Morrell me ayudó a sentarme en una silla de ruedas y me puso su bastón en la falda para poder empujarme por el pasillo. Lotty caminaba a nuestro lado como un terrier; el pelaje se le erizó cuando tuvo que hablar con alguien del personal acerca de mi alta.
Ni siquiera mis heridas bastaban para que Lotty dejara de tratar las calles de la ciudad como el circuito del Grand Prix, pero yo iba tan grogui que no me alarmé lo más mínimo cuando por poco se estrella contra un camión en la calle Setenta y uno.
Morrell vino con nosotras hasta el apartamento: tomaría un taxi para regresar a Evanston desde allí. Mientras subíamos en el ascensor, anunció que el Foreign Office por fin había localizado a los padres de Marcena en la India; aterrizaban en Chicago aquella noche y se quedarían en su casa.
– Qué bien -dije tratando de hacer acopio de fuerzas para mostrar interés-. ¿Y qué hará Don?
– Se muda al sofá del salón, pero regresará a Nueva York el domingo. -Me pasó el dedo por el borde del vendaje de la cabeza-. ¿Podrás mantenerte al margen de la batalla por unos días, Hipólita? El lunes le harán a Marcena el primer injerto de piel; estaría bien no tener que preocuparme además por ti.
– Victoria no va a irse a ninguna parte -sentenció Lotty-. Daré instrucciones al conserje para que la lleve de vuelta a la cama si la ve en el vestíbulo.
Me reí débilmente, pero estaba muy inquieta por Billy y Josie. Morrell preguntó si me sentiría mejor si se alojaban en casa del señor Contreras.
– Se muere por hacer algo útil, y si tuviera que ocuparse de ellos, le ayudaría a soportar que te quedes en casa de Lotty.
– No sé si sabrá mantenerlos a salvo -dije preocupada.
– Durante el fin de semana Grobian, por lo menos, estará detenido. De aquí al lunes, lo creas o no, te sentirás mucho más fuerte y estarás en condiciones de pensar un plan mejor.
Tuve que acceder: no me quedaban fuerzas para hacer nada más. Incluso tuve que avenirme a que Morrell enviara a Amy Blount a casa de Mary Ann a recoger a la pareja de fugitivos; detestaba no cuidar de ellos yo misma, detestaba a Morrell por añadir que no podía manejar el mundo entero por mí misma y que lo mejor sería que dejara de intentarlo.
Pasé el resto del día durmiendo. Cuando me desperté, entrada la tarde, Lotty me trajo un cuenco de su sopa casera de lentejas. Me quedé tumbada en su cuarto de invitados, disfrutando con la habitación limpia, la ropa limpia, la serenidad de sus afectuosas atenciones.
Hasta la mañana siguiente no me mostró la pluma roja, la grabadora de Marcena.
– Llevé tu hedionda ropa a la lavandería, cariño, y encontré esto en la bolsa. Supuse que querrías conservarlo.
Me costaba creer que aún siguiera en mi cuerpo después de todo lo que había pasado, o que Bysen y Grobian no la hubiesen encontrado cuando me tuvieron inconsciente y en su poder. Se la arranqué de las manos.
– Dios mío, claro que lo quiero.
Capítulo 47
Fiesta en la oficina
– Si la impresión le provoca un derrame cerebral y la palma, bailaré sobre su tumba.
La voz aguda y quisquillosa de William flotaba como una nube de hollín en mi oficina. Las regordetas mejillas de Buffalo Bill estaban hundidas. Bajo sus pobladas cejas, los ojos se veían pálidos, llorosos, los vacilantes ojos de un débil anciano, no los ojos de lince del dictador corporativo.
– ¿Has oído eso, May Irene? ¿Quiere verme muerto? ¿Mi propio hijo quiere verme muerto?
Su esposa se inclinó sobre mi mesa de café para palmearle la mano.
– Hemos sido demasiado exigentes con él, Bill. Nunca supo ser tan duro como tú querías que fuese.
– He sido demasiado exigente con él, ¿y eso significa que está bien que quiera verme muerto? -Su estupefacción devolvió un poco de color a su rostro-. ¿Desde cuándo te tragas esa bazofia liberal? La letra, con sangre entra.
