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Sintió el estremecimiento de temor que onduló por el cuerpo de ella e hizo un esfuerzo para retener a su gato lo bastante como para mantener un completo control.

– Vamos a correr a los árboles. Cuando lleguemos al porche, salta sobre el borde.

El jadeo de ella fue audible.

– Esta cabaña está asentada sobre pilares. Estamos a un piso de altura.

– Eres leopardo. Confía en ella. Aterrizará de pie. Ya debes haber advertido habilidades extraordinarias.

– Pero yo no soy…

Él giró la cabeza, los ojos dorados resplandecían con un color verde dorado, ojos de felino, fijos e impasibles. Ella se calló y asintió con la cabeza.

– Si estás demasiado atemorizada, te puedo llevar, pero no podré protegerte también.

El pensamiento de él llevándola en brazos, sosteniéndola cerca de su cuerpo la asustaba casi más que las armas. Negó con la cabeza.

– Lo intentaré.

– Lo harás -corrigió, su voz suavizándose-. Salta sobre la baranda por el lado izquierdo. Estaré justo detrás de ti. Empieza a correr hacia el bosque y no mires atrás. Tienes unos seis metros hasta la línea de árboles. Sigue corriendo una vez llegues allí. Seis metros es una distancia larga, pero si dejas que tu gata salga…

– No sé cómo.

Por lo menos no estaba discutiendo con él sobre ser leopardo. Era un comienzo.

– La sentirás, los músculos como acero, fluyendo como agua, bajo la piel. Se alzará porque sentirá tu temor. Tu instinto será luchar contra ella, pero no surgirá, aún no estás lista. Deja que se acerque. Correrás más rápido, darás saltos más largos y podrás subir al dosel.

Mantuvo los ojos fijos en los de ella, deseando que le creyera. Ella tragó con dificultad, pero asintió con la cabeza.

– Un leopardo es tremendamente fuerte. Tienes eso, Isabeau. Ella no te tragará, pero durante unos pocos momentos mientras se alza, te sentirás así. No te asustes. Estaré justo detrás de ti y no permitiré que nada te suceda.

Isabeau no sabía el porqué le creía después de todo lo que había sucedido entre ellos, pero no podía evitar responder a su voz. La idea de un leopardo viviendo en ella era absolutamente absurda, pero había visto cambiar su propia mano en garra, sintió las puntas afiladas como estiletes arañarle la piel. Se despertaba a menudo con el corazón martilleando de pánico, un chillido de protesta resonando por el cuarto, mirando para ver si había sangre en sus manos. Sangre de él.

– ¿Preparada?

Ella respiró y asintió. Ahora podía oler humo también. Una serie de disparos sonó a lo lejos. Se estremeció, el estómago le daba bandazos. Había visto lo que las armas automáticas habían hecho en la aldea india, pero no protestó. Sabía que las delgadas paredes de la cabaña no iban a protegerla. Tenían una oportunidad en la selva.

– Sin vacilar. No sabremos cuan cerca están hasta que estemos ahí afuera. Una vez que atravieses la puerta, tienes que confiar, Isabeau. Directa a la baranda y salta. -Había una orden en su voz, una que normalmente le habría hecho retroceder, pero encontró consuelo en ella. Él era la clase de hombre que sobrevivía a esta clase de ataque. El lugar más seguro en la selva tropical era justo a su lado.

– Sin vacilar -repitió y se armó de valor.

Él estalló a través de la puerta, corriendo delante de ella, protegiendo su cuerpo hasta la baranda. Isabeau se negó a mirar abajo. Saltó y se asombró cuando aterrizó con acierto con ambos pies sobre la baranda y luego voló sobre ella. Era consciente de Conner a su lado, manteniendo su forma más grande entre ella y el sendero estrecho que llevaba al pequeño claro. Había una especie de canturreo en sus venas, como si la adrenalina hubiera encontrado una sinfonía y tocara las notas mientras se precipitaba por su cuerpo. Extrañamente, había una ráfaga en su cuerpo, como el flujo del viento, el sonido de los árboles. Aterrizó agachada, totalmente asombrada.

