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Capítulo 2

Hubo un largo silencio. Los hombres intercambiaron largas miradas. La tensión se estiró de forma tensa en el cuarto. Conner rompió la quietud primero.

– ¿No sabes quién nos ha contratado? ¿No lo comprobaste antes de traernos a un territorio desconocido? Por lo menos desconocido para vosotros.

Rio suspiró.

– Adán Carpio ha dado su palabra de que él está detrás del cliente, Conner. Dijo que su palabra era oro.

– Espera un minuto, Rio -dijo Elijah-. ¿No investigaste a nuestro cliente? ¿Has aceptado esta misión por fe?

Rio se encogió de hombros y se sirvió un café.

– Carpio me contactó, pagándome la mitad por el rescate y me entregó las cosas del padre de Conner e instrucciones específicas. Comprobé cada detalle y todo lo que me dijo era legítimo, así que seguí adelante y contacté a los miembros del equipo.

– Dime que no fuimos pedidos específicamente -dijo Conner.

– Sólo dos de nosotros, Conner. Utilizaron un código viejo para encontrarnos, pero aún así lo conocían. -Rio se dio la vuelta, inclinó una cadera contra el mostrador provisional y miró a Conner sobre la taza humeante-. Carpio dijo que el cliente te conocía y sabía que hacías esta clase de trabajo.

Los hombres se miraron los unos a los otros. Conner sacudió la cabeza.

– Eso es imposible. Nadie sabe quiénes somos. ¿Dijeron mi nombre?

– No exactamente. El cliente te describió con todo detalle. Tenía incluso un boceto de tu cara. Por supuesto, Carpio te reconoció. Carpio fue donde tu padre para tratar de contactar contigo y como le habías dado a tu padre mi dirección para emergencias, él se la dio a Carpio.

– ¿Pero no sabes quién es el cliente? -insistió Conner.

Rio negó con la cabeza.

– Carpio no quiso identificarlo.

– No me gusta esto -dijo Felipe, claramente inquieto-. Deberíamos irnos.

– Eso pensé al principio -replicó Rio-, pero Carpio parecía ser un hombre de palabra y responde por el cliente. Investigué todo lo que dijo antes de llamar al equipo y los hombres de Imelda Cortez raptaron de hecho a siete niños. Tu padre te envió la piel de tu madre. Estoy de acuerdo en que tenemos que tener cuidado. Se suponía que Carpio iba a traer al cliente aquí. Deberían estar aquí pronto. Felipe y Leonardo, podéis esperar afuera. Elijah, detrás. Dejemos que vengan y luego comprobaremos el rastro para cerciorarnos que no les han seguido o que hayan dejado a alguien esperando para emboscarnos.

Conner sacudió la cabeza.

– Hemos hecho la política de saber con quién trabajamos. Sin excepción. ¿Por qué todo este secreto?

– Adán dijo que el cliente quería hablar con nosotros en persona. Si en este punto no estamos satisfechos, entonces podemos devolver el anticipo menos los gastos e irnos.

– ¿Y le creíste? -dijo Felipe-. Es una trampa. Tiene que serlo. Tienen una descripción de Conner, ¿pero no su identidad? Vamos, Rio, alguien busca matarlo. Le han atraído aquí y tú estás poniéndole en la línea para que ellos hagan su mejor intento.

– No lo creo -discrepó Rio-. Adán Carpio no me estaba mintiendo. Puedo oler las mentiras.

– Entonces le están utilizando. Lo que sea, el cliente encontró la conexión entre Carpio y Conner y la utilizó para sacarlo fuera. -Felipe sonó disgustado-. Necesitamos esconderle. Ahora.

Rio miró su reloj.

– Estarán aquí pronto, Conner. Todos vosotros podéis quedaros fuera mientras les entrevisto.

Conner negó con la cabeza.

– Me quedo contigo. Si son sólo dos, podemos matarlos si tenemos que hacerlo. Cualquiera que les esté siguiendo, los otros pueden manejarlo. No voy a dejarte expuesto sin ningún respaldo. Alguien me desea, déjales que vengan a por mí.

Felipe sacudió la cabeza.

– Permaneceré con Rio, Conner.

