Elijah trató de rodear el agua agitada para llegar a la cabeza, pero la serpiente continuó golpeando y rodando, manteniendo el agua agitada, evitando que el hombre hiciera algo más que enojarse al golpear el cuerpo de gruesos músculos mientras rodeaba constantemente a la serpiente que se retorcía. El felino agarró la cola de la anaconda en la boca y empezó a tirar hacia atrás, hacia el banco en un esfuerzo por arrastrar a la serpiente a las aguas poco profundas y evitar que Isabeau se ahogara.
La serpiente era bastante grande y obviamente hembra por su tamaño. Era verde oscuro con lunares ovalados oscuros a través de las escamas de la espalda. En los costados tenia los lunares ocre reveladores de la anaconda. La cabeza era grande y estrecha, unida a un cuello grueso y musculoso, así que era difícil decir donde se separaban los dos, especialmente en el agua agitada. El conjunto de ojos y nariz por encima de la cabeza le permitía respirar mientras estaba en su mayor parte sumergida. El agua era su casa, utilizaba sus ventajas adaptativas, luchando contra el tirón del leopardo implacable.
Mientras Conner daba dos pasos más atrás, agarrando más de la serpiente para conseguir más apalancamiento, Elijah rodeó por delante, alcanzando debajo de la superficie del agua y arrastrando a Isabeau y a la serpiente fuera para que pudiera tomar otro aliento. Desafortunadamente, cuando jadeó con los pulmones ardientes en busca de aire, la serpiente apretó más fuerte.
– Conner, sostén a la maldita cosa -gruñó Elijah, apretando los dientes en frustración.
El tiempo pareció ir más despacio para Isabeau. Podía oír al leopardo gruñir, pero su pulso martillaba fuerte en sus oídos. Los pulmones se sentían muertos de hambre por aire y el temor era un sabor vil en la boca. Cada instinto le decía que luchara, que peleara, pero se forzó a permanecer tranquila, negándose a ceder ante el pánico que amenazaba con reducirla a una víctima chillona sin inteligencia.
En su mente canturreaba el nombre de Conner. Supo el instante en que cambió, o quizá su gata lo supo. Ella no le podía ver y todavía podía oír los gruñidos que retumbaban, reverberando por el agua, pero supo que él estaba utilizando la fuerza combinada del hombre y el leopardo para arrastrar la serpiente al terraplén.
Elijah siguió entrando y saliendo de su línea de visión, la cara seria, los ojos centrados en la cabeza de la serpiente, el cuchillo tratando de deslizarse entre las escamas y el músculo para cortar la cabeza. La serpiente sabía que ahora estaba en problemas, y que la única salida era abandonar su comida y escapar. En el momento que la serpiente dejó de enroscarse, Conner alcanzó por delante del cuerpo que golpeaba, envolvió el brazo alrededor de la pierna de ella y tiró hacia él. La tiró detrás de él. Ella vislumbró ese cuerpo masculino, duro como una roca, con haces de músculos, mientras se hundía en el agua poco profunda para ayudar a Elijah.
La serpiente rodó alrededor del hombre en un esfuerzo por escapar a la hoja del cuchillo, tratando de utilizar todo el peso y el músculo para conducirle de vuelta al agua más profunda. Conner agarró el cuerpo que daba golpes y lo retuvo mientras Elijah mataba a la serpiente. El animal se quedó lacio y ambos hombres se detuvieron, doblados, los pechos subiendo y bajando por la tremenda lucha contra una criatura tan fuerte.
Conner se giró hacia ella, se agachó en el agua para pasarle las manos por encima.
– ¿Estás bien, Isabeau?
Ella consideró chillar. O echarse a llorar. Casi había muerto, aplastada por una serpiente o ahogada. Pero él parecía perfectamente tranquilo como si fuera una ocurrencia ordinaria y ningún gran asunto. Juró que incluso parecía arrepentido cuando miró a Elijah arrastrar el cuerpo a tierra. ¿Estaba ella bien? Bajó la mirada a su cuerpo. Se sentía magullada y quizá un poco golpeada, pero nada estaba roto. Estaba empapada, pero la lluvia ya había hecho eso.
