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Ella sacudió la cabeza otra vez.

– Mi padre era el doctor Arnold Chandler. Pudo haber perdido el rumbo y hecho algunas cosas que no debería, pero era humano. Las personas no cambian y les crecen garras.

Él oyó la honesta confusión y la culpabilidad en su voz y se estiró para curvar los dedos en torno a su nuca.

– Hay muchas cosas inexplicadas en el mundo, Isabeau. ¿Tienes sueños, verdad? -Su voz densa, se volvió ronca-. Sobre ti. Sobre mí. Los dos en otro tiempo, otro lugar.

Ella pareció más horrorizada que nunca. Isabeau sacudió la cabeza frenéticamente, como si cuanto más fuerte fuera su negación más pudiera hacerla real.

– Nunca. De ninguna manera. Yo nunca soñaría contigo. Eres un monstruo, alguien que goza explotando mujeres.

El latigazo de desprecio le golpeó como un látigo y su gato rugió y gruñó. Levantó una ceja con serenidad y los ojos aguantaron su mirada, la retuvieron para que no pudiera escapar a su mirada fija. Él movió la cabeza ligeramente y un gruñido ronroneante retumbó en su pecho cuando acercó la cabeza a la de ella. Isabeau abrió los ojos de par en par mientras los labios de Conner susurraban sobre los de ella.

– Estás mintiendo, Isabeau. Puedo oler tu necesidad de mí. Puedo sentir tu calor. Me deseas más de lo que jamás me has deseado. Y sueñas conmigo como yo sueño contigo.

Ella empujó con fuerza en su pecho en un intento de golpearle y alejarle. Él no hizo más que mecerse y ella se apoyó en los músculos de su gata inconscientemente. Él sintió el puñetazo de sus palmas, la mordedura de sus garras y su propio gato saltó para encontrarse con el de ella, gruñendo por la supremacía. Le agarró las muñecas con un puño de acero y la retuvo contra él. En el momento que lo hizo, supo que había sido un error. Su control ya era demasiado fino.

Se miraron fijamente el uno al otro, los labios separados por centímetros, la mirada dorada de Conner fija en la de ella. El deseo era crudo e inexorable. Él esperaba violencia cuando la emoción estaba allí, violenta y apasionada, arqueándose entre ellos, pero cuando sus labios tocaron los de ella, sólo hubo un susurro, como el roce del ala de una polilla y que Dios les ayudara a ambos, no supo quien se movió, si él o ella. La sacudida fue eléctrica, impresionante en su intensidad, encendiendo un fuego instantáneo que se precipitó por sus venas como una tormenta.

– Te odio -siseó ella con lágrimas en los ojos.

Él sintió el estremecimiento que la atravesaba, ella no tenía forma de ocultarle la reacción de su cuerpo.

– Lo sé. -Le apartó mechones del espeso y leonado cabello de la cara. Ella tenía lágrimas atrapadas en las pestañas.

– Mataste a mi padre.

El negó con la cabeza.

– No voy a permitirte que dejes eso en mi puerta. Ya tengo bastante pecados sin que me culpes por algo que no he hecho. Lo sabes. No quieres enfrentarte a ello, pero él se mató en el momento que se metió en ese grupo por dinero. Secuestraban y torturaban gente por dinero. ¿Cómo es eso diferente de lo que pasa aquí? -Le acunó la cara con la palma, deslizando el pulgar sobre la suave piel antes de que ella pudiera apartarse-. Si necesitas una razón para odiarme, tienes unas legítimas. Aférrate a una de esas.

Isabeau se arrancó de él y cruzó a la ventana, mirando a la selva.

– Esos niños deben ser rescatados, Conner. Realmente no importa cómo me siento ahora. Esto no es sobre lo que sucedió entre nosotros. Realmente no lo es. No te he traído aquí por venganza. No te habría llamado, pero Adán se negó a permitirme intentar entrar en el complejo. Ellos corren peligro. Ella realmente hará lo que ha amenazado, enviarles a casa en pedazos si la tribu no coopera. -Se giró para encararlo otra vez, se encontró con sus ojos-. ¿Cómo conseguimos entrar para averiguar donde están retenidos?

Él se quedó silencioso un momento, mirándola. Ella parecía más frágil de lo que recordaba, más hermosa, la piel casi resplandeciendo, el pelo brillante y rizado con una invitación sedosa. Decía la verdad.

