Rio hizo un sonido a medio camino entre la frustración y la diversión.
– Esto no está funcionando, Conner. Creo que vamos a trabajar en el cambio de forma de Jeremiah durante un rato. -Apuntó hacia un claro que había cerca-. Justo allí.
Conner giró la cabeza para ver al joven leopardo clavar los ojos en Isabeau con un gesto absorto en la cara, con la boca abierta, casi salivando. Una suave mano se coló entre el cuerpo de Conner y el de ella y frotó la parte delantera de sus vaqueros, justo sobre su gruesa y dolorida ingle, trayendo de golpe su atención de nuevo a Isabeau. El ronroneo había aumentado y sus ojos se habían vuelto un poco más brillantes. Blasfemando, capturó sus muñecas y tiró bruscamente de sus manos hacia su pecho, manteniéndolas ahí.
– Buena idea -casi gruñó la respuesta. El chaval necesitaba distraerse.
El felino de Isabeau necesitaba emerger pronto o esta oleada debía cesar antes de que todos los hombres cayeran en una especie de frenesí sexual. Podía oler la testosterona alzándose. Las cosas pronto se iban a convertir en un infierno. Necesitaba asumir el mando.
– Vas a matar a alguien -le siseó al felino.
Cometió el error de arrastrar a Isabeau a sus brazos. Todas esas suaves curvas se fundieron contra él. Ella recostó la cara en su cuello y le lamió. Una delicada cata, su lengua como terciopelo se deslizó sobre su agitado pulso. Su polla palpitante sintió esa tentadora caricia y se tensó duramente contra la restrictiva tela de sus vaqueros. El fuego recorría a toda velocidad su piel, quemaba sus huesos, bailaba en sus venas hasta que no pudo pensar por la lujuria que lo consumía.
– Ven conmigo ahora. -Tuvo la fuerza de voluntad de arrastrarla hacia los árboles, fuera de la vista de los demás. Ella no tenía sentido de supervivencia, yendo con él sin resistirse, mirándole con ojos llenos de deseo.
La respiración salió como un siseó de los pulmones y su boca cayó encima de la de ella antes de tener una posibilidad de salvarles a ambos. La tentación latía en él como un tambor, golpeando a través de sus venas, a través de su pene, todo su sistema nervioso inflamado, intoxicado, con ella. Tomó su boca con la propia, largos, adictivos besos hasta que no supo ni dónde estaba. Todo se distanció, los árboles, la maleza, incluso el aroma de los otros hombres. Sólo estaba Isabeau, suave y cálida, una sirena arrastrándole más profundamente en su red de placer.
Ya había estado allí antes. Cada partícula de honor que poseía había estallado en llamas en el momento en que su sabor se convirtió en una adicción y estaba volviendo a comenzar de nuevo. Separó la boca de la suya y bajó la mirada hacia sus líquidos ojos, luchando por respirar, luchando contra sus propias necesidades.
– Tienes que controlarte, Isabeau -su voz era ronca-. Cada hombre presente aquí es un leopardo. ¿Tienes la menor idea de los estragos que estás causando?
– Amo tu voz -sus manos se deslizaban bajo su camisa para encontrar su piel desnuda-. Y tu boca. Cuando me besas es como si el fuego se disparara a través de mí.
Su voz era más seductora que cualquier cosa que él hubiera oído alguna vez, derramándose sobre él, llenándolo, carcomiendo su disciplina. Cerró los ojos por un momento, intentando recordar la cantidad de problemas en los que se había metido antes por no haber podido resistir su atractivo y no había tenido la tentación añadida de su gata emergiendo.
– Isabeau -le dio una pequeña sacudida. Eso no detuvo las manos errantes-. Mírame. No quieres hacer esto. Dentro de unas pocas horas me odiarás incluso más de lo que ya lo haces. Ya te defraudé una vez y maldita sea si vuelvo a hacerlo de nuevo.
¿A quién demonios quería engañar? No tenía ése tipo de control. Ni en un millón de años. La quería cada vez que respiraba. No por su gata, sino porque era Isabeau Chandler, la mujer que amaba por encima de todas las cosas. Llevó el aire a sus pulmones. La amaba y conocía la diferencia habiendo estado sin ella. No iba a dejar que la historia se repitiera.
– Para ya, Isabeau -su voz fue más ruda de lo que pretendía.
