Выбрать главу

– Lamento mucho si te aburro, pero pagué una buena cantidad de dinero por tu tiempo.

Él sabía que ella estaba interpretando mal su paseo inquieto como desinterés, pero se encogió de hombros, sin molestarse en explicarle el peligro en que estaba.

– Continúa.

– Llegué a ser amiga de Adán Carpio…

Esta vez él no pudo detener la reacción del leopardo, la furia terrible, la rabia celosa que lo consumía. Giró hacia ella, las llamas alimentaron el calor en sus ojos. Ella jadeó y tropezó hacia atrás, lanzando una mano para atrapar el respaldo de una silla para apoyarse.

– Y de su familia. Su mujer. Y los niños -agregó apresuradamente-. Para. Me estás asustando. No me gusta sentirme amenazada. Me ofendiste, en caso de que lo hayas olvidado.

La mirada de Conner se movió sobre su cara intensamente. Se demoró en la boca suave y temblorosa. En la garganta, tan vulnerable. Podía hundir los dientes allí en segundos. Su mirada bajó, tocó los senos. Los senos exuberantes y llenos, recordó lo suave que se sentía su plenitud. Ella era un poco más pequeña que la mayoría de sus mujeres, probablemente el leopardo nublado en ella, pero le gustaba de ese modo. Le gustaba toda y cada una de los cosas acerca de ella. Incluso su genio.

– No he olvidado nada. -El gruñido retumbó en su voz.

Era agudamente consciente de las cigarras incesantes. Fuerte. Podía oír a los centinelas del bosque tocando su música. Su gente estaba en el lugar pero aún así la intranquilidad se arrastraba por él. Estudió su expresión. Le ocultaba algo. El color disminuyó en su cuello, se arrastró por su cara. Ella veló los ojos con sus largas pestañas. Sabía que ella no se daba cuenta de que el peligro no era su vida, sino su virtud y el honor de él. Pero aún así, ella definitivamente le estaba ocultando algo. No su aborrecimiento. No el puro odio auténtico. Esas emociones eran bastante simples de ver. No, algo más, algo bajo la superficie y si no averiguaba lo que era, todos podían morir aquí.

– Estuve allí cuando los hombres de Cortez barrieron la aldea. Mataron a varias personas, inclusive una mujer que estaba visitando a Adán y Marianna, su mujer. Su nieto, Artureo, me ocultó antes ir a tratar de ayudar a los otros. Tiene diecisiete, pero parece muy adulto. Volvió corriendo para ayudar a su abuelo y lo abatieron con las culatas de las armas y se lo llevaron a la fuerza. Por todas partes donde miraba había personas muertas o muriéndose o chillando por la pérdida de sus seres queridos. -Se pasó la mano sobre la cara como si pudiera limpiar los recuerdos.

Conner le sirvió un vaso de agua y lo empujó a sus manos. Los dedos le rozaron los suyos y el aire crepitó con electricidad. Ella apartó la mano de un tirón como si él la hubiera quemado, rociando gotitas de agua por el suelo. A Conner el sudor le bajó por el pecho. El deseo le arañó. Su cercanía en los límites de la pequeña cabaña le destrozaba los nervios de acero, dejando su cuerpo estremeciéndose con una necesidad oscura tan intensa que tuvo que rechinar los dientes y girar lejos de ella para respirar.

– Oí sus demandas y supe que tenía que tratar de ayudar. Cuando enterramos a los muertos, tratamos de resolver cómo traerlos de vuelta. Nadie jamás había visto el interior de la propiedad de Cortez y vivido para contarlo, por lo menos nadie que supiéramos. No podíamos rescatar a los niños nosotros mismos. Recordé lo que tú hiciste y cuando la petición de ayuda de Adán a las Fuerzas Especiales fue rechazada por razones políticas -había desprecio en su voz-, pensé en ti y en cómo te habías infiltrado en el campamento enemigo usando la seducción. -Le disparó una mirada de repugnancia antes de continuar-. Supe que si alguien podía entrar en ese campamento, serías tú. Ciertamente eres más que capaz de seducir a Imelda Cortez.

