– ¡Pero lo hice! Nos liamos antes de que ella se divorciara -explicó Terry en tono desesperado-. De haberse enterado alguien, su acuerdo de divorcio se habría ido al garete.
– ¿Dónde la conociste?
– En un bar del Barrio Francés.
– ¿Y qué me dices del doctor Walker? ¿Por qué te trataste con él en secreto?
– No quería que nadie lo supiera. Ni siquiera tú o Penny -Terry se inclinó hacia delante, con expresión seria-. Sabía que se extendería el rumor. Y no quería soportar los comentarios de la gente.
– Y, en un momento dado, dejaste la terapia -Quentin chasqueó los dedos-. ¿Así de pronto?
– Penny me dejó. Así que, ¿qué sentido tenía continuar?
– Tienes una respuesta para todo, ¿eh?
– ¡Te estoy diciendo la verdad!
– ¿Cuánto tiempo has tardado en inventarte esa historia, Terry?
– ¡Te juro que es cierto! No encontrarán ninguna prueba que me relacione con las otras dos víctimas. Ni con Anna North.
– Evelyn Parker no fue violada.
– Pero Jessica Jackson sí -Terry se puso en pie-. ¿Por qué iba yo a aterrorizar a Anna North? ¡Si ni siquiera la conozco!
– Eso dices tú.
– ¡Puedo ser un adúltero, pero no un asesino! ¡Tienes que creerme!
Quentin lo miró, disgustado.
– Tu historia está muy bien tramada, Terry. Pero carece de datos reales que la respalden.
– Tú puedes conseguirlos por mí -Terry extendió sus brazos esposados-. Eres el mejor, Malone. Puedes investigarlo, encontrar a alguien que nos viera a Nancy y a mí juntos antes de esa noche en el bar de Shannon.
– ¿Y por qué iba a perder mi tiempo haciendo semejante cosa? Creo que mientes, Terry.
– Porque te preocupas por Anna North. Y eres suficientemente inteligente para comprender que, si mi historia es cierta, el individuo que la acosa sigue ahí fuera. Libre.
Capítulo 19
Martes, 6 de febrero
Aquella noche, el secuestrador de Jaye le llevó comida. Un festín. Una hamburguesa, una ración doble de patatas fritas y un batido de chocolate. Jaye se arrodilló en el suelo y empezó a comer, con tanta ansia que casi se atragantó. Sólo cuando hubo apurado el vaso de batido se sintió ligeramente mareada. El vaso de plástico se le escapó de las manos y rodó por el suelo. La habitación empezó a darle vueltas.
Una suave risita se oyó al otro lado de la puerta.
– ¿Te ha gustado la comida, Jaye?
Un grito de terror escapó de los labios de Jaye. Trató de levantarse, pero no pudo.
Él volvió a carcajearse.
– ¿Tenías mucha hambre? Esa era mi intención.
Dios santo. La había envenenado. Jaye se puso rodillas, agarrándose a la puerta para sostenerse. Empezó a sudar.
– He venido para llevarte lejos.
Se oyó el sonido de la llave en la cerradura. Al cabo de un momento, se abrió la puerta y él apareció. Llevaba una máscara de carnaval e iba vestido de negro.
Jaye gimió.
– ¿Te doy miedo? ¿Es así como me imaginabas? -él sonrió-. ¿Qué aspecto tiene el mal, pequeña Jaye?
¿Y Minnie? ¿Dónde estaba Minnie? Jaye se aferró al marco de la puerta para incorporarse, con las piernas temblorosas y las manos cubiertas de sudor.
Él se retiró de la puerta y luego regresó con una enorme caja de cartón. Lo bastante grande como para que cupiera en ella una persona. Un estrangulado gemido de miedo brotó de los labios de Jaye.
– Sé que echas de menos a tu amiga Anna -él abrió la caja-. Pero no te preocupes. Volverás a verla muy pronto.
– No -susurró Jaye-. ¡No! -alzó los ojos para mirarlo, con la visión borrosa, y musitó una plegaria que sólo resonó en su cerebro. Pidió a Dios que protegiera a Minnie y a Anna.
Quentin no dejaba de darle vueltas a su conversación con Terry. Las palabras de su compañero lo corroían por dentro. Porque eran ciertas. Porque lo llenaban de pavor: Si Terry no era culpable, entonces el hombre que acosaba a Anna seguía libre. Y ella aún corría peligro.
