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– Veamos, ¿dónde durmió Billy? -pregunté-. ¿Aquí fuera?

– No estuvo aquí -dijo Josie.

– No seas ridícula -dije-. Cuando se fue de la casa del pastor Andrés tuvo que ir a alguna parte. Ayer te llevó en coche al hospital. Me consta que salís juntos. ¿Dónde durmió?

Julia se echó la melena hacia atrás.

– Josie y yo compartimos una cama, Billy durmió en la otra.

– ¿Tú por qué abres la boca? -le espetó Josie.

– ¿Por qué tienes que dejar que ese gringo se quede aquí en tu cama, cuando podría comprarse una casa entera si quiere un sitio para dormir? -replicó Julia.

La pequeña María Inés comenzó a inquietarse en el sofá, pero ni Josie ni Julia le prestaron la menor atención.

– ¿Y vuestra madre estuvo de acuerdo con ese arreglo? -pegunté incrédula.

– No lo sabe, no se lo diga. -Josie miró preocupada hacia el comedor, donde sus hermanos seguían mirándome fijamente-. La primera vez estaba trabajando, estaba en su segundo empleo, y no llegó a casa hasta la una de la mañana, y luego, anoche y el viernes, Billy entró por la puerta de la cocina cuando ella ya se había acostado.

– ¿Y Betto y tu otro hermano no le dirán nada y ella no se dará cuenta? Estáis locos. ¿Cuánto tiempo lleváis saliendo tú y Billy?

– No estamos saliendo. Mamá no me deja salir con nadie porque Julia tuvo un bebé. -Josie miró con ceño a su hermana.

– Bueno, de todas formas los Bysen no quieren que Billy salga con una chica hispana -soltó Julia.

– Billy nunca me ha llamado hispana. Lo que pasa es que estás celosa porque un gringo está interesado en mí, ¡no un chavo cualquiera como el que te ligaste tú!

– Ya, pero su abuelo llamó al pastor Andrés, dijo que si se enteraba de que Billy salía con alguna chica mexicana de la iglesia denunciaría al pastor a los de Inmigración -contraatacó Julia-. Espaldas mojadas, nos llamó, pregunta a quien quieras, puedes preguntarle a Freddy, estaba allí cuando el abuelo de Billy llamó. Y después de eso, ¿cuánto tiempo pasó antes de que te llamara?

– No tiene que llamarme; nos vemos cada miércoles en los ensayos del coro.

El bebé rompió a llorar. Al observar que su madre y su tía seguían sin hacerle caso, lo cogí en brazos y le di unas palmaditas en la espalda.

– ¿Y ahora qué? -pregunté-. Me refiero a ahora que no vive en su casa. ¿Billy te ha llamado?

– Sí, una vez, para preguntar si podía venir aquí, pero ha regalado el teléfono móvil porque, según dijo, a través de él un detective podría localizarlo -murmuró Josie mirándose las rodillas.

Eso significaba que había hecho caso de mi advertencia sobre la señal GPS.

– ¿Por qué no quiere volver a su casa?

Julia esbozó una sonrisa almibarada.

– Está muy enamorado de esta espalda mojada -dijo con voz afectada.

Josie le dio un bofetón a su hermana; Julia empezó a tirarle del pelo. Dejé al bebé y las separé. Se miraron echando chispas, pero cuando las solté no empezaron de nuevo. Volví a coger al bebé y me senté en el suelo con las piernas cruzadas.

– La familia de Billy ha sido muy grosera con el pastor Andrés -dijo Josie-. A Billy le importa de verdad este barrio, si la gente tiene empleo, si tienen suficiente para comer, cosas así, y su familia… Bueno, su familia sólo quiere explotarnos.

Estaba claro que Billy le había echado unos cuantos sermones a su pequeña «espalda mojada» y que ésta era una alumna aplicada. El bebé me agarró los pendientes. Le abrí el diminuto puño y saqué las llaves del coche para que jugara con ellas. Las arrojó al suelo con un grito de excitación.

– ¿Quién es Freddy? -pregunté.

Las hermanas se miraron, y Julia dijo:

– Sólo un chico que va al Mount Ararat. Es una iglesia pequeña. Todos nos conocemos desde que éramos chavos.

– Desde que éramos niños -la corrigió Josie.

