Sandra dio un palmetazo contra la mesa con tanta fuerza que se le derramó parte del té aguado.
– ¡Eso es tan puñeteramente típico de él! ¡Hablarte a ti y no a su propia mujer!
A April le temblaba el labio inferior y estrechó a Gran Oso entre sus brazos. Patrick Grobian no me había parecido precisamente el afectuoso Santa Claus del South Side. Si Bron había ido a verlo, tuvo que ser para lanzarle el anzuelo de alguna manera, pero cuando lo insinué, April volvió a erguirse otra vez.
– ¡No! ¿Por qué se pone de su parte contra papá? Me dijo que tenía un documento del señor Grobian, que era un asunto de negocios, limpio y ordenado.
– ¿Por qué no me lo has dicho antes? -se lamentó Sandra-. Podría haber preguntado a Grobian cuando he ido a verle esta mañana.
– Porque no parabas de decir lo mismo que ahora, que sus ideas eran bobadas y que no darían resultado.
– Entonces, ¿ninguna de las dos sabe si en realidad habló con Grobian ni de qué clase de documento podría tratarse? Sandra, ¿cuándo hablaste en serio con Bron por última vez?
Su respuesta, despojada de todos sus arrebatos emocionales, fue, en resumidas cuentas, que se lo había dicho el lunes por la mañana, cuando llevaron a April del hospital a casa. Habían pedido prestado el coche a un vecino, el suyo había quedado destrozado un mes atrás en un accidente y todavía no habían reunido el dinero para comprar otro (porque, por supuesto, Bron había dejado que la póliza venciera y el conductor contrario tampoco estaba asegurado). Bron había acompañado a Sandra al trabajo con el coche prestado y luego había ido a casa para hacer compañía a April hasta que tuviera que irse a trabajar.
– Hacía el turno de cuatro a doce. Tengo que estar en la tienda a las ocho y cuarto, así que muchas semanas apenas nos veíamos. Se levantaba y tomaba un café conmigo por la mañana. Cuando April se iba a clase, él volvía a la cama y yo cogía el autobús, y así durante toda la semana. Fue cuando trajimos a April a casa. No queríamos que subiera esa escalera tan empinada, el médico dijo que nada de cansarse por el momento, de manera que duerme conmigo aquí abajo en la cama de matrimonio. Bron duerme arriba, o dormía; cuando terminara el turno el lunes por la noche iba a subir a acostarse en la cama de April.
E1 martes preparé el desayuno de April, aunque no le quite la corteza al pan le preparo el desayuno cada mañana, pero tenía que irme a trabajar; nunca sabes cuánto rato tienes que esperar el autobús, no podía esperar a que el señorito… -Se interrumpió, recordando que el objeto de su amargura estaba muerto-. Simplemente pensé que se había quedado dormido -concluyó en voz baja-. No le di ninguna importancia.
¿Qué documento podía haber firmado Grobian para inducir a Bron a pensar que By-Smart pagaría mil dólares por la asistencia médica de April? Nada tenía sentido para mí, pero cuando traté de pinchar a April para ver si lograba recordar algo más, algún indicio que Bron hubiese dejado caer, Sandra se puso como una furia. ¿No veía que April estaba agotada? ¿Qué intentaba hacer, matar a su hija? Los médicos habían dicho que April no debía exponerse a ningún estrés, y que yo me entrometiera y la acosara era estrés, estrés y más estrés.
– Mamá -chilló April-. No le hables así a la entrenadora. Eso sí que es mucho más estrés del que puedo aguantar.
Vi el campo abonado para que madre e hija volvieran a pelearse, de modo que me marché sin decir nada más. Sandra se quedó en la cocina, mirando fijamente la mesa; pero April me siguió hasta la sala de estar, donde había dejado mi parka. Tenía el contorno de la boca grisáceo y la insté a meterse en la cama, pero se fue demorando, hundiendo la cara en Gran Oso, hasta que le pregunté qué quería.
– Entrenadora, siento que mamá esté alterada y todo eso, pero… ¿podré seguir yendo a los entrenamientos, como ha dicho antes?
La tomé por los hombros.
