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Comprendió de inmediato que estaba a punto de consumirse. Sus pulmones funcionaban casi con la misma intensidad con que lo hacían en su hogar, el corazón aceleraba su ritmo para distribuir la afluencia, todo ello en un intento de contrarrestar los efectos opresores de aquel espacio… y todo ello en una situación en la que se veía asfixiado por una atmósfera venenosamente intensa y peligrosamente cálida. Tomó de inmediato precauciones.

Cuando el ritmo cardíaco descendió a veinte latidos por minuto y la respiración fue casi imperceptible, lo mantuvo todo así y se observó a sí mismo durante el tiempo suficiente como para asegurarse de que no se descorporizaría inadvertidamente mientras su atención estaba en otro lado. Cuando se sintió satisfecho de que todo funcionaba correctamente, dejó alerta una pequeña porción de su segundo nivel y retiró el resto de sí mismo. Era necesario revisar las configuraciones de aquel cúmulo de nuevos acontecimientos a fin de asimilarlos, estudiarlos y evaluarlos… no fuera caso que le engulleran.

¿Por dónde debía empezar? ¿Por cuando abandonó su hogar, con aquellos que eran ahora sus nuevos compañeros de nido? ¿O por su llegada a este aplastante espacio? Se vio bruscamente asaltado por las luces y los sonidos de esa llegada, sintió de nuevo el lacerante dolor que sacudía su cerebro. No, todavía no estaba preparado para recibir esa configuración… ¡atrás!, ¡atrás!, más atrás de la primera vez que vio a esos otros que eran ahora los suyos. Más atrás incluso de la curación que siguió a su primera abrumadora comprensión del hecho de que no era como sus propios hermanos de nido… allá en el mismo nido.

Ninguno de sus pensamientos se desarrollaba de acuerdo con los símbolos de la Tierra. Recientemente había aprendido a pronunciar unas pocas y sencillas palabras en inglés, pero le resultaban menos fáciles que los términos que usaría un hindú para comerciar con un turco. Smith utilizaba el inglés como quien emplea un diccionario, a través de una tediosa e imperfecta traducción para cada símbolo. Ahora sus pensamientos, puras abstracciones marcianas procedentes de medio millón de años de cultura alocadamente alienígena, viajaban tan alejados de cualquier experiencia humana que resultaban absolutamente intraducibies.

En la sala contigua, un interno, el doctor «Tad» Thaddeus, jugaba al cribbage con Tom Meechum, el enfermero especial de Smith. Thaddeus no apartaba un ojo de los diales y medidores y el otro de sus cartas; sin embargo, captaba cada latido del corazón de su paciente. Cuando una de las parpadeantes luces descendió de noventa y dos pulsaciones por minuto a menos de veinte, echó las cartas a un lado, se puso en pie de un salto y se precipitó a la habitación donde estaba Smith, con Meechum pisándole los talones.

El paciente flotaba en la piel flexible de la cama hidráulica. Parecía estar muerto. Thaddeus maldijo brevemente y restalló:

—¡Llame al doctor Nelson!

—¡Sí, señor! —dijo Meechum, y añadió—. ¿Y si le aplicáramos un electrochoque, doc? Parece que lo hemos perdido.

¡Llame al doctor Nelson!

El enfermero se alejó a la carrera. El interno examinó al paciente desde tan cerca como le era posible, pero sin atreverse a tocarlo. Todavía lo estaba haciendo cuando entró un médico ya mayor, que caminaba con la cuidadosa torpeza propia de un hombre que ha permanecido largo tiempo en el espacio y aún no se ha ajustado de nuevo a la alta gravedad.

—¿Y bien, doctor?

—La respiración, la temperatura y el pulso del paciente descendieron de pronto hará unos, esto, dos minutos, señor.

—¿Qué ha hecho usted?

—Nada, señor. Sus instrucciones…

—Bien —Nelson examinó brevemente a Smith, luego estudió los instrumentos a la cabecera de la cama, idénticos a los de la sala de observación—. Infórmeme si se produce algún cambio —y se dispuso a marcharse.

Thaddeus pareció desconcertado.

—Pero, doctor… —se interrumpió.

—Adelante, doctor —dijo Nelson hoscamente—. ¿Cuál es su diagnóstico?

—Hum… No quisiera entrometerme con su paciente, señor.