A Conner el corazón se le estrujó con tanta fuerza, tan apretadamente que por un momento pensó que tenía un infarto. Casi se tambaleó bajo el dolor inesperado. El aliento siseó entre sus dientes y ni trató de evitar el gruñido de rabia que escapó. Dio un paso más cerca de ella.

– ¿Quieres que seduzca a otra mujer? ¿Qué la toque? ¿Qué la bese? ¿Qué esté dentro de ella? -Su voz era mortalmente fría.

La mirada de ella saltó lejos de él.

– ¿No es eso lo que haces? ¿No es esa tu especialidad? ¿Seducir mujeres?

Él dio un tirón al vaso que ella tenía en la mano y lo tiró contra la pared con la fuerza de un leopardo. Se rompió, el sonido fuerte en los límites del cuarto, el vaso llovió como lágrimas en el piso y se mezcló con el agua.

– ¿Quieres que folle a otra mujer?

Cada palabra fue pronunciada. Clara. Puntuada por un gruñido amenazante. Deliberadamente fue tan crudo como pudo.

La flecha golpeó. Isabeau respingó, pero levantó el mentón.

– Obviamente tuviste mucho éxito follándome, pero entonces yo era un objetivo fácil, ¿verdad? -La amargura alimentaba su furia.

– Infierno sí, lo fuiste -replicó, su intestino se retorció en nudos más allá de cualquier cosa que hubiera conocido. Su propia compañera quería venderle. Si eso no era la mejor venganza que una mujer podía pensar para un macho de su especie, conducido a estar con su mujer durante nueve ciclos vitales, entonces no sabía que más sería. Quiso sacudirla hasta que los dientes le castañetearan.

Ella jadeó, dio un paso hacia él, curvó los dedos en puños, pero no se detuvo de atacarle, manteniendo su herida y su dolor controlados, aunque no podía evitar que se le mostrara en la cara.

– Me figuré que no fui la primera. Y no lo fui, ¿verdad?

Los compañeros no se mentían el uno al otro y él había hecho bastante de eso.

– Infierno no, no fuiste la primera -espetó-. Pero vas ser la última. Consigue a otro hombre para que te haga el maldito trabajo sucio.

Se dio la vuelta, desesperado por respirar aire libre de su olor. Su felino se había vuelto loco, rugiendo con rabia, arañando en su interior hasta que estuvo ardiendo.

– No necesito a otro hombre para hacerlo -se mofó-. Eras el plan B. Le dije a Adán que yo podría entrar seduciendo a uno de los guardias y sé que puedo. ¿Realmente pensaste que quería verte otra vez por alguna razón? Adán se negó, pero aprendí del maestro. Adivino que debo darte las gracias por eso.

La furia se apresuró como fuego por sus venas. El animal subió a la superficie en una ráfaga caliente de piel, dientes y garras, casi estallando por los poros. Él se movió, una mancha de velocidad, la mano sacó el cuchillo que tenía en el muslo, mientras su cuerpo se estrellaba agresivamente contra el de ella, llevando su espalda contra la pared, con una mano le sujetó ambas muñecas encima de la cabeza. La mantuvo absolutamente inmóvil, vulnerable, la fuerza del leopardo le recorría el cuerpo como acero, el corazón le atronaba en las orejas mientras fijaba la mirada en la de ella.

Los ojos de ella eran ojos de gata, aunque diferente en que las pupilas eran verticalmente rectangulares en vez de lineales como las suyas, o redondas como algunos de los otros gatos mostraban. En este momento, los ojos mostraban exactamente lo que pensaba, un odio violento, una insinuación de calor que no podía parar y que sólo le hacía aborrecerle más. Enteramente ámbar, los ojos estaban tan enfocados como los suyos, negándose a inclinarse ante él.

– No te convertí en una puta. Te estás haciendo esto tú misma.

– Que te jodan, Vega. Y aparta tus manos de mí.

En su lugar él dio un paso más cerca, empujando la rodilla entre las piernas, casi levantándola del piso. Como fuera, ella no tuvo más elección que ponerse de puntillas.