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Conner le envió un pequeña asentimiento de apreciación. Isabeau giró la cara contra su lado y amortiguó una pequeña risa.

– Lo has hecho bien, Isabeau -alabó-. No te asustaste.

– Sabía que vendrías -dijo, sorprendiéndole.

Hubo una tranquila aceptación en su voz. Ella quizás, no se daba cuenta, pero confiaba en él mucho más de lo que se permitía.

– Él no me amenazó al principio. Se sorprendió cuando salió de la maleza y yo estaba allí.

Conner bufó su desdén, su felino resopló molesto. El niño no había utilizado sus sentidos de leopardo ni siquiera cuando cazaba. Su desdén por Adán le había dejado en desventaja. No había hecho sus deberes. Ni siquiera se había dado cuenta de a quién estaba cazando. Las habilidades de Adán en la selva tropical eran conocidas por todas partes, pero el joven no había sido consciente de él.

– ¿De qué aldea vienes? -preguntó Conner, de repente sospechoso.

– Mi aldea está en Costa Rica -dijo Jeremiah alegremente. Disparó a Conner una sonrisa rápida-. He andado por ahí. No es como si nunca hubiera salido del bosque.

Esta vez Rio cargó contra él, golpeándole de lleno. Golpeó al niño con la bastante fuerza para producirle un gruñido de dolor. Cuando Rio se movió sobre el chico, le abofeteó con su gran pata, las garras retractadas, pero definitivamente una reprimenda.

Jeremiah rodó, se levantó agachado, frunciendo el ceño al leopardo grande mientras se cepillaba la suciedad.

– ¡Oye! He estado por ahí.

– Obviamente no has aprendido respeto -indicó Conner-. Tienes a cinco ancianos aquí y a un anciano de una de las tribus de indios locales así como una hembra. Hasta ahora no me has impresionado.

El chico tuvo la gracia de parecer avergonzado.

– Sólo quiero ver algo de acción -dijo.

– ¿Cómo te contactó Suma? -preguntó Conner.

– Internet. Puso un anuncio pidiendo ayuda. Me figuré que yo era justo lo que necesitaba. -Jeremiah sacó pecho.

– Joven. Impresionable. Estúpido. -Conner escupió al suelo.

– ¡Oye! -La sonrisa engreída de Jeremiah se desvaneció a un ceño-. Sólo quiero algo de acción. No quiero pasar toda mi vida encerrado en alguna aldea aburrida con los ancianos diciéndome lo que puedo y no puedo hacer. Soy rápido.

– Tienes que ser más que rápido en este negocio, niño -dijo Conner-. Tienes que saber cuándo depender de tu felino, cuando depender del cerebro y cuando debes mezclarlos a los dos. Tienes que mirar a todas partes. En este momento, caminas tan fuerte que cualquier leopardo en el bosque podría oírte. -Disparó al chico una mirada dura-. Adán te habría oído venir a un kilómetro.

Aún en la oscuridad, el rubor del chico fue evidente. Hizo un esfuerzo por andar calladamente.

– Tú me podrías enseñar.

– ¿Parezco alguien que quiere enseñar a algún maldito cachorro novato? Hundiste las garras en mi compañera, asno. -Su felino se movía de nuevo furioso porque no atacaba al chico. Su aliento salió en un largo siseo y sus músculos se retorcieron.

Isabeau tropezó, si deliberadamente o no, no lo supo, pero deslizó el brazo en torno a su cintura y simplemente la levantó, sosteniéndola en los brazos. Ella se tensó, abrió la boca para protestar. Su mirada se encontró con la de Conner y permaneció silenciosa.

Él necesitaba sostenerla. Su peso no era nada para él, pero la sensación de ella en sus brazos lo era todo. Le acarició la coronilla con la nariz y fulminó al joven. El chico no tenía ninguna idea todavía de cuán difícil era encontrar una compañera. No tenía la menor idea acerca de la vida o el peligro. La idea de vivir en el borde era un atractivo aterrador para los jóvenes. Lo sabía porque él había sido de la misma manera. Había sido joven, engreído y lleno de su propia fuerza sin un indicio de lo que importaba o importaría jamás.