– No creo que la señora Bysen quisiera decir eso -murmuró Mildred.
– Mildred, por una vez, deje que hable por mí misma. No me haga de intérprete cuando hablo con mi marido, por Dios. Todos hemos oído la cinta que ha puesto la señora Warshawski; creo que estaremos de acuerdo en que es un triste episodio en la vida de nuestra familia, pero somos una familia, somos fuertes, saldremos adelante. Linus ha evitado que salga en los periódicos, Dios le bendiga -dirigió una mirada agradecida al abogado de la empresa, sentado en una de las sillas laterales- y estoy convencida de que nos ayudará a llegar a un acuerdo con la señora Warshawski.
Me recosté en mi sillón. Todavía estaba cansada, aún me dolían las articulaciones de los hombros de haber tenido los brazos atados a la espalda durante dos horas. Tenía un par de costillas rotas y mi cuerpo seguía pareciendo un campo de berenjenas maduras, pero me sentía de perlas: limpia, renacida, con esa sensación de euforia que uno tiene cuando se siente realmente vivo.
Para cuando Lotty encontró la pluma grabadora, la batería se había agotado. Se negó a dejarme salir de su casa para hacerme con un cargador pero cuando le expliqué por qué tenía tanta urgencia por escucharla cedió lo suficiente como para permitir que Amy Blount me trajera el ordenador portátil. Cuando la conecté a mi iBook, se puso obedientemente en marcha y vació sus entrañas digitales.
El jueves por la noche, en el almacén, todavía le quedaba carga como para grabar a William, Grobian y Jacqui. El disparo de Grobian contra mí resonó aterradoramente en la sala de estar de Lotty, seguido por una exclamación satisfecha de William que no había oído entonces. La pluma se había quedado seca en el trayecto del vertedero al hospital; sólo reprodujo parte de la disputa entre Grobian y William, pero oí lo bastante del lenguaje subido de tono de Grobian como para ampliar generosamente mi vocabulario si escuchaba la grabación unas cuantas veces más.
Después de descargarla en mi Mac, pedí a Amy que hiciera unas treinta copias: quería asegurarme de difundirlas por todas partes, de modo que aun con todo el empeño de Linus Rankin, o de los detectives de Carnifice, fuese imposible eliminarlas todas. Mandé unas cuantas a mi propio abogado, Freeman Carter, metí otras cuantas en la caja fuerte de mi oficina, envié una a Conrad y otra a un agente veterano que había sido amigo de mi padre y, tras debatirlo largo y tendido con Amy y Morrell, finalmente envié una a Murray Ryerson al Herald-Star. Murray estaba intentando como un loco convencer a sus jefes de que le dejaran escribir contra el dinero y el poder de los Bysen; pero aún estaba en el aire si le autorizarían a investigar la historia.
Mientras tanto, la grabación reforzó tanto mi historia que obligó al fiscal del Estado, nervioso por tener que actuar contra el dinero y el poder de los Bysen, a ponerse en acción. Grobian y William habían sido acusados el viernes de asaltarme, pero los soltaron casi de inmediato bajo fianza. El lunes, no obstante, la gente de Conrad volvió a detenerlos, esta vez por el asesinato de Bron.
Los polis siguieron la pista de Freddy hasta el domicilio de su nueva novia y lo acusaron de homicidio en segundo grado por la muerte de Frank Zamar, ya que no había tenido intención de provocar un incendio, sólo de cortocircuitar los cables. Arrestaron a tía Jacqui como cómplice, cosa que en cierto modo resultaba de lo más apropiado: si los cargos se mantenían, si terminaba cumpliendo condena en Dwight, podría dar clases sobre cómo completar tu vestuario con una acusación de homicidio. William y Grobian pagaron su fianza en cuestión de horas, igual que tía Jacqui, pero el pobre Freddy fue dejado a merced del abogado de oficio, sin dinero para la fianza; seguramente pasaría no sólo el día de Acción de Gracias en Cook County, sino la Navidad y quizás incluso la Pascua, habida cuenta de la celeridad con que el Estado lleva a la gente a juicio.