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– ¿Puedo ver el tuyo? No he visto uno nunca -confesó, ruborizada-. Si me lo enseñas, dejaré que me veas a mí.

– No lo sé. No me gustaría que te rieras. Además, ¿qué pasará si nos descubren?

– No me reiré, lo prometo. Eres mi amigo. Además, no van a descubrirnos.

– Bueno -asintió al fin.

Danny se bajó los pantalones y los calzoncillos y dejó que lo viera. Glory se sorprendió un poco al comprobar que era distinto al de la escultura de Miguel Ángel. Más pequeño.

En aquel instante, un grito de horror rompió el silencio. Glory se dio la vuelta y vio a su madre, que se encontraba en el umbral, pálida. Estaba temblando.

Asustada, la niña dejó caer el libro al suelo con tan mala fortuna que quedó abierto por la fotografía del desnudo «David».

– Mamá, yo no…

– ¡Ramera! -la insultó, avanzando hacia ella-. Sucia prostituta…

Glory no supo qué hacer. Sólo había visto a su madre en un estado tan anormal por la noche, cuando se dedicaba a observarla mientras dormía. Y por supuesto, no había oído semejantes palabras en toda su vida.

– Mamá -susurró entre lágrimas-. No estábamos haciendo nada malo. No pretendía…

Hope la agarró y la levantó del sofá. Glory se puso de rodillas, pero su madre la obligó a levantarse. La niña sintió un intenso dolor en el hombro y gritó. Al hacerlo, la furia de la mujer se desencadenó definitivamente. La asió por los brazos y empezó a sacudirla con fuerza.

– Mamá, no estaba haciendo nada malo… No pretendía… Fue idea de Danny. Me obligó a hacerlo, mamá… Por favor…

Danny empezó a llorar al mismo tiempo, desesperado. Aún no se había subido los pantalones.

La señora Cooper apareció al cabo de unos segundos.

– ¿Qué está pasando aquí? -preguntó-. Oh, Dios mío… Danny, cariño, ¿en qué lío te has metido ahora?

– Yo no lo he hecho, abuela! ¡No he sido yo!

Hope se dio la vuelta y levantó la mano como si tuviera intención de abofetearlo, pero la señora Cooper se interpuso. Ayudó al niño a vestirse y lo tomó en brazos.

– Cálmese, señora Saint Germaine. Sentían curiosidad, como todos los niños. Es algo normal.

– ¡Salga de aquí! -rugió-. ¡Y llévese a ese violador con usted! No quiero volver a verlos. ¿Entendido?

La señora Cooper se sorprendió.

– Pero señora, no es posible que lo diga en serio.

– Por supuesto que sí -entrecerró los ojos-. Salga ahora mismo de esta casa. Soy un ángel de Dios, dispuesto a castigar a todos los pecadores y a defender a sus criaturas.

La señora Cooper palideció. Dio un paso atrás y salió corriendo con Danny en los brazos. Glory los observó, horrorizada. Esta vez, debía haber hecho algo realmente malo. Su madre no la perdonaría jamás.

Sin embargo, su madre pareció calmarse de repente.

– Ven conmigo.

Glory negó con la cabeza, asustada. Temblaba tanto que apenas podía mantenerse en pie.

– Muy bien, como quieras.

Hope la agarró del brazo y tiró con ella con fuerza, escaleras arriba. La llevó a su dormitorio y se dirigió hacia el cuarto de baño. En cuanto entraron cerró la puerta por dentro.

Glory corrió a una esquina y se apretó contra la pared. Su madre caminó hacia la bañera y abrió el grifo del agua caliente. Un minuto más tarde la habitación empezó a llenarse de vaho.

– Mamá, seré buena -murmuró-, de verdad. Seré buena.

– Has pecado contra Dios y debes ser castigada. Debo limpiarte del pecado -declaró, con expresión de locura-. Métete en la bañera.

Glory volvió a negar la cabeza.

– No fui yo, mamá, sino Danny. Fue idea suya. El me obligo. Sólo estábamos jugando.

– No se puede confiar en ti. Eres como Eva. Estás destinada a probar la manzana. Tienes la «oscuridad» en ti.

– Por favor, mamá -rogó entre lágrimas-. No fue culpa mía. Por favor, mamá, me estás asustando…

– Yo arrojaré la oscuridad lejos de ti -espetó.

Agarró a la niña por los pies, la desnudó sin delicadeza alguna y la forzó a meterse en la bañera.

La temperatura del agua era tan alta que la niña gritó de dolor. Pero su madre la obligó a permanecer dentro.

– Esto no es nada comparado con el fuego del infierno. Recuérdalo, hija.

Hope abrió un armario y sacó un cepillo de púas duras.

– Te limpiaré. Y si es necesario te arrancaré la carne de los huesos.

Los siguientes minutos fueron una pesadilla para la niña. Su madre frotó todo su cuerpo con furia, sin dejar de gritar y de rezar en alto. Hablaba de la oscuridad, del pecado, del diablo y de una misión purificadora.

Todo su cuerpo estaba enrojecido, y sangraba entre las piernas. Sentía frío y calor al tiempo, y poco a poco fue perdiendo las fuerzas. Cuando ya ni siquiera podía mantenerse sentada, su madre la sacó de la bañera, la secó, le puso un camisón de algodón y la llevó a la esquina del dormitorio. Una vez allí, la obligó a ponerse de rodillas.