—No importa. Le he pedido su diagnóstico.

—Muy bien, señor. Shock… atípico, quizá —dio un rodeo—, pero un shock terminal.

Nelson asintió.

—Razonable. Pero éste no es un caso razonable. Relájese, hijo. He visto a este paciente en estas mismas condiciones una docena de veces durante el viaje de vuelta. Mire… —levantó el brazo derecho del paciente y lo soltó. El brazo se quedó inmóvil allá donde lo había dejado.

—¿Catalepsia? —preguntó Thaddeus.

—Llámelo como quiera. Pero llamar a una pierna cola no la convierte en tal. No se preocupe por eso, doctor. Nada es típico en este caso. Usted tan sólo limítese a evitar que le molesten y avíseme si se produce algún cambio —y volvió a depositar sobre la cama el brazo de Smith.

Cuando Nelson hubo salido, Thaddeus echó otra mirada al enfermo, agitó la cabeza y se reunió con Meechum en la sala de guardia. Meechum recogió sus cartas y dijo:

—¿Seguimos?

—No.

Meechum aguardó unos instantes, luego añadió:

—Doc, si me lo pregunta, diría que es un caso para el ataúd antes de mañana.

—Nadie se lo ha preguntado.

—Lo siento.

—Vaya a fumar un cigarrillo con los guardias. Quiero meditar.

Meechum se encogió de hombros y salió. Thaddeus abrió un cajón del fondo, sacó una botella y se sirvió una dosis calculada para ayudarle a meditar. Meechum se reunió con los guardias en el pasillo; éstos se envararon por un momento, pero al ver quién era se relajaron de nuevo. El guardiamarina más alto dijo:

—Hola, colega. ¿A qué vino tanta conmoción?

—Nada importante. El paciente acaba de tener quintillizos, y discutimos un poco acerca de qué nombres ponerles. ¿Quién de vosotros, gorilas, tiene un cigarrillo? ¿Y lumbre?

El otro guardiamarina sacó un paquete de cigarrillos de su bolsillo.

—¿Cómo te las has arreglado para darles de mamar? —preguntó con aire sombrío.

—Como he podido. Gracias —Meechum se metió el cigarrillo entre los labios y habló alrededor de él—. Sinceramente, caballeros, Dios es testigo de que no sé absolutamente nada acerca de ese paciente. Me gustaría saberlo.

—¿Qué es lo que hay detrás de esa orden de «Prohibida la entrada al personal femenino»? ¿Es algún tipo de maníaco sexual?

—No que yo sepa. Todo lo que sé es que lo trajeron de la Champion y dijeron que debía guardar reposo absoluto.

—¡La Champion! —exclamó el primer guardiamarina—. ¡Eso lo explica todo!

—¿Explica el qué?

—Es algo lógico. No ha estado con ninguna mujer, no ha visto ninguna, no ha tocado ninguna… desde hace meses. Y además está enfermo, ¿entiendes? Temen que, si echa mano a alguna, sea capaz de matarse… —parpadeó y dejó escapar un largo suspiro—. Apuesto a que a mí me ocurriría eso, bajo circunstancias similares. No es extraño que no deseen tetas a su alrededor.

Smith se había dado cuenta de la visita de los médicos, pero de inmediato captó que sus intenciones eran buenas; no era necesario que la mayor parte de su organismo regresara de allá donde estaba.

Por la mañana, a la hora en que los enfermeros humanos abofeteaban a los pacientes con paños fríos y mojados con la pretensión de lavarles, Smith volvió de su viaje. Aceleró su ritmo cardíaco, incrementó la respiración y tomó nota de nuevo de lo que le rodeaba, examinándolo todo con serenidad. Echó un vistazo a la habitación, y observó sin discriminación y admirativamente todos los detalles, tanto importantes como sin importancia. De hecho, veía las cosas por primera vez, ya que había sido incapaz de asimilarlas cuando le llevaron allí el día antes. Aquel cuarto de apariencia común no le resultaba en absoluto común; no había nada ni remotamente parecido en todo Marte, ni se parecía a los compartimientos metálicos en forma de cuña de la Champion. Pero, tras revivir los sucesos que ligaban su nido a aquel lugar, estuvo preparado para aceptarlos, evaluarlos y, hasta cierto punto, apreciarlos.