– Si quieres hablar como una gringa, allá tú. Yo sólo soy una madre adolescente, no necesito saber nada.

– Tu madre y tu tía mienten muy mal. Ya sé que te hace llorar que te lo diga, pero es la verdad -le dije al bebé y le hice cosquillas en la barriga-. Venga, ¿quién es Freddy en realidad?

– Sólo es un chico que va al Mount Ararat. -Julia me miró desafiante-. Pregunte al pastor Andrés, a ver qué le dice.

Suspiré.

– De acuerdo, es posible. Aunque hay algo sobre él que no queréis que sepa. No será su ADN, ¿verdad?

– ¿Su qué? -dijo Julia.

– ADN -dijo Josie-. Lo vimos en Biología, y sabrías qué es si alguna vez vinieras a clase; es como la manera de identificar a la gente. ¡Oh! -me miró-. Usted piensa que es el padre de María Inés o algo así, ¿verdad?

– O algo así -dije.

Julia habló entre dientes.

– Sólo es un tío que va al templo -masculló Julia-, apenas lo conozco de hablar unas cuantas veces con él.

– ¿Y ese chico que apenas conoces te dijo que oyó al viejo señor Bysen llamar al templo y amenazar al pastor con deportarlo?

– Yo qué sé. Pensaría que teníamos que saberlo -repuso Julia, titubeando.

Josie estaba roja como un tomate.

– Billy estuvo… Billy ha estado cantando en la iglesia desde agosto, y él y yo, bueno, una vez fuimos a tomar una Coca-Cola después del ensayo, calculo que en septiembre, y el señor Grobian estaba en el almacén. Es el jefe de Billy, y en cuanto nos vio la tomó con nosotros, como si fuese un crimen que Billy me llevara a tomar una Coca-Cola, y entonces mamá se enteró, y dijo que no podía verlo de ninguna manera si no me llevaba a Betto y a Sammy conmigo. Así que si quiero verlo tengo que hacer de canguro, lo cual es horrible si tienes una cita, imagínate, llevar a tus hermanos contigo, pero, claro, su madre no… no quiere que salga conmigo, así que en realidad nunca hemos salido juntos. Excepto ayer, que me llevó al hospital a ver a April.

De modo que Billy estaba enamorado de Josie, y ésa era la razón por la que rechazaba la idea de regresar a Barrington Hills. Quizá sus ideales también tuvieran algo que ver, pero sobre todo se trataba de que unos parientes latosos no hacían más que contrariar a los desventurados amantes. Pensé en mis celos y preocupaciones por Morrell y Marcena Love: no hace falta tener quince años para vivir en un culebrón.

– No se lo dirá a mi madre, ¿verdad, entrenadora? -dijo Josie.

– Me cuesta creer que tu madre no lo sepa ya -dije-. Hay que estar clínicamente muerto para no saber cuándo ha habido una persona de más en este apartamento. Seguramente está demasiado deprimida por el incendio de Fly the Flag como para ocuparse de ti y de Billy ahora mismo. Y hablando del incendio, ¿cuál es la historia de esta jabonera? ¿Quién de vosotras la compró?

– La encontré en By-Smart -se apresuró a decir Julia-. Tal como ha dicho Josie, la compré para Sancia la Navidad pasada. Son muy monas estas jaboneras en forma de rana, y no cuestan casi nada. Pero tenían como cien iguales, así que, ¿cómo voy a saber si es la que compré? Y a todas éstas, ¿dónde la encontró?

– En Fly the Flag. Entre los escombros.

– ¿En el trabajo de mamá? ¿Qué pintaba esto allí?

La perplejidad de Julia parecía sincera; ella y su hermana se miraron como si pretendiesen comprobar si la otra sabía algo que no había dicho.

– No lo sé. A lo mejor no significa nada, pero es la única pista que tengo. Por cierto, Betto pensaba que la habías comprado para otra persona, Julia.

– Pues la Navidad pasada tenía unos seis años, así que no sé cómo va a saber para quién compré los regalos -Julia me miró con altivez-. Lo único que le importaba era si tendría su Power Ranger nuevo.

– A pesar de vuestros esfuerzos, debo decir que no os creo. Voy a llevar esto a un laboratorio forense. Harán pruebas en busca de huellas y productos químicos, me dirán qué demonios hacía este chisme donde lo encontré y quién lo manipuló.