Выбрать главу

Envió al cirujano de la nave, el doctor Nelson, para que se asegurase de que Valentine Michael Smith era instalado en una suite en el Centro Médico de Bethesda, transferido a una cama hidráulica y protegido de todo contacto con el exterior por una guardia de guardiamarinas. El propio Van Tromp acudió a informar a una sesión extraordinaria del Consejo Supremo de la Federación.

En el mismo momento en que se acomodaba a Valentine Michael Smith en su cama, el ministro para las Ciencias decía, en un tono algo impertinente:

—Admito, capitán, que su autoridad como comandante militar de lo que, pese a todo, era primariamente una expedición científica, le confiere el derecho de ordenar que se prodiguen servicios médicos extraordinarios para proteger a una persona que se halla temporalmente a su cargo, pero no comprendo qué razones puede tener ahora para intervenir en una cuestión que corresponde a mi departamento. ¡Porque Smith constituye el hallazgo de un auténtico tesoro de información científica!

—Sí. Supongo que lo es, señor.

—Entonces, ¿por qué…? —el ministro para las Ciencias se volvió hacia el ministro para la Paz y la Seguridad—. ¿David? Evidentemente, este asunto entra ahora en mi jurisdicción. ¿Dará usted las instrucciones necesarias a su gente? Después de todo, uno no puede esperar que personas del calibre del profesor Kennedy y el doctor Okajima, por citar sólo a dos, estén dispuestos a permanecer cruzados de brazos. No lo aceptarán.

El ministro para la Paz no respondió, pero miró interrogativamente al capitán Van Tromp. El capitán negó con la cabeza.

—¿Por qué no? —insistió el ministro para las Ciencias—. Ha admitido usted que su pasajero no está enfermo.

—Déle al capitán una oportunidad, Pierre —aconsejó el ministro para la Paz—. ¿Y bien, capitán?

—Smith no está enfermo, señor —dijo el capitán Van Tromp al ministro para la Paz—, pero tampoco está bien. Nunca se vio sometido a un campo de una gravedad. Aquí pesa más de dos veces y media lo que está acostumbrado a pesar, y sus músculos no le responden. Tampoco está habituado a la presión atmosférica normal de la Tierra. No está familiarizado con nada, y es probable que la tensión sea excesiva para él. Por las campanas del infierno, caballeros, también yo me siento exhausto por el hecho de hallarme de nuevo a una g…, y eso que nací en este planeta.

El ministro para las Ciencias adoptó una expresión desdeñosa.

—Si la fatiga de la aceleración es todo lo que le preocupa, permítame asegurarle, mi querido capitán que ya hemos anticipado esto. Su respiración y sus funciones cardíacas serán monitorizadas cuidadosamente. Puedo asegurarle que no carecemos por completo de imaginación y previsión. Al fin y al cabo, también yo he salido ahí fuera. Sé lo que se siente. Ese hombre, Smith, debe…

El capitán Van Tromp decidió que había llegado el momento de iniciar su pataleta. Podía disculparla por el cansancio que le embargaba —un auténtico cansancio, se sentía como si acabara de posarse en Júpiter—, y era muy consciente de que ni siquiera un alto consejero podía permitirse adoptar una actitud demasiado rígida con el comandante de la primera expedición a Marte saldada con éxito.

Así que interrumpió al ministro con un bufido de disgusto.

—¡Ja! «Ese hombre, Smith…» ¡Ese hombre! ¿Acaso no se da cuenta de que no lo es?

—¿Eh?

—Smith… no… es… un… hombre.

—¿Cómo? Explíquese, capitán.

