– Eso daría pie a un titular maravilloso. -Le sonreí-. «Heredero Bysen pide préstamo para saldar deuda moral de su abuelo». Váyanse a casa y reflexionen. Mañana es Acción de Gracias. Llámenme el lunes para comunicarme su decisión, después de un fin de semana tranquilo.
Tío Gary creyó que demostraría ser el hijo fuerte discutiendo conmigo, pero le dije:
– Adiós, Gary. Necesito reposo. Y ahora vayanse todos.
El cortejo de los Bysen salió en fila, hablando entre murmullos. Oí que Buffalo Bill le espetaba a Gary:
– Jacqui no ha traído más que problemas desde el primer día. Aseguraba que era cristiana, supongo que si hubieseis estado en el Edén te habría hecho escuchar a la serpiente, también, porque…
May Irene le interrumpió.
– Bastantes preocupaciones tenemos ya, querido, valoremos lo que queda de nuestra familia.
Mi equipo se demoró un rato más para comentar la reunión, tratando de adivinar qué decidirían los Bysen. Finalmente, Morrell y los Love se fueron a visitar a Marcena. Amy se iba en coche a St. Louis para pasar el día de Acción de Gracias con su familia. Me puse de pie sobre mis temblorosas piernas y salí renqueando con el señor Contreras y los perros para volver a mi propio hogar por primera vez en una semana. Al día siguiente iríamos a Evanston a celebrar Acción de Gracias con Lotty en la casa de Max Loewenthal, pero aquella tarde estuve encantada de tumbarme en mi propia cama.
Capítulo 48
El baile del rinoceronte
Morrell y yo nos sumamos a un grupo multitudinario en casa de Max para el banquete de Acción de Gracias. Siempre tiene un montón de invitados: su hija viene desde Nueva York con su marido y sus hijos, los músicos amigos suyos y de Lotty llegan temprano y se marchan los últimos, y Lotty siempre invita a algún que otro interno de su servicio en el Beth Israel. El señor Contreras nos acompañó esta vez, contento de escapar de la casa de su petulante hija. En cuanto Max supo que los Love estaban en Chicago, les abrió las puertas de su casa, e incluso me propuso que invitara a Billy y a Mary Ann McFarlane; le indignaba pensar que Billy, distanciado de su familia, se quedara solo en una fecha tan señalada. Pero Billy estaba ayudando al pastor Andrés a servir platos de pavo a los sin techo, y Mary Ann dijo que su vecino iba a llevarle la cena y que estaría la mar de bien sin mí.
Marcena seguía en el hospital, por supuesto, pero se recobraba deprisa y estaba bastante animada. Había pasado a visitarla antes de ir a casa de Max. Me encontré con sus padres en la unidad de cuidados intensivos. Los Love se habían mostrado taciturnos e inquietos desde su llegada, pero la rápida mejoría de Marcena los estaba poniendo casi eufóricos.
Tuvimos que colocarnos máscaras y batas antes de entrar en la habitación de Marcena, para garantizar que no esparciéramos gérmenes sobre su vulnerable piel nueva. Sus padres me dejaron a solas con ella ya que no podía recibir a más de dos visitantes a la vez.
Entré de puntillas en la habitación. Marcena llevaba la cabeza afeitada y vendada; presentaba un cardenal en la mejilla izquierda y tenía el cuerpo escondido dentro de una especie de caja cubierta por las sábanas para protegerle la piel, pero sus ojos conservaban un atisbo de su chispa habitual.
Marcena señaló que formábamos una buena pareja de demonios necrófagos, con las cabezas afeitadas y los moretones.
– Tendríamos que haber hecho esto en Halloween, no para el día de Acción de Gracias. ¿Qué era esa cosa que me despellejó?
– Una cinta transportadora manual -dije-. ¿Nunca la viste en el tráiler de Bron? La usan para meter y sacar cargas pesadas; tendría que haber estado amarrada, pero, o bien fueron descuidados o ya les iba bien que nos causara lesiones graves. Aunque su plan consistía en arrojarte al vertedero como después hicieron conmigo, el idiota de William te llevó al campo de golf por error.
