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Cuando Freddy se dio cuenta de que Pat Grobian iba a colgarle el muerto, comenzó a cantar como uno de los miembros del coro del Mount Ararat. Refirió a Conrad su reunión con Grobian en el almacén, la que yo había visto, en la que Grobian le ordenó que entrara en casa de Bron para buscar la grabadora de Marcena. Confesó a Conrad que había puesto la ranita llena de ácido nítrico en Fly the Flag. Incluso le contó que estrelló el Miata contra la maleza de debajo de la Skyway por orden de Grobian: estaba resentido por eso, porque pensaba que Grobian tendría que haberle regalado el coche en agradecimiento por su trabajo, pero lo único que sacó después de bregar toda la noche fueron cincuenta dólares.

Conrad no me contó todo esto en el hospital, pero cuando vino a casa de Lotty para hacerme más preguntas llenó las lagunas de mi historia. Añadió que lo pasaba en grande escuchando a Grobian y William atacándose mutuamente.

– Así es como volcaron ese viejo tráiler; discutían sobre si William era realmente una rata o Grobian un matón; no es broma, señora W., reconstruyeron su disputa en mi beneficio; y William agarró el volante diciendo que era lo bastante machote como para conducir el camión. Pelearon por el control del volante y el camión volcó. Me encanta, de veras que sí, cuando los ricos y famosos adoptan la misma actitud que mis punkis callejeros.

Por cierto, el camión en el que te llevaron era el de Czernin, o al menos el mismo que conducía la noche en que le dieron la paliza. No acierto a comprender por qué Grobian no lo desguazó: encontramos sangre de Czernin y de Love en las bisagras de la cinta transportadora manual, junto con tu AB negativo. Por cierto, tienes la sangre más rara del planeta.

Pasé el comentario por alto.

– ¿Qué hay de tía Jacqui? Estaba en la fábrica con ellos el jueves por la noche. ¿Dónde estaba cuando el camión se despeñó?

– Había regresado a Barrington Hills. Ahora dice que obedecía órdenes de Buffalo Bill. Dice que cuando ella le contó que Zamar no estaba cumpliendo el acuerdo entre Fly the Flag y By-Smart, Buffalo Bill le dijo que tenía que darle una lección a Zamar, que él lo hizo muy a menudo de joven hasta que corrió la voz por el barrio de que más valía no meterse con By-Smart. Si están olvidando la lección, habrá que enseñársela de nuevo; sostiene que el viejo Búfalo le dijo algo así.

Conrad explicó que Jacqui insistía en que Buffalo Bill le había asegurado que encargarse de Zamar serviría para demostrar que estaba preparada para ocupar un puesto en el consejo de dirección de By-Smart. Ya oía al viejo diciéndoselo con el consabido aliño de «humm, humm, humm», pero si Jacqui creía que estaba a la altura del viejo búfalo, o tenía muchas agallas o andaba muy desencaminada.

El martes, mientras Lotty estaba operando, Morrell vino a visitarme. Había ido al hospital del condado a ver a Marcena, que se iba recuperando de su primer injerto de piel. Estaba en cuidados intensivos, pero ya consciente, y al parecer se recobraba bien: estaba alerta, sin síntomas de lesiones cerebrales debidas a la terrible experiencia en el tráiler de By-Smart.

Haber pasado por la misma angustiosa situación que ella, arrollada por la cinta transportadora manual del tráiler, me hizo sentir un mayor alivio personal por su recuperación de lo que quizás hubiese sentido antes. Marcena no recordaba los momentos previos al accidente, y mucho menos el accidente en sí; pero ahora que sabía dónde buscar, Conrad había enviado a su equipo de forenses a Fly the Flag. Dedujeron que Marcena había saltado de la carretilla elevadora durante la caída, pero que a Bron no le había dado tiempo; el impacto de la horquilla contra el suelo le había roto el cuello. Lo más probable era que Marcena hubiera perdido el sentido al golpearse la cabeza y que sus otras heridas fuesen resultado del viaje por la marisma.

Otro punto sobre el que sólo podíamos especular era el pañuelo de Marcena, el que Mitch había encontrado y lo había conducido hasta ella. El equipo forense suponía que le colgaba del cuello cuando Grobian la metió en el tráiler; tal vez quedara atrapado en las puertas y luego se enganchara en la valla cuando el camión salió del camino para ir a campo traviesa hasta el vertedero.