Conner lo sujetó con una mirada firme y concentrada.

– Mi leopardo está cercano a la superficie, Felipe. Estoy nervioso de todos modos. Mis reflejos serán rápidos e instintivos. Aprecio que corras el riesgo por mí, pero es mi riesgo y mi felino está listo para luchar.

Felipe se encogió de hombros.

– Te haremos saber si hay alguien en el rastro.

Conner esperó que los tres hombres salieran antes de girarse hacia Rio.

– ¿Qué pasa?

Rio empujó un café a través de la mesa hacia Conner.

– No lo sé honestamente. Sé que lo que Carpio me dijo era verdad, pero algunas de las cosas que dijo… -Rio giró una silla con el pie y se dejó caer en ella-. Tu descripción fue menos que halagadora y no mencionó las cicatrices. Carpio no mencionó las cicatrices tampoco.

– Él no me ha visto en unos cuantos años. ¿Qué descripción? -Una débil sonrisa tironeó de la boca de Conner pero no lo bastante-. Creía que era considerado un tipo guapo.

Rio bufó.

– Despreciable fue una palabra utilizada. No bromeo. Un bastardo despiadado que puede hacer el trabajo. El dibujo de tu cara me molestó. Era lo bastante bueno, aparentemente, para que Carpio te reconociera, así que quienquiera que sea nuestro cliente, te ha visto y te puede identificar.

– Por lo menos saben que soy un bastardo despiadado y que un movimiento equivocado les puede matar -contestó Conner, parándose inmóvil en la ventana abierta, mirando hacia fuera con más que un pequeño anhelo.

El viento cambió ligeramente, apenas capaz de penetrar en la calma del suelo del bosque. Unas pocas hojas revolotearon suavemente. En algún lugar los pájaros se llamaron. Los monos chillaron. No estaban solos en esa parte del bosque. Un retumbar débil comenzó en su garganta y cogió su taza de café con una mano, tomando un pequeño sorbo. El café estaba caliente y le dio la sacudida que tanto necesitaba. Su leopardo rugía otra vez, caprichoso y nervioso sin su compañera, y volver al refugio salvaje sólo se añadía a sus sentimientos primitivos de necesidad. Lo deseaba rudo. Duro. Profundo. Quería las garras arañándole, marcándole. Se frotó la cara con la mano, quitándose el sudor.

– ¿Estás bien?

¿Qué demonios contestaba uno a eso? Su leopardo le arañaba profundamente, rugiendo por liberarse cuando él debía estar por encima de su juego.

– Estoy lo bastante bien para apoyar tu juego, Rio.

Mantuvo los ojos en el bosque, mirando fijamente por la ventana. Oyó el suave resoplido de un leopardo. Otro contestando. Felipe y Leonardo advirtiéndoles que tenían dos invitados. Rio se movió a su lugar a un lado de la puerta. Conner permaneció donde estaba, la espalda hacia la puerta, dependiendo de Rio mientras dividía el área que rodeaba la casa, buscando posibles fantasmas, hombres que se deslizaban en secreto mientras la persona de delante les distraía.

La puerta se abrió detrás de él. Conocía la repentina llamada. Un olor le llenó los pulmones. Rico. Poderoso. Salvaje. Ella. Inhaló instintivamente. Su leopardo saltó y arañó. Su compañera. Su mujer. Conocería ese olor en cualquier sitio. Su cuerpo reaccionó instantáneamente, inundando sus venas con una ráfaga de calor, hinchando su miembro, acelerando su pulso hasta que atronó en sus oídos.

Rio pateó la puerta para cerrarla con la punta de la bota y apretó el cañón de su arma contra la sien de Adán Carpio. Supo que era mejor no amenazar la vida de la compañera de un leopardo.

– Si ella se mueve, tú mueres.

Conner se dio media vuelta. Apenas podía moverse, su cuerpo temblaba, la conmoción se registró junto con el absoluto aborrecimiento de ella.

Mentiroso. La palabra vivió y respiró entre ellos.

Conner inhaló y tomó su aborrecimiento en los pulmones. Los ojos de ella nunca abandonaron su cara. Ardían sobre él, sobre las cuatro cicatrices de allí, marcándolo de nuevo.