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April se encogió de hombros.

– Vale. Si Josie también puede venir… Y Laetisha.

Romeo se mostró de acuerdo dando una palmada en la espalda a su hija y le dijo que se apresurase; después de la pizza tenía que seguir trabajando.

Zambrano's era prácticamente el único sitio del South Side que recordaba de mi juventud. Casi todos los demás garitos habían cerrado. Incluso Sonny's, donde podías tomarte un chupito y una birra por un dólar, siempre bajo el retrato a tamaño natural del auténtico Richard Daley, ha cerrado sus puertas.

Mandé a las chicas a ducharse al gélido vestuario, cuyo olor a moho y humedad hacía que me dejara puesto el chándal sudado hasta que llegaba a casa de Morrell. Marcena siguió al equipo diciendo que quería formarse una idea completa de su manera de vivir y que, de todos modos, necesitaba mear. Las chicas se mostraron asombradas al oírla pronunciar esa palabra delante de un hombre y se arremolinaron en torno a ella con renovado entusiasmo.

Miré hacia las gradas para ver si alguien hacía compañía a los críos mientras Sancia se duchaba. Su hermana había llegado al final del entrenamiento; al parecer, ella y la madre de Sancia se turnaban para ayudarla con los bebés. El novio de Sancia caminaba arriba y abajo por el vestíbulo con otros dos chicos que tenían novias o hermanas en el equipo, aguardando a que éstas terminaran. Después de mi primera sesión de entrenamiento, los obligué a esperar fuera del gimnasio hasta que las chicas se hubieran cambiado.

Romeo cogió una de las pelotas y se puso a realizar lanzamientos a canasta. Llevaba botas de trabajo, pero decidí que ya había suficiente tirantez entre ambos para que lo regañara por no llevar calzado con suelas blandas.

Mi primo Boom-Boom, que había sido una estrella del instituto y había fichado por los Black Hawks con sólo diecisiete años, solía burlarse de Romeo por lo rezagado que iba en deportes. Yo comencé a jugar por agradar a mi primo y a sus enrollados colegas, pero tuve que admitir que, incluso con botas de trabajo, Czernin estaba en bastante buena forma. Encestó cinco pelotas desde la línea de tiros libres y luego se puso a corretear por la cancha intentando efectuar lanzamientos más espectaculares, con menos éxito.

Advirtió que lo estaba observando y me dedicó una sonrisa de gallito: todo me sería perdonado si estaba dispuesta a admirarlo.

– ¿En qué has estado metida, Tori? ¿Es verdad lo que dicen, que seguiste los pasos de tu viejo y eres policía?

– En realidad, no: soy detective privado. Hago lo que los polis no tienen ganas de hacer. Y tú ¿conduces un camión como hacía tu padre?

– En realidad, no -repuso remedándome-. El trabajaba por su cuenta, yo trabajo para By-Smart. Últimamente es la única empresa que contrata gente por aquí.

– ¿Necesitan un tráiler en esta zona?

– Pues sí. Cargo y descargo en su gran almacén de distribución y luego voy a las tiendas, no sólo a la de la Noventa y cinco, tienen once en mi sector: el South Side, el noroeste de Indiana, ya sabes.

Pasaba por delante de la gigantesca tienda de saldos de la Noventa y cinco con Commercial cada vez que bajaba por la autovía. Tan grande como la planta de montaje de la Ford que quedaba más al sur, la tienda y su zona de estacionamiento ocupaban casi un kilómetro de lo que había sido una ciénaga.

– Esta tarde voy a ir al almacén -dije-. ¿Conoces a Patrick Grobian?

Romeo exhibió aquella sonrisa de suficiencia tan suya que ya empezaba a ponerme de los nervios.

– Pues claro. Tengo mucho trato con Grobian. Le gustan las tareas cotidianas a pesar de ser director de zona.

– ¿Y piensas enseñar a Marcena las tiendas del noroeste de Indiana después de llevar a las chicas a Zambrano's?

– Ése es el plan. Por fuera parece tan estirada como tú, pero es sólo por el acento y la ropa; es una persona de verdad y tiene bastante interés en saber cómo trabajo.

