madre, que era justo lo que Carole había querido.