Выбрать главу

Abrió los ojos y se preguntó por qué lo había hecho. Había actuado con impetuosidad, con una especie de instinto autodestructivo que creía haber superado la noche de la muerte de su padre.

Los ojos se le llenaron de lágrimas. Había traicionado la memoria de su padre, y no por hacer el amor con Santos, sino por haber permitido que la dominaran sus emociones.

Ni siquiera habían tenido la precaución de usar un preservativo. Un montón de dolorosos recuerdos la asaltaron. Recuerdos de la primera vez que había hecho el amor con Santos, de la calidez del acto, de sus sentimientos, de sus sueños de futuro.

Lo había amado con todo su corazón. Entonces sólo pensaba en él. Era joven y obstinada, y no tenía miedo.

Pero había pagado un terrible precio.

– ¿Tan mal te sientes? -preguntó él.

– ¿Cómo?

– Acabas de suspirar.

– Sí, es cierto, pero no me siento mal. Ha sido maravilloso. No te preocupes, tu reputación sigue intacta.

– No estaba preocupado.

– Ya veo -declaró, de forma beligerante.

Santos se apoyó en un codo para mirarla.

– ¿Intentas pelearte conmigo? No arrojes sobre mí tu arrepentimiento. Ya tengo que vérmelas con el mío.

– Seguro que sí. En fin, debo marcharme.

– Entonces, vete.

– ¿Sabes una cosa, Santos? Creo que te odio.

Santos la miró y dijo:

– Yo también a ti, Glory.

Capítulo 51

Santos permaneció un buen rato en el suelo después de que se marchara Glory, mirando el techo y pensando en lo que tendría que haber hecho o dicho. Pensando en todos sus errores.

Al final se sentó, disgustado consigo mismo. Se pasó una mano por el pelo y se preguntó qué le pasaba. No parecía haber aprendido la lección. Diez años no habían servido de gran cosa.

Ahora no sabía cómo iba a ser capaz de seguir viviendo.

Tal vez la odiara, pero se odiaba más a sí mismo.

Pensó en Liz y se sintió aún peor. No podía decirle que también odiaba a Glory, pero que deseaba hacer el amor con ella. No podía decir que la respetaba y que la quería, pero que prefería acostarse con su antigua amiga.

Era un completo idiota.

Volvió a tumbarse en la moqueta. El persistente aroma del perfume de Glory lo asaltó, irritándolo. Pero aún le molestó más que lo afectara con tanta fuerza como una especie de potente afrodisíaco. Le gustara o no, sabía que Liz y él no tenían futuro juntos. Al menos, no la clase de futuro que ella deseaba. Ni la clase de futuro que le habría gustado a él mismo.

Por terrible que fuera, deseaba el amor que había sentido con Glory.

De no haberla conocido nunca, de no haber sabido hasta qué punto podía amarse a una mujer, podría haber mantenido una relación más seria con Liz. Pero había probado un néctar que no encontraría en Liz.

Ahora no podía cambiar las cosas, y se detestaba a sí mismo porque estaba a punto de hacer mucho daño a una mujer que quería y que se preocupaba por él.

Liz se merecía algo mejor. Se lo merecía todo.

Como él mismo.

En aquel instante sonó el teléfono. Agradecido por la súbita interrupción, se levantó y contestó. Era Jackson.

– Ven inmediatamente, Tenemos otro cadáver.

– ¿El asesino de blancanieves?

– El mismo que viste y calza.

– El muy canalla sigue aquí. Estaba seguro de que se habría marchado de la ciudad.

– Espera, amigo, esta vez es mucho mejor. Tenemos un testigo.

Santos batió todas las marcas de velocidad de camino a la comisaría. Entró como una exhalación en la brigada de homicidios, alerta, despierto. Iba a capturar a aquel canalla. Lo presentía. Y al parecer, también sus compañeros. Se respiraba un ambiente distinto, tenso, idéntico al que se respiraba siempre cuando se descubría algo en un caso importante. Sobre todo, tratándose de un caso como aquél.

Varios compañeros lo miraron. No necesitó palabras para comprenderlos. Querían que atrapara a aquel canalla, a aquél malnacido.

Cuando llegó a la mesa de Jackson fue directamente al grano.

– ¿Dónde está el testigo?

– En la sala de interrogatorios..

Mientras se dirigían a la sala, Jackson le dio todo tipo de detalles.

– Es una prostituta, que se hace llamar Tina. Apareció en la escena del crimen. Dijo que conocía a la víctima y que la había visto con su cita anoche, hacia las dos de la madrugada. Pudo verlo.

– ¿Alguna otra cosa?

– Oh, sí. Cuando regresaba a casa pasó por delante del lugar donde encontramos el cuerpo. Y vio a un tipo de espaldas, que parecía estar arrastrando algo.

– O a alguien.

– Bingo. Nos dio una descripción general. Era de media altura, peso medio y piel blanca.

– ¿Y no pensó en denunciarlo anoche?

– Oh, venga, ya sabes cómo son estas cosas.

– ¿Estamos seguros de que se trata del asesino de Blancanieves?

– Sin duda.

Jackson le dio una carpeta con toda la información. Santos la abrió sin detenerse. No había nada distinto a los otros asesinatos.

