Выбрать главу

En la página siguiente escribí ANDRÉS. Aunque no me interesaban demasiado sus vínculos con Billy, ¿qué sabía sobre el incendio en Fly the Flag? Se había reunido con Zamar diez días antes, cuando sorprendí a aquel granuja.

Aquel granuja. Entre el colapso de April y la visión de la fábrica ardiendo, me había olvidado del chavo. Andrés lo conocía. Era un chavo banda de esos que andan robando en las obras, había dicho, y lo había ahuyentado de la calle donde estábamos hablando. Quizás Andrés sólo intentaba proteger la obra, pero cabía la posibilidad de que supiese algo más acerca de aquel muchacho.

BUSCAR AL CHAVO, añadí, y al lado puse ¿FREDDY? ¿Pintaba algo en aquel asunto? Ver su nombre al lado de «Buscar al chavo» hizo que me preguntara si el chavo no sería él. Pero un granuja, ¿qué estaría haciendo en el despacho de Andrés para poder oír a Buffalo Bill amenazar al pastor? Ay, ay, ay. El cerebro no me funcionaba. A pesar de la calefacción, los pies se me estaban empezando a congelar y notaba un dolor sordo en el hombro. Volví a meter el bloc en el bolso.

Me disponía a arrancar cuando un Miata azul oscuro, con una matrícula que rezaba «El Niño 1», aparcó delante del edificio de las Dorrado. Nunca hubiese dicho que Billy pudiera tener tanta imaginación. Vacilé un momento y luego paré el motor del Mustang y me bajé, decidida a cruzar la calle.

Me apoyé en la puerta del conductor mientras Billy se apeaba.

– Tu coche es unas cien veces más fácil de rastrear que tu teléfono, Billy, sobre todo con esa matrícula tan ostentosa. Hasta yo podría seguirte la pista si quisiera. Será un juego de niños para las grandes agencias de investigación que tu padre y tu abuelo utilizan. ¿Quieres que vayan a por Josie y su familia?

Palideció.

– ¿Me está siguiendo? ¿La han mandado ellos?

– No. He venido a ver a Josie y a su madre. Y me he dado cuenta de que has estado durmiendo aquí. Creo que no es una buena idea por un montón de razones, una de las cuales es que no quiero que Josie tenga un bebé.

– Yo…, nosotros no haríamos…, nosotros no…, yo la respeto. Soy miembro de El Amor Verdadero Espera.

– Ya, claro, pero con dos adolescentes en un dormitorio toda la noche, el respeto sólo dura un cierto tiempo. Además, están sin un centavo. La señora Dorrado se ha quedado sin trabajo: supone una carga adicional para ella tener a otra persona aquí.

– No he tocado la comida. Pero tiene razón: debería comprarles algunas provisiones -se sonrojó-. Sólo que nunca he comprado comestibles, quiero decir para una familia, naturalmente he estado en una tienda algunas veces. No sé qué hay que comprar para preparar una comida. Hay muchas cosas corrientes de las que no tengo ni idea.

Su seriedad resultaba conmovedora.

– ¿Por qué no quieres volver a tu casa?

– Tengo que aclarar algunas cosas. Cosas sobre mi familia -Cerró la boca y apretó los labios.

– ¿A qué te referías con aquel mensaje para tu padre, cuando dijiste que llamarías a los accionistas si seguía buscándote? Deduzco que tanto él como tu abuelo se inquietaron.

– Es una de las cosas que tengo que aclarar.

– ¿Estabas amenazando con llamar a los principales accionistas para decir que By-Smart iba a permitir sindicatos?

La indignación endureció su tierno semblante.

– Eso sería una mentira: yo no digo mentiras, y menos una como ésa que haría daño a mi abuelo.

– ¿Pues qué, entonces? -procuré sonreír-. Estaría encantada de escucharte si crees que te haría bien hablar de ello con alguien.

Negó con la cabeza manteniendo la boca bien cerrada.

