Выбрать главу

– Tú la obligaste a escribirlas. Enviaste las cintas a mis familiares y amigos. Secuestraste a Jaye. Y asesinaste a… esas mujeres.

– Sí. Muy ingenioso, ¿no te parece?

Estaba orgulloso de sí mismo. Anna apretó los puños.

– Estás enfermo y eres malvado. Me das lástima.

El rostro de Adam se congestionó de ira.

– Eso mismo dijo ese bastardo. Y ahora está muerto.

– Pues mátame a mí también -dijo Anna intentando disimular su pavor-. Acaba con esto de una vez.

– ¿Una muerte rápida? Ni hablar, Harlow. Quiero que sufras. Quiero que desees haber muerto. Que pases lo que yo pasé.

– Pero, ¿por qué? -inquirió ella retrocediendo-. ¿Por qué me odias tanto? ¿Qué te he hecho yo?

– ¡Puta! ¡Traidora! -rugió Adam-. No tienes ni idea de lo que es el miedo. Estar en la cama, de noche, esperando a que él venga. Porque sabes que vendrá. Siempre viene. A veces, para maltratarte. Otras veces, en busca de sexo. A veces simplemente desea verte llorar. Oír tus súplicas. Para él es un juego, ¿sabes? Disfruta con el dolor y la humillación. Cuanto más sufrimos, más goza él.

Anna se llevó una mano a la boca, asqueada de la odisea que aquel hombre debía de haber soportado, seguramente de niño.

– Lo siento -susurró-. Pero no sé lo que tiene que ver eso conmi…

– Yo soporté todo eso por Ben -prosiguió él sin hacerle caso-. Por todos ellos. Tú tuviste la culpa. Tú y esa vieja zorra…

De repente, la puerta se abrió tras él. Pero no era la policía, advirtió Anna alarmada, sino Jaye. No había huido. No había ido en busca de ayuda.

La joven saltó a la espalda de Adam y le clavó las uñas en los hombros. Él emitió un aullido y se tambaleó, dejando caer la pistola.

Anna se lanzó por el revólver. Pero Adam lo apartó de una patada. A continuación, se giró y sé deshizo de Jaye, estrellándola contra la pared, para recuperar luego la pistola.

– ¿Qué le has hecho a Minnie? -vociferó Jaye mientras se incorporaba-. ¡Como le hayas hecho daño, te… te mataré!

Adam prorrumpió en carcajadas.

– Estoy temblando de miedo.

– ¡Minnie! -gritó Jaye-. ¿Dónde estás, Minnie?

De pronto, Adam tembló violentamente; giró la cabeza y luego volvió a mirarlas. Anna contuvo la respiración. Su rostro había cambiado, adquiriendo un aspecto más suave y juvenil.

– Estoy aquí, Jaye -susurró con voz de niña pequeña-. Estoy aquí. No me ha hecho daño.

Anna se quedó petrificada. Jaye retrocedió, con expresión de horror.

– ¿Mi… Minnie?

Adam alargó la mano, con los ojos inundados de lágrimas.

– Tenía mucho miedo, Jaye, pero lo hice. Llamé al inspector Malone, el hombre del que me había hablado Ben. Viene hacia aquí, y…

Otro estremecimiento sacudió el cuerpo de Adam y, con él, volvió a producirse la transformación. La suavidad e inseguridad de su semblante fueron reemplazadas por un rictus de ira.

Anna miró de reojo a Jaye. Su amiga permanecía sentada en el suelo, con la espalda contra la pared y los ojos desorbitados de incrédulo horror.

Adam y Minnie eran la misma persona. Pero, ¿cómo era eso posible? ¿Cómo…?

– ¿Te gusta montar en bote, Anna? ¿O te asusta el agua? Solía asustarte hace mucho tiempo, ¿recuerdas?

Era cierto. De niña, Anna le había tenido pánico al agua. Pero, ¿cómo sabía él eso?

– No sé de lo que estás hablando.

Adam sonrió burlón.

– Mentirosa -luego miró a Jaye-. Levántate. Vamos a dar un paseo los tres juntos.

– ¡No! -Anna dio un paso hacia él, alargando la mano-. Por favor, a ella déjala. ¡No tiene nada que ver en esto! Me lo prometiste. Dijiste que, si seguía tus instrucciones, la dejarías libre.