Entraron en la habitación. La mujer se encontraba de pie, mordiéndose las uñas con nerviosismo. Era blanca y aparentaba unos cuarenta años, aunque probablemente fuera más joven. La calle endurecía a las personas. Santos había visto a chicas de dieciséis años que aparentaban treinta.

Y parecía muy asustada.

– ¿Tiene un cigarrillo? -preguntó la mujer, intentando ocultar su miedo-. Necesito fumar.

Santos miró a Jackson.

– Ve a buscar un paquete. Y trae un par de refrescos.

Jackson asintió y se marchó. No le molestaba hacer ese tipo de cosas en aquellas situaciones. Santos era magnífico con los interrogatorios, sobre todo cuando se trataba de prostitutas. Se llevaba bien con ellas porque no las juzgaba negativamente a priori, como otros agentes. Santos comprendía muy bien que odiaran a los policías.

– Hola -sonrió, haciendo un gesto hacia las sillas-. Siéntate, por favor.

La mujer no se movió.

– Soy el detective Santos. Y mi compañero, el que se acaba de marchar, el detective Jackson.

– ¿Detective Santos?

– En efecto. Víctor Santos.

– Vete al infierno.

Santos arqueó las cejas, algo sorprendido. Aquella mujer parecía tener algo personal contra él.

– ¿Hemos empezado con mal pie? ¿O es que he hecho algo que te ofenda?

– Claro que lo has hecho. Estar aquí. Quiero que te marches.

– Me marcharé, pero antes debes contestar a unas preguntas.

– Ya he contestado todo tipo de preguntas. No vi nada.

– ¿Ah, no? Aquí dice que viste que tu amiga Billie estaba con alguien a eso de las dos de la mañana. Y también dice que viste al mismo tipo dos horas más tarde.

– No es cierto.

Jackson regresó con el tabaco y los refrescos. Dejó los cigarrillos sobre la mesa. La mujer miró el paquete y se acercó para recogerlo. Le temblaban las manos, pero al final consiguió encender uno.

Santos decidió dejarla tranquila unos segundos antes de continuar.

– ¿Y qué razón tendría para mentir el agente que te tomó declaración, Tina?

– ¿Cómo puedo saberlo? Sólo soy una prostituta -dijo-. Además, todos los policías mienten.

Resultaba evidente que la chica no solamente odiaba a los policías, sino que también lo odiaba a él. Santos miró a Jackson. Su compañero también lo notaba.

– ¿Tomas drogas, Tina?

– Estoy limpia. No puedes encerrarme aquí. No vi nada.

– Estás mintiendo. Por alguna razón. Tal vez tengas miedo.

– Demuéstralo -apagó el cigarrillo en el cenicero-. ¿Puedo marcharme ya?

– Queremos ayudarte -declaró Santos, observándola-. Una chica ha muerto. Una amiga tuya. Y tú puedes ayudarnos a atrapar al canalla que la mató.

– Ya he dicho que no sé nada. Por otra parte sé algo de leyes. Lo suficiente como para saber que no puedes encerrarme.

– ¿Es que no lo entiendes? Tú puedes ser la siguiente. Si ese tipo te vio no se detendrá hasta eliminarte. Con nosotros estarás a salvo.

– ¿Vais a protegerme? -preguntó-. Qué gracioso. Sólo soy una prostituta. Queréis que hable, pero luego me dejaréis en la calle, tirada. No os importa nada lo que pueda sucederme.

– Eso no es cierto. No quiero que muera otra chica. No quiero que mueras.

– Me arriesgaré.

– Mira, Tina, hablemos un rato sobre cualquier cosa. Conozcámonos un poco mejor. Y luego, si hay algo que desees…

– No me recuerdas, ¿verdad? -preguntó la mujer-. Ni siquiera me recuerdas. De todas formas no esperaba otra cosa. Me olvidaste en el preciso momento en que te marchaste.

– ¿Nos conocemos? -preguntó extrañado-. Lo siento, pero no te recuerdo. He conocido a muchas chicas y…

Tina rió con tristeza.

– Entonces no era prostituta. Ni tú eras policía.

Santos la observó con atención, pero no observó nada familiar en su rostro.

– ¿Por qué no me refrescas la memoria?

– Me llamo Tina. Piénsalo. ¿No te dice nada mi nombre?

La mujer recogió su bolso, se lo puso al hombro y caminó hacia la puerta, donde se detuvo.

Santos se quedó en silencio. Pero acto seguido lo recordó. Recordó a cierta chica a la que había conocido en el colegio abandonado de Esplanade. No podía creer que aquella mujer fuera la misma niña que había conocido, la misma criatura vulnerable y sola. Recordó sus lágrimas, sus besos, el terror que sentía al encontrarse desamparada, en la calle. Y recordó también la promesa rota. La promesa de que volvería al día siguiente.

Sin embargo las circunstancias habían impedido que fuera fiel a su palabra. Veinte minutos más tarde se derrumbó su mundo y no fue capaz de pensar en nada salvo en lo que había perdido.

Miró a Tina, embargado por una profunda tristeza. El había sido mucho más afortunado que ella.

– Ya veo que te has acordado -espetó-. No cumpliste tu promesa, maldito cerdo. Y yo te esperé. Esperé tanto tiempo…

No terminó la frase. Abrió la puerta y salió de la habitación.