Sólo eran cuestiones menores las que me preocupaban. Tenía el íntimo convencimiento, o deseo, de que Marcena hubiera recobrado el conocimiento y dejado un rastro adrede: el pañuelo se había roto, quedando un trozo grande en la valla y otro más pequeño que Mitch había encontrado antes. Me gustaba pensar que había dado algún paso para intentar salvarse, que no se había quedado tendida pasivamente en el camión, aguardando la muerte. La idea de la impotencia de cualquier persona me aterra, la mía más que ninguna.

– Es posible, Victoria -dijo Lotty cuando hablé con ella-. El cuerpo humano es un instrumento asombroso, y la mente aún más. Nunca descartaría que Marcena hubiera hecho algo pensando que no tenía fortaleza e ingenio suficientes para hacerlo.

Ese mismo martes comencé a tomar las riendas de mi negocio otra vez. Entre docenas de notas con los mejores deseos de amigos y periodistas, y una furgoneta llena de flores de mi cliente más importante («Encantados de saber que todavía no has muerto, Darraugh», decía la tarjeta), mi servicio de mensajes me dijo que tenía más de veinte llamadas de Buffalo Bill exigiendo una reunión de inmediato: quería saber «qué mentiras le estaba metiendo en la cabeza a su nieto y aclarar de una vez por todas lo que podía y no podía decir acerca de la familia».

– El chico no quiere volver a casa -dijo Buffalo Bill cuando lo llamé el martes por la tarde-. Dice que usted le ha contado toda clase de mentiras sobre mí, sobre el negocio.

– Vigile con lo que dice por ahí, señor Bysen. Si me acusa de mentir, añadiré una demanda por calumnia a los problemas legales de su familia. Y yo no tengo ningún poder sobre Billy; decide por sí mismo lo que hace y deja de hacer. Cuando hable con él, veré si logro convencerlo para que se reúna con usted; y eso será todo lo que estoy dispuesta a hacer.

Esa misma tarde, Morrell vino a verme con Billy, el señor Contreras y los perros. Josie había vuelto al instituto, bajo amenazas, según su madre. Yo había cancelado el entrenamiento de baloncesto de la víspera, diciendo al equipo que ya las avisaría cuando tuviera fuerzas suficientes para regresar. Respondieron con una tarjeta en la que me deseaban una pronta recuperación, lo bastante grande como para cubrir una pared del cuarto de invitados de Lotty, llena de mensajes en inglés y español.

Amy Blount ya me había informado acerca de Billy y Josie porque no había sido capaz de convencerlos para que se marcharan de la casa de Mary Ann cuando fue a buscarlos el viernes. Rose Dorrado se había mostrado más enérgica, se llevó a Josie a rastras a casa y la obligó a volver a clase.

Tal como lo describió Amy, el encuentro entre Rose y su hija fue una predecible combinación de ira y alegría («¡Tú aquí tan pancha, a un par de kilómetros de casa, limpia, bien alimentada y a salvo, y yo tan preocupada que no he dormido ni una sola noche!»).

Billy, traumatizado por la conducta de su padre, se quedó con Mary Ann. Había llamado a su abuela y hablado brevemente con su madre, pero se negaba a volver a su casa. Ni siquiera quería regresar a la del pastor Andrés: pensaba que el ministro tenía parte de culpa en la muerte de Frank Zamar debido a la presión a que lo sometió para que rescindiera el contrato con By-Smart.

La razón principal por la que no quería marcharse de casa de Mary Ann, sin embargo, era que no se veía con ánimos de hacer la maleta y mudarse otra vez. Había estado en casa del pastor, en la de Josie y luego en la de Mary Ann, todo en un plazo de diez días. Estaba demasiado alterado como para hacerse a la idea de otra mudanza, y estaba claro que a mi entrenadora le gustaba tener al muchacho viviendo en su apartamento. Ahora que ya no se escondía, sacaba a pasear al perro tres o cuatro veces al día, y ponía toda su energía en estudiar latín con ella. Sus reglas, su compleja gramática parecían ahora ser un remanso de paz para él, un lugar de pureza, de regularidad.