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– Me quieres muerto. Lo puedo ver en tus ojos. Has venido aquí pensando en matarme.

El aire ardió por los pulmones de Isabeau cuando jadeó en busca de aire, el esfuerzo empujó los senos contra el pecho de Conner. Él sintió las ondas de calor que se deslizaron sobre él como un tsunami, inundándolo de necesidad. No sólo su necesidad. La de ella. Ella estaba cerca de su celo y la cercanía de él provocaba a su leopardo. Podía sentir el calor de su cuerpo y el deseo no deseado en los ojos de ella, deseo que ella había estado ocultando todo el tiempo.

Ella le miró directamente a los ojos, escupiendo llamas.

– Sí -siseo-. Siempre que sepa que estás vivo en algún lugar pienso en ti y odio que todavía tengas la capacidad de herirme. Sí, te deseo muerto.

Él le puso el cuchillo en las manos con un golpe, forzó a sus dedos a cerrarse en torno a la empuñadura.

– Entonces haz el jodido trabajo. Hazlo limpiamente. Aquí está tu oportunidad, nena. -Le arrastró los brazos hacia abajo hasta que la punta afilado de la hoja estuvo contra el pecho, directamente sobre el corazón, las manos cubrían las de ella, evitando que dejara caer el cuchillo-. Mátame aquí mismo, en este momento, rápido y limpio, porque ni de coña lo vas a hacer centímetro a centímetro.

El cuerpo de ella se estremeció. La sintió flexionar los dedos.

– ¿Crees que no lo haría? -Ella susurró las palabras aún cuando los dedos se movieron bajo los de él.

– Esta es tu única oportunidad. Hazlo y aléjate. Si no lo haces, no tendrás otra ocasión, pero nunca seducirás a otro hombre. -Apretó los dientes y deliberadamente dio un tirón a la punta del cuchillo sobre la piel. La sangre corrió bajo su camisa.

Isabeau jadeó y trató de echarse para atrás, pero él era demasiado fuerte, las manos sujetaron las de ella, forzándola a empujar el cuchillo a su cuerpo. Ella sacudió la cabeza. Las lágrimas inundaron sus ojos. Él se quedó inmóvil, dejando la punta donde estaba.

– Mírame, Isabeau, no a la sangre. Mírame a los ojos.

Isabeau tragó con dificultad e inclinó la cabeza para encontrar una vez más su mirada convincente. Le había querido muerto, rezado porque estuviera muerto, soñado con matarle, pero nunca había imaginado sentirse así. Estaba aterrorizada por la mirada en sus ojos. Él lo haría, forzaría el cuchillo en el corazón. Ella nunca se lo había imaginado tan fuerte, pero no podía alejarse de él y sentía cada músculo en su cuerpo tenso… preparado.

– Empuja el cuchillo en mi pecho. No eres cobarde. Me deseas muerto, haz el trabajo, no juegues. Seduce a otro hombre y me matarás también. Esto es entre nosotros. No arrastres a nadie más a nuestro lío.

Isabeau no podía respirar y su visión se había emborronado. Las lágrimas quemaban en sus ojos. En su garganta. En sus pulmones. Pensó que estaba gritando, pero verle la desgarraba otra vez. La traición había sido tan devastadora, el corte tan profundo, la herida tan en carne viva como siempre. La idea de él con otra mujer la enfermaba físicamente, pero la rabia era fuerte, lo bastante fuerte, pensó, para llevarlo a cabo.

El cuerpo de él temblaba, este hombre le había cortado el corazón en pedacitos y la había dejado sin un padre, sin nada, absolutamente nada, su vida en ruinas. No podía dormir de noche deseándole, aborreciéndole. Él pensaba que ella había enviado a por él por venganza, pero la verdad era peor que eso, ella le había llamado porque no podía soportar no verle otra vez. No podía lavarse lo bastante para quitárselo de la piel, el sabor de él de la boca. Tenía el corazón tan roto que no creía que pudiera sentir jamás su latido rítmico otra vez.

Había sido un verdadero infierno, un completo tormento sin él, pero ahora, al verle, al respirarle en su cuerpo, al sentirle tan cerca, el ardor volvió a empezar desde cero, como un incendio descontrolado fuera de control. Él la hacía su títere, su esclava, una mujer con tal necesidad que ningún otro podría jamás llenarla o satisfacerla. Le odiaba con cada fibra de su ser, pero la idea de él tocando a otra mujer la enfermaba.

