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Pero la sangre y el tejido hallados en el interior de las uñas sugerían otra cosa.

– Probablemente utilizó una de las almohadas -murmuró Quentin-. La víctima luchó para salvarse. A juzgar por la cantidad de tejido que tiene bajo las uñas, ese tipo estará lleno de arañazos -Quentin se acercó a la puerta para hablar con las enfermeras-. ¿Se lo han comunicado a su hijo?

– Lo hemos intentado. Le hemos dejado mensajes tanto en su casa como en la consulta.

Quentin asintió. No esperaba que Ben Walker devolviera ninguna de aquellas llamadas, pero no dijo nada. En aquellos momentos, un grupo de agentes inspeccionaba la residencia del psiquiatra, en busca de pruebas.

– ¿Recibió anoche la señora Walker alguna visita inesperada?

– No -respondió la enfermera-. Su hijo vino a verla, desde luego, pero nadie más.

Quentin notó que se le erizaba el vello de la nuca.

– ¿Ben Walker estuvo aquí? ¿A qué hora?

– Bastante tarde, después del horario de visitas. Pero le dejamos entrar, de todos modos. Pasó aquí varias horas y se fue cuando su madre se hubo quedado dormida.

Eso significaba que Ben Walker había sido la última persona en ver a su madre viva.

Quentin sintió que le palpitaban las sienes. Recordó la fotografía de Anna y Ben en el Café du Monde.

– ¿Está segura de que era su hijo?

La enfermera se ruborizó.

– Sí, por supues… Bueno, creo que sí. Se comportaba de forma extraña. No parecía el mismo de siempre. Pero supuse que habría tenido un mal día,

Quentin frunció el ceño, sorprendido por la respuesta. Confuso. La enfermera no había insistido tajantemente en que aquel hombre fuese Ben Walker. De modo que, o bien Adam se parecía a Ben hasta el punto de que pudieran confundirse, o bien eran la misma persona.

Quentin se esforzó por juntar las piezas, por hacerlas encajar. ¿Qué había dicho Louise Walker la otra noche? Que Adam era malvado. El diablo en persona.

– Quisiera ver el registro de visitas, por favor.

Mientras una de las enfermeras iba en busca del registro, Quentin siguió interrogando a la otra.

– ¿Sabe si Louise Walker tenía algún otro hijo?

– Que yo sepa, no. Nunca lo mencionó. Y en sus fotografías familiares sólo aparecía Ben.

La enfermera volvió con el registro, abierto por las páginas correspondientes a la noche anterior. Quentin vio el nombre de Ben y luego fue retrocediendo hasta dar de nuevo con el nombre del psiquiatra.

Las firmas no coincidían.

Dios santo. Eso era.

Quentin se encaminó hacia la puerta, sin apartar los ojos del otro agente.

– Llama a la capitana O’Shay y ponla al corriente. Que los inspectores Johnson y Walden vengan de inmediato. Podréis localizarme a través del teléfono y busca.

El agente frunció el ceño.

– Pero, ¿adónde les digo que has…?

– Al apartamento de Anna North. Ese tipo está atando los cabos sueltos antes de dar el gran paso. Y sospecho que el último cabo suelto era Louise Walker.

Seis minutos más tarde, Quentin detuvo el coche frente al edificio de Anna. En esos seis minutos la había llamado repetidas veces, tanto a su casa como a La Rosa Perfecta, pero sólo le había respondido el contestador. Se apeó del coche y corrió hacia el portal, sacando la pistola.

– ¡Inspector!

Quentin se giró y vio que Alphonse Badeaux cruzaba apresuradamente la calle, seguido del señor Bingle.

– Alphonse, no tengo tiempo para…

– ¡Es sobre la señorita Anna! Temo que le haya ocurrido algo malo-dijo el anciano al llegar a la acera-. ¡Ese hombre estuvo aquí esta mañana! Debí… debí haber hecho algo. Haberla avisado.

– ¿Qué hombre?

– El que se parece al doctor Walker.

– ¿Cómo que «se parece al doctor Walker»?

– Ha venido otras veces. Al principio creí que era el amigo de Anna, el doctor. Pero hoy le he visto de cerca. Había entrado en el edificio, así que decidí acercarme para decirle que la señorita Anna estaba fuera, en el mercado. Se limitó a mirarme. Con unos ojos que me helaron hasta los huesos. ¿Me comprende de usted?