Quentin hizo girar su silla y cerró los ojos. Finalmente, tomó una decisión. Se dirigió al despacho de la capitana y golpeó con los nudillos la puerta abierta. La capitana alzó la mirada.
– ¿Tienes un momento?
Ella le hizo un gesto para que entrara…
– Tengo serias dudas de que Terry sea nuestro hombre -dijo Quentin sin ambages.
La capitana arqueó las cejas, aunque no dijo nada.
– Ayer fui a verlo, a petición suya. Afirmó haber tenido una aventura con Nancy Kent. Según dice, aquella noche tuvo relaciones sexuales con ella, pero no la mató él.
– ¿Tiene alguna prueba?
– Desea que yo las busque.
– ¿Por qué no me lo has dicho hasta ahora?
– Necesitaba tiempo para organizar mis ideas.
– ¿Y?
– Al principio, no le creí. Pero ahora… -chasqueando la lengua con frustración, Quentin se acercó a la ventana-. Ahora no sé qué creer. Pero, si Terry dice la verdad, el asesino sigue suelto. Y Anna North corre peligro.
La capitana frunció el ceño y se frotó las sienes.
– Al comisario no le va a hacer ninguna gracia.
Quentin volvió junto a la mesa y miró a su tía directamente a los ojos.
– Deja que haga unas cuantas llamadas. De momento, no diremos nada. Veré si puedo encontrar alguna pista que respalde la historia de Terry. Si lo consigo, lo haremos público. Si no, nos olvidaremos del asunto.
Tras obtener el visto bueno de la capitana, Quentin fue a visitar a Penny Landry. Parecía exhausta. Estresada. Quentin deseó poder darle alguna esperanza, asegurarle que la pesadilla acabaría pronto, no podía. Aún.
Tras preguntarle por los niños, decidió ir directo al grano.
– Penny, tengo que preguntarte una cosa. Y necesito que me respondas con sinceridad. Es importante -hizo una pausa-. ¿Terry tenía una aventura con otra mujer?
Ella titubeó. Cuando contestó, lo hizo sin mirarlo a los ojos.
– No tengo pruebas, pero… creo que sí. En el fondo, yo sabía que estaba liado con otra -su voz se espesó-. Después de lo que le había aguantado, no estaba dispuesta a soportar también sus infidelidades.
– ¿Llegaste a preguntárselo?
Penny negó con la cabeza.
– Te parecerá una estupidez, pero creo que, en realidad, prefería no saberlo. Y no hubiera soportado que me mintiese -suspiró-. Así que le pedí que se fuera.
Quentin digirió la información.
– Esto es muy importante, Penny. ¿Crees que podrías conseguir alguna prueba? ¿Facturas de hotel, registros de llamadas o algo por el estilo?
– No… no estoy segura. Podría intentarlo, pero… ¿Para qué, Malone?
– Lo necesito, y dejémoslo ahí. ¿Querrás confiar en mí?
Ella asintió y, al cabo de unos minutos, Quentin volvía a estar en la carretera. Su siguiente destino era la consulta de Ben Walker, en el centro. Si alguien, aparte de Penny, podía saber si Terry había tenido una aventura, era su psiquiatra. Quentin esperaba que el doctor cooperase.
Encontró la puerta de la consulta cerrada, a pesar que apenas era mediodía. Atravesó el porche hasta casa y llamó al timbre. Al no recibir respuesta, probó la puerta. Estaba abierta. Mirando por encima del hombro, Quentin la abrió del todo y entró. Parecía que hubieran saqueado la casa. Los muebles estaban volcados, los cuadros arrancados de las paredes y los cajones vacíos.
Musitando una maldición, Quentin sacó la pistola y registró cautelosamente las demás habitaciones. De la parte trasera de la casa le llegó el sonido de una radio.
Quentin entró en el dormitorio del doctor y lo encontró destrozado, como el resto. La radio-despertador yacía tirada en el suelo, pero aún enchufada y funcionando. Quentin se quedó mirándola, mientras trataba de organizar sus pensamientos. Ahora le parecía evidente que Terry no era culpable. No era el paciente que había introducido a Ben en la vida de Anna.