Consideró lentamente su situación. Estaba todavía en la corriente, hasta los tobillos y había sobrevivido al ataque honesto de una anaconda. El corazón le latía como un trueno en las orejas, el aliento entró entrecortadamente pero todas y cada una de las terminaciones nerviosas estaban vivas. El mundo era más brillante, fresco, más hermoso de cómo jamás lo había visto.
La niebla colgaba en velos suaves rodeando a las susurrantes hojas negras que se distinguían cuando el viento balanceaba el dosel ligeramente. El agua desbordaba por las piedras, una brillante y oscura cinta de plata mientras se movía. Podía ver el cuerpo largo y grueso de la serpiente yaciendo en el banco. A su lado, Elijah estaba sentado, una pequeña sonrisa se le extendía por la cara. Ella no pudo evitar que la mirada se desviara de vuelta a Conner, donde su cuerpo desnudo ondulaba con músculos definidos.
Conner le sonrió, una lenta sonrisa muy viva que se llevó el poco aliento que ella tenía y lo reemplazó con una ráfaga de calor y adrenalina. Él se llevó una mano goteante al cabello y se lo retiró de la cara.
– Qué apuro, ¿verdad?
Ella asintió, fascinada por el completo magnetismo de su cara. Había alegría, vida, brillando en esos ojos. Las llamas saltaban y ardían brillantemente en los ojos dorados. Él le guiñó un ojo y unas mariposas empezaron una migración a su estómago.
– Siento la falta de ropa. Pensé que tu vida era más importante que la modestia.
– En este momento yo también -admitió. Aunque ahora estaba más preocupada por su virtud, por la poca que tenía. Quería que se levantara. Los muslos fuertes le ocultaban el frente del cuerpo, pero la boca se le hacía agua. Sabía lo que había allí. Y sabía que estaría duro como una roca. Generalmente lo estaba cuando estaban juntos y no había visto mucha diferencia desde que estaban uno en compañía del otro.
– He odiado tener que matarla -dijo Conner y esta vez no había error en la pena de su voz-. Era una hembra buscando comida. Odio perder alguno de ellos.
– Estoy agradecida de no ser su comida -admitió Isabeau.
– Debería haber sido más cuidadoso -dijo Conner-. Están bajo los bancos en las cuevas naturales allí donde el agua es poco profunda y un poco lenta. No estamos en una elevación muy alta y debería haber estado más alerta.
Elijah rió disimuladamente y Conner le envió un ceño de advertencia. Elijah sólo se rió.
– Claramente, tu mente estaba donde no debería haber estado.
El ceño de Conner se volvió una mirada fulminadora.
– ¿Por qué no estabas tú alerta?
La mirada no tuvo más efecto que el ceño. Elijah se rió en voz alta.
– Intentaba conversar, tú, gato sarnoso. No es fácil tratar de sacar tu lamentable culo de los problemas. Hay que pensar.
Isabeau se echó a reír.
– Estáis los dos locos.
– ¿Estamos locos? Tú eres la única que está aquí riéndose después de que una serpiente tratara de tragarte por entero -indicó Elijah.
– Estoy seguro de que le habría dislocado todos los huesos primero -dijo Conner.
Ella le empujó, esperando una gran salpicadura. Su empujón apenas le meció, pero él le dirigió una gran sonrisa que la alteró, esa sonrisa valía el haber fallado en verle ir boca abajo al agua. Era el respeto en su cara. En sus ojos. Estaba orgulloso de ella y había respeto en los ojos de Elijah también. Ella no pudo evitar el pequeño floreciente resplandor que se extendió dentro de ella.
– Debemos volver y quitarte esa ropa mojada -dijo Conner-. Voy a cambiar.
Fue toda la advertencia que tuvo antes de que los músculos se retorcieran y el pelaje se deslizara por su espalda y vientre. Las garras estallaron por las puntas de los dedos. Ella se sorprendió de a qué velocidad podía él asumir el control de su otra forma. Caminó a su lado, sin temor, aunque el corazón latiera desenfrenadamente y fuera consciente de cada movimiento en el bosque. Estaba viva. Total y absolutamente viva.