– Ha venido en coche conmigo. ¿Podrás acompañarla hasta el Loop cuando hayáis terminado? No debería tomar el tren a esas horas de la noche.

Esta vez sonrió con lascivia.

– Me encargaré de que tenga un buen viaje, Tori, no tienes que preocuparte por eso.

Reprimiendo el impulso de abofetearlo, me puse a recoger las pelotas dispersas por la pista. Dejé que siguiera jugando con la suya pero me llevé el resto al almacén. Si no las guardaba bajo llave no tardaban en desaparecer, tal como había aprendido por propia experiencia: había perdido dos mientras los familiares y amigos pululaban por el gimnasio después de mi primera sesión de entrenamiento. Tuve que gorronear cuatro pelotas nuevas a mis amigas que iban a los gimnasios pijos del centro. A partir de entonces guardaba las diez pelotas en un cajón cerrado con candado, aunque tuve que dar una copia de la llave al entrenador de los chicos y otras a los profesores de educación física.

Mientras las chicas se cambiaban, me senté a una diminuta mesa en el cuarto de material para rellenar los formularios de asistencia y los informes de progreso para el teórico entrenador permanente. Al cabo de un momento, una sombra en el umbral me hizo levantar la cabeza. Josie Dorrado, la amiga de April en el equipo, estaba de pie allí, desplazando el peso de su cuerpo de una pierna a la otra. Silenciosa y trabajadora, era otra de mis mejores jugadoras. Le sonreí esperando que no fuese a plantearme un problema que exigiera mucho tiempo: no podía llegar tarde a mi cita con el director de By-Smart.

– Entrenadora, esto… la gente dice. ¿Es verdad que está en la policía?

– Soy detective, Josie, pero privada. Trabajo para mí, no para la ciudad. ¿Necesitas a la policía para algo?

Al parecer iba a tener que dar explicaciones después de cada entrenamiento, pese a que antes de empezar la primera sesión le dije al equipo cómo me ganaba a vida.

Negó con la cabeza, abriendo mucho los ojos, alarmada ante la idea de que ella pudiera necesitar a un poli.

– Mi madre me pidió que le preguntara.

Me imaginé a un padre bruto, órdenes de alejamiento, una tarde interminable ante un tribunal de malos tratos, y procuré no suspirar.

– ¿Qué clase de problema tiene?

– Es algo relacionado con su trabajo. Sólo que su jefe no quiere que hable con nadie.

– ¿La está acosando, acaso?

– ¿No podría ir a verla un momento? Ella se lo explicará; yo en realidad no sé qué está pasando, sólo que me pidió que le preguntara porque se enteró en la lavandería de que usted se crió aquí y que ahora está en la poli.

Romeo apareció detrás de Josie haciendo girar la pelota sobre el extremo de un dedo al estilo de los Harlem Globetrotters.

– ¿Para qué quiere un poli tu mamá, Josie? -preguntó.

Josie negó con la cabeza.

– No es eso, señor Czernin, sólo quiere que la entrenadora hable con ella sobre un problema que tiene con el señor Zamar.

– ¿Qué clase de problema tiene con Zamar para querer un madero detrás? ¿O no lo he entendido bien? -Se echó a reír con ganas.

Josie lo miró desconcertada.

– ¿Se refiere a si quiere que lo sigan? No lo creo, aunque en realidad no lo sé. Por favor, entrenadora, sólo será un momento, y es que me da la lata cada día: «¿Ya has hablado con la entrenadora?, ¿ya has hablado con la entrenadora?» Así que tengo que decirle que ya se lo he pedido.

Consulté la hora. Eran las cinco menos diez. Tenía que estar en el almacén a las cinco y cuarto, y luego visitar a la entrenadora McFarlane antes de ir a casa de Morrell. Si, además, iba a ver a la madre de Josie, me darían más de las diez por esas calles.

Miré a los ansiosos ojos color chocolate de Josie.

– ¿Podemos dejarlo para el lunes? Iré a hablar con ella después del entrenamiento.

– Sí, vale.

Un ligero relajamiento de sus hombros me indicó lo mucho que la aliviaba el que hubiese aceptado hacerlo.