– Tu madre está enfadada conmigo, y quizá por una buena razón, pero eso no tiene nada que ver con mi relación contigo. Claro que puedes venir a los entrenamientos. Y ahora vamos a acostarte. ¿Arriba o abajo?
– Me gustaría dormir en mi propia cama -dijo-, sólo que mamá piensa que la escalera me matará. ¿Tiene razón?
Hice un gesto de impotencia.
– No lo sé, cielo, pero a lo mejor si subimos súper despacio todo irá bien.
La ayudé a subir peldaño a peldaño hasta su habitación del desván. La escalera estaba exactamente en el mismo sitio que ocupaba la de mi infancia en la calle Houston, y era igual de empinada, conduciéndote por una abertura cuadrada hasta la planta del desván. El pequeño dormitorio había sido arreglado con el mismo cuidado que mis padres habían puesto en el mío. Donde yo tenía a Ron Santo y Maria Callas encima de la cama, una extraña yuxtaposición de las dispares pasiones de mis padres, April tenía el mismo póster del equipo femenino de la Universidad de Illinois que tenía Josie. Me pregunté cuán doloroso le resultaría despertar cada mañana viendo la vida activa de la que ya no podría participar.
– ¿Sabes quién fue Marie Curie? -pregunté de repente-. ¿No? Te traeré su biografía. Era una mujer polaca que se convirtió en una científica muy importante. Una vida diferente a la del baloncesto, pero su trabajo se recuerda desde hace más de cien años.
Aparté la colcha y debajo vi las mismas sábanas rojas, azules y blancas que Josie y Julia tenían en sus camas. ¿Se trataba de un gesto solidario con la selección estadounidense o qué?
– ¿Tú y Josie compráis juntas las sabanas? -pregunté cuando puse el oso en la cama a su lado.
– ¿Se refiere a estas sábanas de la bandera? Las compramos en la iglesia. Mi iglesia las vendía, igual que la de Josie y unas cuantas más. Casi todas las chicas del equipo las compramos; era para algo que tenía que ver con el barrio, limpiarlo o algo así, no lo sé, pero hasta Celine compró un juego; fue una cosa de equipo, las compramos como equipo.
Busqué una etiqueta pero lo único que ponía era: «Fabricado con orgullo en los Estados Unidos de América». Me aseguré de que tuviera a mano todo lo que necesitaba: agua, un silbato para avisar a su madre si quería que fuese a verla durante la noche, su reproductor de CD. Incluso sus libros de clase, por si le apetecía hacer deberes.
Había bajado media escalera cuando me acordé del teléfono de Billy. Lo había cogido de mi chaquetón al dejarlo en la tintorería y lo llevaba en el bolso, sin saber qué hacer con él.
Lo saqué y se lo di a April.
– Aún tiene bastante batería. No sé si la familia lo dará de baja, pero Billy se lo dio a tu padre para que lo usara, así que no creo que le importe que lo uses tú. Te traeré un cargador. -Le di una tarjeta mía-. Y llámame si me necesitas. Estás pasando por un momento muy malo.
Se le iluminó el semblante; estaba encantada con el teléfono.
– Josie tenía mucha suerte de salir con Billy porque tiene todas esas cosas que sólo podemos usar en el insti. Se conectaba a Internet desde el móvil, y además la dejaba usar su portátil. Nos ayudó a encontrar blogs en los que escribir, y nos puso alias. Imagínese, estaba en contacto con su hermana gracias a los alias que usaban en un blog, y Josie conoció a su hermana a través del blog aunque su familia no quiere que estén en contacto. Así, si Josie y yo vamos a la universidad, sabremos cómo hacer lo que hacen los demás chavales.
Antes del entrenamiento de baloncesto, tendría que hablar con la subdirectora sobre las notas de April. Seguramente, si April demostraba tantas ganas, el instituto podría ayudarla a encaminar su futuro.
Casi antes de que enfilara de nuevo la escalera, oí a April hablando por teléfono:
– Sí, Billy Bysen, o sea, me ha prestado su teléfono hasta que lo vuelva a necesitar. ¿Vas a ir al entreno?
Cuando llegué abajo levanté la voz para decirle a Sandra que había acostado a April arriba y me marché.