Y la manera en que la miraba. Esa mirada fija, llena de posesión, como si supiera que ella lo deseaba a pesar de cada cosa enferma que había hecho. Tan malditamente pagado de sí mismo, sabiendo que le llevaría un sólo movimiento de su parte, aplastar la boca bajo la de él, sabiendo que ella deseaba ponerse de puntillas y cerrar la boca sobre la de él, se fundiría sobre él, se entregaría de nuevo. Se odiaba a sí misma con la misma pasión llameante con que le odiaba. Él le había destruido el corazón y le había robado el alma. La había dejado sin nada más que cenizas y dolor.

Durante un momento horrible los dedos apretaron la empuñadura del cuchillo, pero no pudo empujarlo contra él más de lo que podía haberlo empujado contra sí misma. Él era parte de ella. Se odiaba a sí misma, pero él era parte de ella y sabía que no podría vivir con el conocimiento de que ella le había matado.

Le tembló la boca. Las manos. Y entonces el cuerpo. Agachó la cabeza y las lágrimas cayeron en el dorso de las manos de él donde agarraba las suyas con tanta fuerza.

– Dime qué quieres -su voz apenas un hilo de sonido mientras capitulaba, los hombros caídos en derrota. Estaba perdida y lo sabía-. Para devolver a esos niños. Dime lo que quieres, cómo hacerlo.

Él aflojó el agarre sobre las manos para que ella pudiera soltarse. Isabeau frotó las palmas arriba y abajo por los muslos enfundados en vaqueros como si pudiera deshacerse del impulso de rasgar y desgarrarle o tocarle.

– Sigue haciendo eso como si fuera a ayudarte -dijo él-. No parará la picazón, gatita y ambos lo sabemos. Necesitas rascarte, tienes un lugar al que ir. Uno, ¿me comprendes?

– Preferiría morir.

– No me importa. Quieres que saque a esos niños, lo haré, pero tú no vas a acercarte a ningún otro hombre.

– No puedes ordenarme eso.

– Persistes en pensar en términos humanos, Isabeau -dijo. Se acercó un paso otra vez, inhalando su olor, forzándola a inhalar el suyo-. Tengo noticias para ti. No soy humano y tampoco tú. Estás en la selva tropical y aquí, tenemos todo un conjunto diferente de leyes. Leyes más altas. Estás cerca del celo, cerca del Han Vol Dan, la primera aparición de tu gata. Su primera necesidad es tu primera necesidad. Nadie te toca excepto tu compañero. Y tanto si te gusta como si no, ese sería yo.

– Estás loco. -Retrocedió bruscamente-. Soy humana.

Él se tocó la cara, atrayendo su atención a las cicatrices. Su marca.

– Me hiciste esto con tus garras, gatita.

Ella cerró los ojos apretadamente por un momento breve pero no antes de que él vislumbrara dolor, confusión y culpabilidad. Isabeau negó con la cabeza, respiraba en desiguales jadeos.

– ¿Cómo es posible que pudiera hacerte eso?

Conner sabía que ella había estado conmocionada por todas las revelaciones de esa noche. Su padre muerto en el suelo, la evidencia de la culpabilidad de él rodeándoles. Un prisionero muerto y otros dos llorando. El descubrimiento de que el hombre en quien ella confiaba, el que amaba la había utilizado para llegar a su padre, del que ni siquiera sabía su verdadero nombre, la traición de ese momento, el golpe. Ella había dado un paso hacia él a pesar de las manos que la refrenaban, más evidencia del poder de su leopardo y le había abofeteado. Sólo en esa fracción de segundo, antes de que la palma conectara con la cara, el dolor había sido tan agudo que su gata había saltado para protegerla, la mano cambiando a una garra. Ella se había puesto blanca, los ojos demasiado grandes para su cara, las rodillas casi cediendo hasta que él la agarró para evitar que se desplomara, incluso con su cara desgarrada y destrozada, con la sangre goteando constantemente.

Isabeau se había encogido lejos de él y Conner pudo ver claramente que con el tiempo, ella se había convencido de que todo el asunto no había sucedido. No podía haber sucedido. ¿Cómo podía ser posible que una mujer cambiara aunque fuera parcialmente a leopardo?