– Y Mitch fue mi héroe al conducirte en mi rescate, según dice Morrell. Es un asco que el hospital niegue la entrada a los perros. Me gustaría darle un besazo. ¿Cómo es que saliste mejor parada que yo?
Sus ojos tal vez brillasen pero hablaba con cierta dificultad; entre la parafernalia que rodeaba su cama había una bomba de morfina.
Me encogí de hombros con torpeza.
– Pura chiripa. Te diste un golpe tremendo en la cabeza cuando la carretilla se cayó; no pudiste moverte como hice yo.
Le pregunté si recordaba algo sobre el rato que estuvo en la fábrica, como por ejemplo cómo se había apartado de la carretilla elevadora al caer, pero me dijo que su último recuerdo coherente era el de conducir hasta Fly the Flag en el Miata de Billy; ni siquiera recordaba quiénes estaban presentes, si tía Jacqui o el propio Buffalo Bill habían estado allí.
Le dije que tenía su pluma grabadora pero que quería conservarla, al menos hasta que supiera por dónde irían los tiros de las interminables batallas legales.
– Es posible que el Estado quiera incautársela. La guardo en una caja de seguridad del banco para evitar que la mafia de los Bysen la robe de mi oficina, aunque, por descontado, su equipo legal está intentando suprimir todas las grabaciones.
– Puedes quedártela si me das una copia de lo que contiene. Morrell dice que han detenido a William y a Pat Grobian por la muerte de Bron. ¿Hay alguna posibilidad de que los declaren culpables?
Hice un gesto de impaciencia.
– El conjunto del proceso legal va a ser una larga y tediosa batalla; me llevaré una buena sorpresa si se llega a celebrar el juicio antes de que Billy esté casado y con nietos… Marcena, ¿hasta qué punto estabas al corriente de este asunto antes de la muerte de Bron? ¿Sabías que estaba saboteando la fábrica?
Bajo su mortaja de vendas se ruborizó levemente.
– Estaba demasiado metida en el ajo; por eso siempre consigo los mejores artículos en profundidad allí donde vaya, porque me meto en la piel de los protagonistas. Morrell dice que manipulo las noticias que cubro, pero no es verdad. Aunque participo, no hago sugerencias ni juzgo, tan sólo observo; es lo mismo que hace Morrell en una incursión con un jefe tribal en Afganistán.
Se detuvo para recobrar el aliento y siguió con la voz más apagada:
– Es que el propietario de esa fábrica, ¿cómo se llamaba, Zabar?, ah, no, Zamar, no estaba previsto que muriera. Y cuando Bron decidió utilizar a ese tipo, ese pandillero, Freddy, le dije que Freddy no me parecía muy indicado, pero Bron dijo que no podía ir en persona a la fábrica porque la madre de la mejor amiga de su hija trabajaba allí y lo reconocería si por casualidad le veía. Aunque sí que es cierto que le ayudé a montar el dispositivo en el taller de su casa; su hija estaba en clase, y su mujer, trabajando.
Los ojos volvieron a brillarle con el recuerdo; no hacía falta mucha imaginación para seguir la pista de sus pensamientos hasta un encuentro sexual en la propia cama de Sandra mientras ella estaba de pie delante de una caja registradora de By-Smart. Había ayudado a construir un arma letal, pero lo que recordaba era la excitación sexual. Quizá sentiría otra cosa cuando se recobrase: le aguardaban otras dos operaciones importantes antes de que le dieran el alta.
Vio parte de lo que estaba pensando en mi rostro.
– Eres un poco gazmoña, ¿verdad, Vic? Corres un montón de riesgos tú misma, ahora no me vengas con que no sabes cómo pega la adrenalina cuando patinas cerca del borde.
Me palpé el vendaje de la cabeza con aire reflexivo.
– ¿Emociones de adrenalina? Puede que ése sea mi punto flaco: corro riesgos para poder hacer el trabajo, no hago trabajos para poder correr riesgos.