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Epílogo

Ocho semanas más tarde

La primavera había llegado a Nueva Orleans. Anna inhaló el aire cálido y fragante mientras tomaba la mano de Quentin. Habían salido a almorzar con Jaye y todo el clan de los Malone, disfrutando no sólo de la comida, sino también de la compañía mutua. Anna empezaba a sentirse como parte de la familia.

Cada día, se maravillaba de la sensación de haber dejado de vivir con un miedo constante. De haber dejado atrás el peso del pasado.

– Tengo que darme prisa -dijo Jaye despidiéndose de Anna con un beso en la mejilla-. Fran va a llevarme de compras.

Annna sonrió, satisfecha con la visible felicidad de Jaye.

Fran Clausen había llorado de alegría con el regreso de la joven, pidiéndole perdón por haber creído que se había escapado de casa. Aquellas lágrimas significaron mucho para Jaye.

– Te quiero, pequeña -murmuró Anna abrazándola-. Que te diviertas -a continuación, cuando Jaye se hubo marchado, se volvió hacia Quentin-. Me encanta tu familia. Eres un tipo con suerte, ¿lo sabías?

Él se detuvo y la miró a los ojos.

– Sí. He sido afortunado al encontrarte.

Ella sintió en los ojos el escozor de las lágrimas. Lágrimas de felicidad. Y de tristeza. Porque no podía evitar acordarse de Timmy en los momentos de alegría. Pero, ahora, el pequeño era feliz, se dijo. Por fin estaba con su madre. Con su verdadera madre. Para siempre.

– Hoy he ido a ver a Terry -comentó Quentin mientras echaban a andar de nuevo.

– ¿Cómo está?

– No muy bien. Penny ha decidido trasladarse a Lafayette, con su familia, y él no se lo ha tomado muy bien. Pero parece que la terapia lo está ayudando.

Anna le apretó cariñosamente el brazo.

– Sé que tu apoyo también le ayuda.

– Todos le estamos apoyando. Hasta tía Patti. Habla con él a diario. Y ha dejado claro que lo quiere de vuelta en el trabajo cuando se haya recuperado -tras unos segundos de silencio, Quentin dijo-: Bueno señorita importante, ¿cómo va la nueva novela?

Había empezado a llamarla «señorita importante» desde que tres editoriales prestigiosas se disputaron la publicación de su nuevo libro. Como resultado de dicha competencia, Anna había recibido una oferta astronómica.

– Muy bien. Y es una delicia trabajar con mi nuevo editor -mientras llegaba al portal de su edificio, Anna le dio un ligero codazo-. Además, ¿quién es el «importante» aquí? No es a mí a quien han admitido en la facultad de derecho de Tulane.

Él se rió y meneó la cabeza.

– Todavía sigo sin poder creérmelo. Quentin Malone va a ser abogado -su sonrisa se desvaneció-. Si lo consigo.

– Lo conseguirás -Anna se giró para mirarlo-. Tengo fe en ti.

Quentin la besó entonces. Profunda, apasionadamente.

– Te quiero, Harlow Anastasia Grail.

Aquellas palabras cayeron sobre ella como un dulce bálsamo. Y, en aquel momento, supo sin sombra de duda quién era en realidad.

Jamás volvería a esconderse de sí misma.

Erica Spindler

Pillar un resfriado de verano cambió la vida de Erica Spindler para siempre. Hasta entonces pensaba ser artista y había estudiado para ello: se graduó en Bellas Artes e hizo un máster en artes visuales. Pero en junio de 1982, se detuvo en una farmacia para comprar unas pastillas para el resfriado y pañuelos de papel y la dependienta metió una novela romántica de promoción en su bolsa. Erica no había leído una novela de amor en años, pero en casa, sin nada que hacer excepto sonarse la nariz y ver programas de televisión, tomó la novela… y se quedó inmediatamente fascinada. Durante seis meses, leyó todas las novelas que cayeron en sus manos. Y en algún momento, decidió escribir una. En cuanto empezó Erica supo que había encontrado su verdadera vocación.

Desde ese día, ha publicado más de 20 novelas en todo el mundo. Los críticos describen sus historias como: “llenas de emoción e intriga detectivesca”. Ha conseguido entrar en la lista de best-sellers de USA TODAY, New York Times y Waldenbooks.

Erica y su marido, un hombre al que ella describe como divertido, guapo y muy descarado, se conocieron en la universidad y han estado juntos desde entonces. Tienen dos hijos, nacidos con más de 9 años de diferencia. Nació en Illinois, pero viven en los alrededores de Nueva Orleans, también por intervención del destino: Ella y su marido, estudiantes universitarios entonces, viajaron a Nueva Orleans para ver la exposición de King Tut en el museo de arte de Nueva Orleans y se enamoraron de la ciudad.

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