Quentin tragó saliva. Luego miró con impaciencia hacia el apartamento de Anna.

– Continúe.

– Tenía… tenía heridas en las manos. Como si algo o alguien le hubiera…

– ¿Arañado?

El anciano asintió.

– ¿Pero no era Ben Walker? -inquirió Quentin-. ¿Está seguro?

Alphonse pareció confuso.

– No, no estoy seguro, pero… no podía ser él. Al señor Bingle le gustaba el doctor Walker. Pero con ese otro tipo se puso a gruñir. Como si fuera un demonio o alguien malvado.

Tras recomendar a Alphonse que volviera a su casa y no saliera, Quentin entró en el edificio de Anna. Subió hasta el apartamento rápidamente, con la pistola en la mano. Al ver la puerta entreabierta, el corazón se le detuvo en el pecho.

– ¡Anna! -llamó mientras entraba-. ¡Soy yo, Quentin! -un leve sonido le llegó desde la cocina, y se giró rápidamente-. ¡Salga donde pueda verle, con las manos en alto! Tengo un arma y pienso usarla.

Dalton y Bill aparecieron en la puerta de la cocina, con las manos en la cabeza.

– ¡No dispare! -gritaron al unísono-. Somos nosotros.

– ¿Y Anna? ¿Dónde está?

– Intentamos llamarle, inspector…

– Pero nos dijeron que había salido. ¡No sabíamos qué hacer!

– Yo la vi hace un rato, en la tienda. Estaba algo alterado… -Dalton se retorció las manos-. Bill y yo habíamos discutido, pero, en fin, me pareció que Anna estaba bien… Pero se ha ido. Bill no pudo detenerla.

– ¿Se ha ido? ¿Adónde?

– ¡No lo sé! -exclamó Bill-. Hablaba como una loca… Dijo que Jaye corría peligro. Qué él le haría daño si ella no iba. Que la mataría. Me hizo prometer que no llamaría a la policía.

– Pero Bill lo hizo, de todos modos -terció Dalton-. Yo lo convencí.

– Anna dejó la puerta del apartamento abierta -explicó Bill con voz temblorosa-. Ya sé que no debimos entrar, pero…

– Ese… ese individuo le dejó otro dedo, inspector Malone. Pero este parece auténtico.

Y lo era, comprobó Malone con la boca seca y el corazón acelerado. Probablemente, había pertenecido a Jessica Jackson. Estaba en estado de semi descomposición.

Quentin se frotó los ojos. El muy hijo de puta estaba utilizando a Jaye como cebo para atraer a Anna a su trampa. Sabía que ella haría cualquier cosa con tal de salvar a su amiga.

Sin perder un instante, Quentin llamó a la comisaría para hablar con la capitana. Solicitó que los agentes que se encontraban inspeccionando tanto el domicilio de Walker como la residencia Crestwood acudieran de inmediato. Asimismo, pidió que se identificara la última llamada que recibió Anna. Tuvo que esperar unos minutos hasta que volvieron a llamarle al móvil para darle la respuesta.

– El numero está registrado a nombre de un tal Adam Furst -dijo el agente Johnson.

– ¿Tenéis la dirección?

La dirección correspondía al apartamento de Madisonville que Anna y él habían visitado.

– Es inútil. Ya he estado allí. Abandonó el apartamento hace unas semanas,

– Hay algo más, Malone. He hablado con el Departamento de policía de Atlanta. Parece ser que a principios del año pasado aparecieron asesinadas dos mujeres. Ambas habían ido de copas. Las asfixiaron después de violarlas. No se encontró ningún sospechoso.

– Y las dos eran pelirrojas,

– Exacto. ¿Y adivinas quién vivía en Atlanta por esas fechas?

– El doctor Benjamin Walker.

– Premio.

Quentin frunció el ceño. ¿A qué se enfrentaban? ¿A una sola persona o a dos personas parecidas?

– Johnson, quiero que hagas una comprobación. ¿Recuerdas esa fotografía de Ben Walker y Anna en el Café du Monde? A ver si encuentras algún experto que pueda verificar su autenticidad.