– La lluvia suena diferente aquí arriba.
Él asintió sin apartar la mirada de su cara. Ella podía sentir sus ojos ardiendo con un brillante dorado directamente a través de ella.
– Cuando era joven, dormía aquí fuera en el porche para poder oírlo. Adoro el sonido de la lluvia -admitió Conner.
Ella se hundió en los tablones de madera y echó una mirada a las hojas que escudaban la cabaña.
– Yo siempre he encontrado la lluvia calmante, pero hay una pauta en la manera que golpea las hojas que hace que suene diferente. Casi puedo oír que hace música.
La sorpresa se arrastró en la expresión de Conner.
– Solía pensar eso. Me tumbaba despierto escuchando y añadía instrumentos para crear mi propia sinfonía.
– ¿Tocas algún instrumento?
Conner se sentó a su lado, levantando las rodillas, con la espalda contra la pared de la casa. Se encogió de hombros, pareciendo un poco inquieto. Bajó su voz, manteniendo un ojo en la puerta.
– Toco un par de instrumentos. En su mayor parte éramos mi madre y yo. Al estar solos, leíamos muchos libros, hacíamos los trabajos escolares y quisimos aprender a tocar lo que conseguimos que llegara a nuestras manos.
– Entonces tu madre tocaba también -incitó ella, sorprendida que durante todas sus conversaciones él nunca le había dicho nada acerca de su madre, su vida ni su música. Cosas importantes. Las cosas que un amante debería haber sabido. Quiso apartar la mirada de él, molesta porque él no hubiera compartido quién era realmente con ella. Su tiempo juntos había sido el más maravilloso de su vida, pero no había sido verdadero. Él no había sido real. El hombre que se sentaba allí, ligeramente incómodo, exponiendo su lado vulnerable era el hombre verdadero. Sin embargo, no podía apartar la mirada, estaba fascinada, una vez más hipnotizada.
Conner era un hombre duro y peligroso y llevaba esa aura como un escudo alrededor de él. Siempre había parecido invencible, impenetrable. Ella nunca había visto una grieta en ese blindaje hasta ahora, hasta este momento. La cara era la misma. La mandíbula fuerte, las cicatrices y los bordes erosionados, el violento dorado ardiente de los ojos, la boca sensual que volvía loca a cualquier mujer, todo eso mostraba a un hombre con una absoluta resolución. Pero los ojos se habían vuelto diferentes. Más suave. Casi vacilantes. No pudo evitar el estar intrigada.
– Sí, tocaba -admitió Conner, su tono cayendo aún más. Había una nota suave que era todo leopardo mezclada con su voz humana.
Isabeau le miró tragar, su mirada se movía por las hojas anchas que los rodeaban, ocultándoles del resto de la selva tropical.
– Adoraba el violín.
– ¿Tocabas el violín? -Ella no podía detenerse de aprender lo que pudiera acerca del hombre verdadero, no el papel que interpretaba.
– No de la manera que ella podía tocar. -El tenía una mirada lejana en los ojos cuando giró la cabeza de vuelta hacia ella. Había una pequeña sonrisa en la cara como si recordara-. Solía sentarse aquí conmigo mientras la lluvia caía y tocaba durante horas. A veces los animales se reunían así que tenía una inmensa audiencia. Yo vigilaba y los árboles se cubrían con monos, pájaros e incluso un perezoso o dos. Era apacible y hermosa y eso se mostraba en su música.
– ¿Te enseñó ella misma? ¿O te envió a dar lecciones? ¿Y dónde encontrarías escuelas y maestros de música? No podrías haber vivido aquí mucho tiempo.
– Permanecimos solos. Cuando dejamos nuestra aldea…
Isabeau captó una nota de dolor en su voz. El chico recordaba algún trauma de la niñez, no el hombre.
– Nos mantuvimos a nosotros mismos durante varios años. Mi madre no quería ver a nadie. Fue muy estricta acerca de la educación y ella era inteligente. Si miras en las cajas de madera bajo los bancos, encontrarás que están completamente llenas de libros. Era una buena maestra. -Una sonrisa leve le tocó la boca. Un poco traviesa-. No tenía al mejor estudiante con el que trabajar.
– Tú eres extremadamente inteligente -dijo.