– Entonces tendremos que sacarlos -dijo él suavemente.

Parte de la tensión disminuyó de su cuerpo.

– Pensé que no ibas a ayudarme.

– Realmente no sabes nada del mundo leopardo, ¿verdad? -preguntó.

Ella frunció el entrecejo y se miró la mano.

– No pensé que fuera real.

Él le tendió la mano.

– Mírame, pero permanece muy tranquila. Hablo en serio, Isabeau, no hagas ningún movimiento ni chilles. Mi gato tiene hambre de ti y voy a dejarle salir sólo lo bastante para que sepas que digo la verdad. No le incites más de lo que tu olor ya lo ha hecho.

Ella pareció más confundida que nunca, así que él hizo el cambio. Su leopardo saltó hacia su control, golpeando con fuerza en un esfuerzo por surgir completamente. Las garras estallaron de las manos y el pelaje le subió por el brazo. Él sintió la contorsión de los músculos y, respirando hondo, luchó por refrenar al felino. Le tomó cada gramo de fuerza. El sudor se le deslizó por el cuerpo y los músculos se cerraron y congelaron cuando instó al leopardo a controlarse.

Isabeau jadeó, pero se mantuvo firme. La mayor parte del color se le drenó de la cara y sus ojos parecieron enormes. Se frotó los brazos como si picaran, como si su gata hubiera saltado hacia el suyo bajo la piel.

– ¿Cómo es eso posible? -Su voz fue un cuchicheo.

Él se deslizó hacia ella, atemorizado de que pudiera desplomarse, pero ella retrocedió y levantó una mano para defenderse, sacudiendo la cabeza. Él se congeló otra vez, permaneciendo completamente inmóvil.

– La versión corta es, que somos una especie separada, no leopardo, no humano, pero una combinación de los dos. Nuestras hembras leopardos no surgen hasta el Han Vol Dan o el primer celo del leopardo. Muchas hembras no saben que son leopardo. Adivino que el médico que te asistió en el parto, al no darse cuenta de que eras leopardo, ya que somos un secreto muy bien guardado, decidió criarte cuando tu madre biológica murió. Tendríamos que hacer alguna investigación, pero probablemente te hizo pasar por hija de su mujer o te adoptó calladamente.

– ¿Por qué cuándo estoy a tu alrededor todo en mi vida se va al infierno? -Se pasó una mano inestable por el pelo.

El leopardo de Conner gruñó una advertencia justo cuando las cigarras cesaron en su canción. Un sonido de resoplidos seguido por un gruñido de reconocimiento vino de fuera de la cabaña.

– ¿Quién te ha seguido, Isabeau? -Conner estuvo sobre ella rápidamente, agarrándola del brazo y tirando de ella bajo la protección de su cuerpo, lejos de la ventana-. ¿Tienes a alguien más contigo? -La arrastró hasta ponerla de puntillas-. Contéstame, ahora, antes de que alguien resulte muerto.

Capítulo 3

Isabeau tragó con dificultad, sacudiendo la cabeza, los ojos abiertos de par en par con temor, incluso mientras luchaba contra él, más por instinto que por desear ser libre.

– Lo juro, solo hemos venido Adán y yo a verte, nadie más.

Conner respondió arrastrándola lejos de la ventana al refugio de una pequeña habitación donde cualquiera que mirara no podría verla. Dio una serie de resoplidos, advirtiendo a los otros que quienquiera que se acercaba a la cabaña había venido sin conocimiento de Isabeau.

El corazón de Isabeau latía lo bastante fuerte como para que él lo oyera, su respiración era jadeante. La mantuvo inmóvil, ignorando el tacón que le golpeteaba la espinilla. Dejando caer su voz a un cuchicheo, presionó los labios contra la oreja.

– Mejor que me digas la verdad, porque quienquiera que esté ahí afuera va a ser cazado.

Ella se forzó a parar de luchar, pero su cuerpo permaneció tenso, al borde de salir volando.

– Te lo juro, Adán y yo hemos venido solos.

– ¿Quién sabía que estabas tratando de contratar a un equipo de rescate? -Su olor le estaba volviendo loco. Su cuerpo era suave y exuberante y recordaba cada curva, cada hueco secreto. Era difícil evitar acariciarle la garganta con la nariz. Como fuera, hundió la cabeza y encontró la unión suave del cuello y el hombro.