– Debes sacar al diablo de tu cuerpo -dijo, apretándola con fuerza-. Debes sacarlo de ti.

Estremecida, la niña miró a su madre a los ojos. De inmediato comprendió que estaba loca.

– La oscuridad no conseguirá entrar en ti. ¿Me oyes? No lo permitiré.

Entonces, sin decir nada más, su madre salió de la habitación y cerró la puerta con llave.

Capítulo 11

Glory no supo cuánto tiempo permaneció de rodillas en la esquina, muerta de miedo. Temía que si se movía aparecería de nuevo su madre y volvería a enfadarse.

Le dolía todo el cuerpo, pero lo peor de todo no era el dolor físico, sino el sentimiento de humillación y la certeza de que su madre no la amaba en absoluto.

Al final no fue ella, sino su padre, quien apareció. Philip no dijo nada. Se limitó a tomarla en brazos y a llevarla a la cama. Después se sentó sobre ella y la abrazó con fuerza, murmurando palabras de ánimo y de cariño.

Glory se apretó contra él, agotada. Deseaba decirle que lo sentía, que no había querido ser una mala chica, pero no era capaz de articular una simple palabra. Ni siquiera tenía ganas de llorar. Había agotado sus jóvenes lágrimas.

Poco a poco fue haciéndose de noche, pero su padre no la dejó. Glory mantenía los ojos cerrados. Sin embargo, no podía quitarse de la cabeza el rostro enloquecido de su propia madre. Y mucho más tarde, cuando por fin se quedó a solas, deseo poder hacer algo para no escuchar el sonido de las irritadas voces de sus padres, que estaban discutiendo de nuevo.

Se tapó la cabeza con las sábanas. Nunca se habían peleado de aquel modo. No entendía lo que decía, pero oyó varias veces su nombre. Como oyó que su padre amenazaba a su madre con el divorcio. Hope, entonces, se limitó a reír.

Glory sentía tanto dolor que no podía soportarlo. Se creía culpable de la discusión de sus padres. Creía que era culpable de que su madre hubiera despedido a la señora Cooper, y de que Danny se hubiera puesto a llorar.

Se creía culpable de todo.

No en vano, había mentido a su madre acerca del niño. Le había dicho que había sido idea suya, que Danny la había obligado. Y todo ello después de prometer a su amigo que no los descubrirían.

A la mañana siguiente descubrió que los criados mantenían con ella una actitud lejana y distante. Hasta apartaban la mirada para no verla. En general bromeaban y jugaban con ella, y en su inocencia interpretó que su comportamiento se debía a que había mentido, a que pensaban que era culpable de que hubieran despedido a la señora Cooper.

Glory miró su desayuno y sintió deseos de vomitar. No podía olvidar lo que había hecho con Danny, con su amigo. Lo había traicionado a pesar de que siempre había sido cariñoso con ella, de que la hacía reír cuando estaba triste. Y de paso había conseguido que despidieran a la señora Cooper, la mujer que siempre le llevaba algo de comer, a escondidas, cuando su madre la castigaba.

Estaba desesperada. Los echaba mucho de menos. Había hecho algo terrible y deseaba pedirle a su madre que los trajera otra vez a casa.

Para entonces estaba llorando de nuevo, pero al oír que su madre entraba en la casa, de vuelta de la misa de la mañana, se secó las lágrimas. Supuso que si le decía la verdad reconsideraría su decisión. Danny no había hecho nada malo, ni mucho menos su abuela. Tenía que comprenderlo. Se enfrentaría a su madre y diría la verdad.

No obstante, en cuanto recordó el rostro de su madre se estremeció. No podía olvidar, y no olvidaría nunca, el intenso dolor que le produjo aquel cepillo. Como no olvidaría tampoco los gritos de su madre mientras rezaba y hablaba sobre el diablo y la oscuridad.

Si se atrevía a hablar, era posible que volviera a castigarla. Se estremeció y pensó que sería mejor contárselo a su padre. El podría arreglarlo todo.

Entonces pensó en la conversación que había oído durante la noche. Si sus padres se divorciaban, sería terrible para ella. Sabía cómo funcionaban generalmente aquellas cosas, y no tendría más remedio que irse a vivir con su madre. Algo que en ningún caso podría soportar.

No tendría más remedio que atreverse a hablar con ella.

Se levantó de la silla y avanzó hacia el vestíbulo. Estaba vacío, pero sabía de sobra dónde se encontraba su madre. Tenía la costumbre de leer el periódico, después de la misa, en el solario.

Cuando llegó, se estremeció. Bajo la luz del sol su madre parecía tan calmada y bella que no parecía la misma persona. De hecho, parecía un ángel de pelo oscuro.

– ¿Mamá? -preguntó, con voz temblorosa.

Su madre levantó la mirada y la imagen celestial desapareció de inmediato. Glory dio un paso atrás.

– ¿Qué quieres?

– ¿Puedo hablar contigo, por favor?

Hope dudó unos segundos, pero al final asintió.

– Puedes.

– Mamá, yo… te mentí.

Su madre arqueó las cejas, pero no dijo nada.

– Mentí sobre Danny. No fue idea suya, sino mía.

Su madre permaneció en silencio. Los ojos de Glory se llenaron de lágrimas. Nerviosa, continuó hablando.