—Smith no es un hombre. Es una criatura inteligente, con los genes y los antepasados de un hombre, pero no es un hombre. Es más un marciano que un hombre. Hasta que llegamos nosotros, nunca había posado los ojos en un ser humano. Piensa como un marciano, siente como un marciano. Ha sido criado y educado por una raza que no tiene nada en común con nosotros. Una raza que ni siquiera tiene sexo. Smith nunca ha puesto los ojos en una mujer… ni siquiera ahora, si mis órdenes han sido cumplidas. Es un hombre por ascendencia, pero un marciano por medio ambiente. Ahora, si quieren ustedes volverle loco y estropear ese «hallazgo de un tesoro de información científica», llamen a sus profesores de cabeza cuadrada y déjenles que lo sacudan de un lado para otro. No le concedan ni la más re mota posibilidad de recuperarse y fortalecer su cuerpo y acostumbrarse al manicomio que es este planeta. Simplemente sigan adelante y estrújenlo como una naranja. La responsabilidad no será mía: ¡yo ya he cumplido con mi trabajo!

El silencio que siguió fue roto en voz baja por el propio secretario general Douglas.

—Y hay que reconocer que ha sido un buen trabajo, capitán. Su consejo será sopesado, y nos aseguraremos de no hacer nada de una forma demasiado precipitada. Si ese… hombre-marciano, Smith, necesita unos cuantos días para adaptarse, estoy seguro de que la ciencia podrá esperar… así que tómeselo con calma, Pete. El capitán Van Tromp está cansado.

—Hay algo que no puede esperar —intervino el ministro para la Información Pública.

—¿Eh, Jock?

—Si no mostramos dentro de poco a ese Hombre de Marte en los estéreos, va a encontrarse usted con un montón de desórdenes entre las manos, señor secretario.

—Hum… Exagera usted, Jock. Hablaremos mucho de Marte en las noticias, por supuesto. Yo condecorando al capitán y a su valiente tripulación… Mañana, creo que será el mejor momento. El capitán Van Tromp relatando sus experiencias…, evidentemente después de una noche de descanso, capitán.

El ministro negó con la cabeza.

—¿Eso no sirve, Jock?

—El público esperaba que la expedición regresara con un marciano auténtico y vivo al que poder hincarle el diente. Puesto que no lo han hecho, necesitamos a Smith, y lo necesitamos desesperadamente.

—¿Marcianos vivos? —el secretario general Douglas se volvió para mirar a Van Tromp—. Tomó usted películas de los marcianos, ¿verdad?

—Miles de metros.

—Ahí tiene su respuesta, Jock. Cuando empiece a flaquear nuestra reserva de noticias en directo, pasaremos las películas de los marcianos. A la gente le encantarán. Y ahora, capitán, respecto a esta posibilidad de extraterritorialidad: ¿Dice usted que los marcianos no se oponen a ello?

—Bueno, no, señor… Pero tampoco se manifiestan a favor.

—No le sigo.

El capitán Van Tromp se mordió el labio.

—Señor, no sé exactamente cómo explicarlo. Conversar con un marciano es como hablar con un eco. Uno no se enzarza en ninguna discusión, pero tampoco obtiene ningún resultado.

—¿Dificultades semánticas? Quizá debió venir usted acompañado de su… ¿cómo se llama?, experto en semántica. ¿O acaso está aguardando fuera?

—Mahmoud, señor. No, el doctor Mahmoud no se encuentra bien. Una… ligera indisposición nerviosa, señor —Van Tromp reflexionó que el estar borracho como una cuba era más o menos el equivalente moral.

—¿Mareo espacial?

—Un poco, tal vez. —¡Aquellos malditos marmotas!

—Bien, tráigale aquí en cuanto se sienta mejor. Y supongo que ese joven Smith también nos servirá de ayuda como intérprete.

—Quizá —dijo Van Tromp, dubitativo.

El joven Smith estaba atareadísimo en aquellos momentos tratando tan sólo de seguir con vida. Su cuerpo, insoportablemente comprimido y debilitado por la extraña forma del espacio existente en aquel increíble lugar, logró al fin un cierto alivio gracias a la suavidad del nido donde le habían colocado aquellos otros individuos. Renunció al esfuerzo de resistir y aplicó el tercer nivel a su respiración y palpitaciones cardíacas.