El zumbido de una abeja fue fuerte en la oreja. Como a distancia, oyó a Conner gritar, le agarró de la mano y tiró de ella para que se moviera. Ella no tenía tiempo para analizar la manera asombrosa en que su cuerpo reaccionaba, los músculos fluyendo como agua. Él tiró y ella sintió como su cuerpo se preparaba, el salto que cubrió más de la mitad de la distancia a la línea de árboles. Un segundo salto y estuvo dentro de la cobertura de hojas anchas, corriendo por un estrecho sendero.

Su vista se volvió extraña, como si viera en bandas de color, pero todo estaba totalmente claro. Su campo visual parecía enorme, como si pudiera ver, sin girar la cabeza, unos buenos doscientos ochenta grados en torno a ella. Su visión era asombrosa por delante. Isabeau juzgó su capacidad de ver por lo menos en ciento veinte grados directo hacia adelante. Los ojos no parpadeaban y detectaban movimientos en la maleza mientras corría, pequeños roedores e insectos así como el revolotear de alas arriba. Cuanto más profundamente se adentraban en la selva, más oscura se volvía, pero ella podía ver bastante con claridad.

Los sonidos estaban realzados, como si alguien hubiera encendido un altavoz. Su propio aliento atravesando sus pulmones sonaba como una locomotora. El corazón atronaba en las orejas, pero también podía oír el susurro de movimiento en la maleza y supo, mientras corría, donde estaban exactamente los otros animales. Captó el olor del sudor de un hombre y olor acre del humo. Podía oír el crujido de llamas y los chillidos de los monos y pájaros mientras huían por delante de las llamas.

El corazón parecía latir al ritmo de la selva misma, absorbiendo la energía frenética de las otras criaturas mientras se movía rápidamente por los árboles, adentrándose más y más profundamente. Era agudamente consciente de la mano de Conner presionando en su espalda, urgiéndola a moverse aún más rápido. Oyó el silbido de una bala y luego un clunk cuando se estrelló contra el tronco de un árbol a pocos metros a su derecha.

– Están disparando a ciegas -dijo Conner-. Sigue.

Ella no estaba por la labor de ir más despacio. Debería haber estado aterrorizada, pero se sentía absolutamente estimulada, casi eufórica, consciente de cada movimiento de su cuerpo, cada músculo trabajaba por separado para llevarla eficientemente y suavemente sobre el terreno desigual. Un gran árbol estaba caído en el camino y ni siquiera frenó. En vez de eso, pudo sentir la maravillosa preparación de su cuerpo, el salto cuando brincó sobre el tronco, sobrepasando el tronco derribado por unos buenos treinta centímetros.

Olió a sudor a su derecha cuando Conner la agarró de la cintura y la tiró al suelo, su cuerpo cubriendo el de ella. Apretó la boca a la oreja.

– Permanece quieta. Absolutamente inmóvil no importa lo que suceda y aparta la mirada.

Ella asintió aunque no deseaba que la dejara allí sola, pero sabía que iba a ocuparse de la amenaza que se movía hacia ellos. Por un momento en que el corazón se le paró pensó que él le había rozado con un beso la nuca.

– No tardaré. -Los labios se movieron contra la oreja y ella sintió como su corazón saltó. Los dedos se curvaron en garras y se clavaron en el terreno esponjoso, cubierto de vegetación.

– Que no te maten -siseó y luego cerró los ojos, sintiéndose como si hubiera traicionado a su padre. Podía fingir ante él y los otros que no le deseaba muerto porque tenía miedo de quedarse sola en la selva tropical, pero se negaba a mentirse a sí misma. No había empujado el cuchillo contra su pecho porque el pensamiento de que él ya no estuviera en el mundo era devastador. Y eso la hacía odiarse más.