Conner cerró los ojos brevemente y se preguntó porqué el universo le golpeaba con tanta maldita fuerza. No podía darle la espalda al chico para que le mataran y Suma lo mataría. Jeremiah Wheating no se quedaría parado y miraría como mataban a los niños. En el momento que Suma le llevara donde Imelda Cortez y el chico se diera cuenta de lo que pasaba en realidad, se vería como un héroe y conseguiría que le mataran. Conner no tenía otra elección que cuidar del mocoso.

Suspiró y bajó la mirada a la cara levantada de Isabeau. Ella le sonrió.

– ¿Qué? -Le preguntó él casi agresivamente. Ella tenía demasiado conocimiento en los ojos.

– Sabes qué. No creo que seas tan bastardo como quieres que todo el mundo piense. Ni con mucho.

– He estado cerca de matarlo. Y malditamente bien que lo merecía.

– Pero no lo has hecho.

– La noche no ha acabado todavía.

Ella sólo sonrió y el vientre de Conner se apretó. No quería que ella se formara una idea equivocada sobre él. El niño iba a aprender una lección esta noche. Isabeau pensaría que él era una bestia y el niño se enfurruñaría un rato, pero su felino estaría feliz otra vez y quizá le daría un pequeño respiro de esta necesidad desgarradora y la reprimenda aguda y enojada.

La cabaña estaba justo delante, construida en lo alto de los árboles, oculta por las pesadas vides y unas hojas anchas la rodeaban. Había trazado un mapa para los otros por si acaso se separaban. Había vivido allí durante varios años con su madre, separados de los otros mientras ella lloraba la pérdida de su marido. Su padre nunca había sido su verdadero compañero, pero ella le había amado.

La cabaña no contenía recuerdos felices para él, pero en el momento que hubo dado un paso en la selva tropical fue el primer lugar al que había ido. Había pasado dos días haciendo reparaciones y acumulando cosas para tener un campamento base si lo necesitaban. No fue por razones sentimentales. El no era un hombre sentimental. Debería haber hecho las comprobaciones inmediatamente con Rio, pero necesitaba tiempo para reajustarse. Y había ido buscando a su madre. Ahora sabía porqué ella no había estado allí.

Extrañamente, la cabaña parecía haber sido ocupada recientemente, calmándole con un falso sentido de seguridad. Había incluso encontrado un par de sus juguetes viejos, un camión y un avión tallados en madera encima de la mesa. Había imaginado a su madre mirándolos y recordando sus momentos juntos en la cabaña. Ahora no sabía qué pensar.

Puso Isabeau de pie y se alzó para agarrar una vid. Empujándose, mano sobre mano, ganó el pequeño porche y dejó caer la escalera hecha de vides apretadas hacia abajo a los otros. Empujó unos montones hacia abajo para ellos, sabiendo que los hombres necesitarían la ropa después de cambiar y luego se dejó caer al suelo.

– No estoy segura de que pueda trepar -admitió Isabeau-. Mi brazo se ha agarrotado. -Incluso mientras expresaba su duda, se estiró para agarrar la escalera.

– Yo te puedo llevar -dijo Conner-, pero tendrás que ir sobre mi hombro.

Ella dio un tirón experimental, respingó y dejó salir el aliento.

– Es un camino largo hacia arriba. Creo que voy a olvidarme de mi orgullo y permitiré que me subas. -Retrocedió alejándose de la escalera.

Conner hizo señas a Adán para que subiera y señaló a Jeremiah.

– Tú puedes esperarme aquí abajo. Vamos a tener una pequeña conversación antes de que te invite a entrar.

Los ojos del niño mostraron nerviosismo, pero asintió valientemente. Conner llevó a Isabeau arriba sin más demora. Ella se balanceaba de pie y necesitaba que atendieran sus heridas. Él quería que tomara antibióticos y cualquier medicina que llevara. Tenía un botiquín de primeros auxilios oculto con antibióticos, pero nada de analgésicos. Ella le había advertido que no se llevaba bien con ellos, pero él no estaba seguro de que lo que había querido decir. Nunca había imaginado que le dispararían. Si el joven leopardo no la hubiera tomado como rehén, nunca habría sucedido, otro pecado contra él.