Ella se quedó rígida, dejando caer las manos como si le hubiera quemado. Dio un paso hacia atrás apartándose de él.
– Lo siento si te hice sentir incómodo -le dijo, con voz temblorosa-. Verdaderamente no querríamos eso ¿no? El gran Conner Vega. Es divertido cuando la seducción es idea tuya, ahí no hay problema.
– ¿Es eso lo que tienes en mente, Isabeau? ¿Seducción? Estás jugando con fuego.
Ella le miró de arriba a abajo.
– Lo dudo. No creo que ahí haya mucho.
Deliberadamente se giró y dirigió la mirada haciendo un barrido por los otros machos, con abierta especulación en su rostro.
– Lo siento si te molesté.
La cogió por el brazo y la atrajo hacia él cuando ella se dio media vuelta para marcharse.
– Ni siquiera lo pienses.
Ella levantó una ceja.
– No tengo ni idea de lo que me estás hablando. -Miró su mano y él la dejó ir. Le dio la espalda y se marchó, sus caderas cimbreando, su pelo un poco salvaje, despeinado y curvándose alrededor de su cara y cayendo por su espalda como si no se diera cuenta de que se le había aflojado su coleta. Él no recordaba haberlo hecho, pero la sensación de seda estaba todavía en las yemas de sus dedos.
Isabeau parpadeó para apartar las ardientes lágrimas de los ojos. Se había lanzado a por él y la había rechazado. Su orgullo estaba por los suelos, pisoteado. Él no la quería. Agachó la cabeza, doblándose por la cintura para inspirar aire. Fue un error. Ahora podía oler a todos los hombres, una mezcla intoxicante de lujuria y potencia masculina.
Si no paras ya, tú libertina, voy a estrangularte, le siseó a su gata. Quería clavar las uñas en la musculosa espalda de Conner. ¿Quién habría pensado que los músculos pudieran estar tan definidos? Sabía que no era la gata o al menos no sólo ella. Quería a Conner y su gata emergiendo era una gran excusa. Pero él no la deseaba.
¿Cómo podía pasar eso cuando ella le deseaba con cada fibra de su ser? No podía cerrar los ojos sin que imágenes suyas la acecharan. No podía respirar sin necesitarle. Maldito fuera por rechazarla. Él había sido el que había estado soltando que la ley de la selva era una ley superior pero cuando ella había cogido su oportunidad, se había cerrado en banda. Le había llevado cada gramo de valor que tenía hacer que la besara, esperando que continuara a partir de ahí. Si él ya no la quería más, entonces… Levantó la cabeza y miró al hombre que le hablaba a Jeremiah en el claro sólo a una pequeña distancia.
Le había dicho a Adán que intentaría seducir a uno de los guardias de Imelda Cortez porque sabía que nunca sentiría por otro hombre lo que sentía por Conner. La seducción todavía tenía posibilidades. Tal vez el ser un leopardo quería decir que podía ser promiscua y no preocuparse. Tal vez sus escrúpulos morales podían ser descartados mucho más fácilmente de lo que había creído siempre. Se acercó más, queriendo oír lo que decían.
Era agudamente consciente de que Conner estaba uniéndose a los otros hombres. Sobresalía. Para ella, se temió que siempre sobresaldría. La luz caía sobre su pelo y su cuerpo, iluminándole en el claro oscuro, con rayos de luz filtrándose. Él se pasó los dedos por el pelo, echándoselo hacia atrás de esa manera que ella encontraba sexy. Casi le odió en ese momento. Apartó la vista de él y su mirada se encontró con la de Jeremiah.
Él continuó lanzándole a Isabeau pequeñas miradas amorosas, incapaz de apartar sus ojos de ella. Claramente la encontraba atractiva. Flexionó los músculos para ella y ella intentó no reírse de él. No era justo que pensara en él como un jovencito cuando era casi de su edad. Conner simplemente parecía mucho más un hombre, con el físico rotundo de un hombre.
Jeremiah se dobló de nuevo y le dirigió a Conner una mirada rápida antes de lanzarle a ella una sonrisa. Rio le gritó y él echó a correr, desnudándose mientras tanto, echando a un lado la camisa y desgarrando sus vaqueros al bajárselos, volviendo a mirar a Isabeau mientras lo hacía. El material se enredó en sus tobillos y se cayó, de cabeza, rodando por el claro, semidesnudo, enmarañado en sus vaqueros.