– No dudo de su buena intención, señora War… shas… ky, pero ahora mismo, no sé. No sé en quién puedo confiar, aparte del pastor Andrés, y él me está ayudando mucho, de modo que gracias, pero creo que ya me las arreglaré.

– Si cambias de parecer, llámame; me encantaría conversar contigo. Y créeme cuando digo que no te vendería a tu familia -le di una tarjeta-. Pero hazle un favor a Josie: busca otro sitio donde dormir. Aunque no te acuestes con ella, tu abuelo te encontrará fácilmente, sobre todo con un coche tan llamativo como el tuyo. La gente de este barrio está al quite de todo, y muchos vecinos estarán dispuestos a decirle a tu padre o a tu abuelo que te han visto por aquí. Buffalo Bill, tu abuelo está enojado; me consta que sabes que amenazó al pastor con deportarlo sólo porque tú y Josie tomasteis una Coca-Cola juntos. Podría causar muchos problemas a Rose Dorrado, y lo que ahora necesita ella es un empleo, no más problemas.

– Vaya. Ahora que Fly the Flag ya no existe. Ni lo había pensado -suspiró-. Lo único que pensé fue: ¿qué importancia tiene?, y, claro, para las personas que trabajaban allí tiene muchísima importancia. Gracias por recordármelo.

– ¿Lo único que pensaste fue «qué importancia tiene»? -repetí con aspereza-. ¿Qué significa eso?

Movió los brazos con un vago ademán que parecía significar el South Side, o quizás el mundo en que vivimos, y sacudió la cabeza con aire apenado.

Di la media vuelta para cruzar la calle y entonces me acordé de la jabonera. Saqué la bolsa de mi bolso una vez más y se la mostré.

Volvió a sacudir la cabeza.

– ¿Qué es?

– A mí me parece que es una jabonera con forma de rana. Julia Dorrado dice que la compró, o al menos una igual, en By-Smart la Navidad pasada.

– Vendemos muchísimas cosas, no estoy al corriente de todo el inventario. Y sólo conozco a Josie desde el verano pasado, cuando mi iglesia hizo el intercambio. ¿Dónde la encontró? Confío en que no esté insinuando que vendemos artículos así de sucios.

Estaba tan serio que tardé un instante en darme cuenta de que estaba bromeando. Primero la matrícula y ahora una broma: quizás estaba pasando por alto algunos aspectos de su personalidad. Sonreí y le expliqué dónde la había encontrado.

Se encogió de hombros.

– Se le caería a alguien. En esos edificios viejos siempre hay un montón de porquerías.

– Es posible -admití-. Pero a juzgar por el lugar donde estaba cuando la recogí, creo que salió despedida cuando estallaron las ventanas del cuarto de secado. Así que deduzco que estaba en el interior de la fábrica.

Hizo girar varias veces la bolsa entre las manos.

– Tal vez alguien la quería, no sé, como adorno para un asta de bandera. O quizás una de las mujeres que trabajaban allí la tenía como amuleto. Por aquí he visto mucha gente que tiene objetos divertidos como amuletos.

– No seas aguafiestas -dije-. Es mi única pista; tengo que seguirla con entusiasmo.

– ¿Y luego qué? ¿Y si la conduce a cualquier persona de por aquí que ya ha pasado toda la vida acosada por la policía?

Entorné los ojos.

– ¿Sabes quién metió esto en la fábrica o por qué?

– No, pero usted está tratando el asunto como si fuese un juego o algo por el estilo. Y la gente de por aquí…

– Deja de hablarme de «la gente de por aquí» -lo interrumpí-. Yo me crié en este barrio. Puede que para ti esto sí sea un juego, pero para las personas como yo, que nunca gastábamos un centavo que no hubiésemos ganado trabajando como esclavos, este vecindario no tiene nada de romántico. La desesperación y la pobreza empujan a la gente a hacer cosas mezquinas, maliciosas, sórdidas e incluso crueles. Frank Zamar murió en ese incendio. Si alguien lo provocó, estaré encantada de conducir a la policía hasta el responsable.