– Eso es lo malo de las promesas, princesa. Valen tanto como la persona que las hace. Tú deberías saberlo mejor que nadie.

– No te entiendo. ¿Por qué estás haciendo esto? ¿Por qué…?

– ¿Prefieres que le dispare ahora? -Adam desvió la pistola hacia Jaye-. Por mí, no hay ningún problema.

– ¡No! -Anna se colocó delante de Jaye. Él apretó el gatillo y el disparo reverberó en la cabaña. La bala pasó cerca de Anna, astillando la pared de madera.

– Bueno -murmuró Adam-. Es hora de irnos.

Minnie había efectuado la llamada desde una estación de servicio situada junto al viejo puente Manchac. La capitana le había dado a Quentin la dirección exacta mientras estaba en camino. Asimismo, se había confirmado que la fotografía de Ben y Anna no era más que un montaje hecho por ordenador.

Quentin maldijo entre dientes. ¿Por qué no se le habría ocurrido antes comprobar la autenticidad de la foto? Era obvio que Ben la había trucado para evitar que recayera sobre él cualquier sospecha.

Al llegar a la estación de servicio, encontró a varios agentes locales esperándole, tal como había prometido la capitana.

Quentin facilitó al encargado la descripción física de Anna y le preguntó si la había visto. El hombre, un anciano de tez curtida y tostada por el sol, respondió negativamente.

Quentin apenas pudo ocultar su frustración.

– ¿Y a una niña de unos once o doce años? Hace una hora, más o menos, efectuó una llamada desde su teléfono público.

El anciano se quitó la gorra de béisbol y se rascó la cabeza.

– No. Sólo he visto usar el teléfono a un tipo. Bastante raro, por cierto. Ni siquiera me saludó.

Quentin frunció el ceño.

– ¿Qué aspecto tenía?

– Pelo moreno, algo rizado. Delgado. Y bastante pálido.

Aquella descripción escueta coincidía con la de Ben y con la del hombre al que Louise Walker había descrito, poco antes de morir.

– ¿Había visto antes a ese tipo?

– Sí, más de una vez en estas dos últimas semanas. No es de por aquí, eso seguro. Se fue en bote, tal como había venido.

Cinco minutos más tarde, habían llegado las tres lanchas motoras del Departamento del sheriff y se había reunido a dos grupos de agentes para registrar la zona.

Anna permanecía sentada en el bote junto a Jaye, que no dejaba de temblar y llorar en silencio. Adam les había atado las manos y los tobillos. Lo tenía todo bien planeado, comprendió Anna. Tanto la forma de matarlas como su huida.

El motor fuera borda empezó a ronronear mientras impulsaba el bote por el oscuro y sinuoso canal del pantano. Delante de ellos, una serpiente descendió de la rama de un ciprés y se deslizó hacia la orilla.

– ¿Por qué haces esto? -inquirió Anna-. ¿Qué te hemos hecho nosotras?

– ¿Por qué lo hago? -repitió él-. Porque quiero que Harlow Grail sienta el miedo que sentimos nosotros. El horror. Quiero que la princesita Harlow sepa lo que es estar sola, abandonada y dada por muerta.

– ¿Dada por muerta? -preguntó ella-. No lo comprendo.

– Piensa, Harlow. Tú ya sabes quiénes somos. Nos abandonaste, aunque habías prometido no hacerlo. Eres una embustera.

Un gemido de incredulidad brotó de los labios de Anna. Se acercó una mano a la boca.

– ¿Timmy? -susurró-. Es imposible… no puedes ser… ¿Timmy?

Los labios de él se tensaron en un amago de obscena sonrisa.

– Sí, princesa, lo soy. El pequeño Timmy Price.

Anna emitió un jadeo ahogado. Las manos empezaron a temblarle.

– Timmy murió. Murió hace mucho tiempo. Kurt lo mató. Lo mató ante mis propios ojos.

– Habría muerto -murmuró Adam-. Pero la vieja zorra deseaba un niño. Deseaba ser madre.

– No te creo. Eres un monstruo. Te lo estás inventando para…

– Mientras Kurt te «operaba» la mano, la vieja zorra reanimó a Timmy. Había trabajado en un hospital y conocía la técnica de la reanimación cardiopulmonar -Adam se inclinó hacia adelante, con el rostro contraído por la ira-. Estaba vivo cuando tú lo abandonaste.