Él se encogió de hombros.
– La inteligencia no tenía nada que ver con ser un chico salvaje en medio de la selva tropical que pensaba que era el rey de la selva. Ella tuvo las manos llenas.
Isabeau podía imaginárselo, un chico rubio de pelo rizado con ojos dorados, saltando de rama en rama con su madre persiguiéndole detrás.
– Puedo imaginarlo.
– Me escabullía muchas noches. Por supuesto, entonces no me daba cuenta de que siendo un leopardo adulto, ella podía oír y oler mejor que yo y sabía el momento exacto en que me movía. Supe unos pocos años después que ella se arrastraba detrás de mí, para asegurarse de que no me sucedía nada, pero en aquel momento, me sentía muy valiente y varonil. -Se rió ante el recuerdo-. También me sentía bastante genial por haber logrado engañarla, así que estaba fuera todas las noches jugando en la selva.
– Eso debe haber construido tu confianza. Tanto tiempo como he pasado en la selva, de noche permanezco en el campamento.
– Era un niño, Isabeau. No había aprendido todos los peligros del bosque. Mi madre me los contó pero yo me encogí de hombros y pensé que eso nunca podría sucederme a mí. Era invencible.
– La mayoría de los niños piensan que lo son. Sé que yo lo pensaba. Me gustaba trepar al techo de nuestra casa de noche. A cualquier lugar alto. Mi padre se enfadó mucho cuando lo averiguó. He olvidado que edad tenía cuando comencé. Creo que dijo que alrededor de tres.
Él le dirigió una sonrisa amistosa.
– Ese era el leopardo en ti. Les gusta trepar todo el tiempo. Cuanto más alto, mejor.
– Y me echaba toneladas de siestas. Siempre estaba somnolienta durante el día.
Él asintió.
– Y levantada toda la noche. Mi madre me daba las lecciones de noche cuando tenía unos diez. Decía que hacía mi mejor trabajo entonces.
– ¿Y tocabas de noche?
– A veces no podía dormir, la mayor parte del tiempo. Y ella estaba… triste. Nos sentábamos a escuchar la lluvia y luego salíamos aquí con nuestros instrumentos. Ella tenía el violín, yo la guitarra y tocábamos juntos. La mayor parte del tiempo venían los animales. Unas pocas veces, vislumbré leopardos, pero ellos nunca se acercaron y ella fingió no notarlos, así que seguía su ejemplo.
– Ojala pudiera haberla conocido.
Él parpadeó y sobre su expresión se asentó la máscara familiar.
– Ella te habría adorado. Siempre deseó una hija.
– ¿Dijiste que Suma la mató? ¿Por qué? ¿Por qué mataría él a un leopardo hembra?
Él endureció la mandíbula.
– Suma la mató en la aldea. Ella intentaba defender a la familia de Adán.
A ella, el aliento se le quedó atrapado en los pulmones.
– ¿Ella era tu madre? Oí que le dijiste a Jeremiah que Suma mató a tu madre, pero no tenía la menor idea de que era la Marisa que conocí en la aldea de Adán. Me la encontré, más de una vez, pero por supuesto la vi sólo como humana, no como un leopardo. Fue muy dulce conmigo. Me trató como una hija. -Sintió un ardor en los ojos y apartó la mirada-. Durante un momento me hizo sentir menos solitaria. Yo estaba muy rota. -La garganta le ardía. Quizá él creería que era por la muerte de su padre. Ella había estado conmocionada, traumatizada, pero el engaño de Conner la había roto.
Él la miró fijamente casi con horror.
– ¿Pasaste tiempo con mi madre?
Como si eso fuera todo lo que había oído y no pareciera feliz por ello. Isabeau trató de no dejar que la hiriera, pero no obstante fue un golpe.
– Ella venía a menudo a mi campamento con el nieto de Adán o ella sola, y se quedaba a veces varios días conmigo. Traía a un pequeño chico con ella. Incluso salían a buscar plantas conmigo. Ella sabía mucho. A veces todo lo que yo tenía que hacer era un dibujo de una planta y ella identificaba que era y donde estaba, así como los variados usos para ella. Podía guiarme en la dirección correcta. Aunque nunca mencionó que tocara el violín. -Hizo un esfuerzo por no sonar desafiante.